Arístides Mínguez | El antro de la arpía www.lacolumnata.es 01/05/2013

Se llama Carmele, Carmele Navarro, aunque su nombre de guerra es Karmele Hoja Verde. Es traductora. No la conozco personalmente. Se puso en contacto conmigo para darnos las gracias por el humilde vídeo que hicimos declarando nuestro amor y respeto a la madre Grecia. Es una soñadora que, cual desvalida doncella, acudió a mí a que la amparara en un entuerto. Yo, que por fisonomía y querencias tengo más de Sancho que de Quijote, me veo obligado de nuevo a embrazar mi adarga, engrasar mi lanza y bajar la visera de mi casco. No lo puedo evitar: empatizo con los soñadores, con los idealistas, con los que aún tienen fe en un mundo lleno de usureros, egoístas y materialistas descarnados.

El sueño de Karmele es devolver a Olimpia lo que es de Olimpia. Como bien nacida que es, pretende agradecer a la vetusta polis del Peloponeso lo que significó y significa para el mundo entero y, en especial, para los deportistas. ¿Y qué le debemos a Olimpia? Las Olimpiadas. Esa hermosa fiesta no sólo del deporte, sino también de la religión en honor a Zeus Olímpico, y de la poesía y de la filosofía, pues allí acudían también poetas y filósofos a competir entre sí con sus versos y silogismos.

Las Olimpiadas, que a partir del año 776 a. C. fueron usadas por los griegos para medir el período de cuatro años comprendido entre los diferentes Juegos Olímpicos. Esos Juegos Olímpicos que se celebraban en la polis de Olimpia cada cuatrienio, a los que acudían millares de personas de todos los rincones de la Hélade y de gran parte de los países mediterráneos, en los que sólo podían participar hombres libres que hablaran griego. Los Juegos Olímpicos, que consiguieron que, mientras durara su celebración, se decretara una tregua olímpica, un cese de hostilidades entre estados en conflicto, para garantizar la seguridad de los atletas que acudieran a participar en ellos.

¡Olimpia, Olimpia! En cuyo templo mayor se conservaba una de las míticas siete maravillas de la Antigüedad: la colosal estatua de Zeus, tallada a partir de oro y marfil por Fidias.

Los Juegos Olímpicos se celebraron ininterrumpidamente hasta el 324 d. C., año en el que los talibanes cristianos (que también los hubo, y alguno parece quedar) prohibieron cualquier ceremonia que honrara a los antiguos dioses y persiguieron y exterminaron a los practicantes de la ancestral religión, arrasando hasta los cimientos templos y altares. A ello se añadieron después las invasiones bárbaras. Los templos, que sobrevivieron a la iconoclasia cristiana, fueron desmantelados, la maravillosa estatua de Zeus, desguazadaTemplo de Zeus Olímpico y vendida al peso. El resto lo hizo el río Alfeo, que sepultó lo que quedaba de la otrora esplendorosa polis con sus aluviones.

Hubo de esperarse hasta el siglo XIX para que lo poco que habían dejado cristianos y bárbaros volviera a ver la luz. Gracias a los dioses, se salvaron algunas obras maestras, como el Hermes de Praxíteles, una de las pocas originales esculturas griegas que nos han llegado.

Pero el que recuperó lo que las Olimpiadas significaron para la humanidad fue el Barón de Coubertin, que embarcó en su sueño a otro grupo de soñadores, y consiguió que en 1896 se celebraran en Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la nueva era. Como homenaje a la madre Olimpia, para honrar a los ancestros, desde entonces la llama olímpica se prende en las ruinas del antiguo estadio de la polis y desde allí recorre gran parte del orbe.

¿Y qué es lo que pretende Karmele? Con un grupo de idealistas como ella, se han embarcado en una nave comandada por el profesor Livio Rossetti, de la Universidad de Perugia, y tripulada en su mayor parte por italianos, pero también por griegos, iberoamericanos y algún alemán. Quieren hacer justicia y devolverle a Olimpia parte de su esplendor. Pretenden implicar a deportistas y a autoridades y hacer que cada cuatro años se celebre la Gran Fiesta del Deporte, a la que sean invitados los medallistas olímpicos y sean homenajeados y nombrados ciudadanos de honor de la polis que les dio la oportunidad de coronarse con sus medallas. Y, como fiesta del deporte y de la hermandad de los pueblos, se celebrarían pruebas deportivas no competitivas. Un bello sueño en el que ya han embarcado al alcalde de la vieja Olimpia, al ex Presidente de la República Helena, el excelentísimo señor Stefanopoulos, y al Ayuntamiento de Perugia, en Italia.

Me consta que se han puesto en contacto con prestigiosos deportistas españoles de élite e incluso con la casa del Príncipe de Asturias. Pero necesitan nuestro apoyo, nuestro empuje.

Karmele es una persona generosa y comprometida, que prefiere nadar contra corriente y apostar por Grecia, un país al que muchos dan por desahuciado, un país del que muchos prefieren fijarse sólo en sus males, un país al que, desde las altas instancias ultraliberales, asfixian y humillan con la complacencia de las élites gobernantes, propias y foráneas. Karmele, como buena idealista, mantiene la fe en el pueblo heleno, que al igual que el hispano, es capaz de dar muestras de lo peor y de lo mejor de sí mismo, casi sin transición.

A veces, para intentar comprender el alma griega, sin ser heleno, hay que escuchar la voz de sus poetas, como la de Konstantinos Kavafis, que el 29 de abril de 1863 naciera en Alejandría y muriera otro 29 de abril, el de 1933. El actual es, por ende, el año Kavafis, uno de los poetas más amados en la madre Grecia.

Transcribo aquí el homenaje que les hiciera a los héroes que en Las Termópilas frenaran, por unos días, el avance de las hordas de los medos, aun a sabiendas de que habían sido traicionados por un griego como ellos, por Efialtes. Porque, como hoy sucede, entre nuestra misma gente, entre nuestros mismos dirigentes, hay traidores que se venden a los bárbaros antes que plantarles cara y ayudar a sus conciudadanos. Y traigo también estos versos porque, a mi juicio, retratan lo que los griegos han sido y son: “Honor a aquellos que en sus vidas / se dieron por tarea el defender Termópilas. / Que del deber nunca se apartan; / justos y rectos en todas sus acciones, / pero también con piedad y clemencia; / generosos cuando son ricos, y cuando / son pobres, a su vez en lo pequeño generosos, / que ayudan igualmente en lo que pueden; / que siempre dicen la verdad, / aunque sin odio para los que mienten. / Y mayor honor les corresponde / cuando prevén (y muchos prevén) / que Efialtes ha de aparecer al fin, / y que finalmente los medos pasarán”.

Por ello, porque Olimpia y Grecia se lo merecen, con Karmele uno mis exiguas fuerzas. Mientras que queden soñadores como Karmele y los suyos, que se muevan por ideales y no sólo por interés y usura, nos quedará algo de esperanza en el género humano. Aunque ésta sea tan pequeña como un grano de pimienta.

FUENTE: http://lacolumnata.es/cultura/el-antro-de-la-arpia-cultura/thank-you-olympia-por-olimpia