Javier Carrión | EUROPA PRESS 30/09/2010

A 25 kilómetros al sur de Nápoles, bajo la estampa del majestuoso y siempre inquietante Vesubio, Pompeya brinda la oportunidad única de retroceder veinte siglos en la historia para comprobar como era la vida diaria y la arquitectura civil de los romanos en el siglo I de nuestra era. Se trata de un viaje a una ciudad sepultada bajo las cenizas que permaneció en el olvido hasta que el rey Carlos III de Borbón en 1748, el años más tarde «rey-alcalde madrileño», decidiera redescubrirla al mundo con las primeras excavaciones arqueológicas.

Cuatro millones de turistas visitan anualmente esta ciudad de Campania que sufrió la erupción del Vesubio el 24 de se agosto del año 79 d.C.. Pompeya era entonces una villa próspera y bella de unos 20.000 habitantes, donde los romanos más adinerados, sobre todo banqueros y políticos, habían construido señoriales mansiones con vistas al mar Tirreno. Un «lugar de vacaciones» de la época que contaba con numerosas tiendas, centros de placer y dos puertos comerciales con salida al mar.

Sin embargo, la gran riqueza de Pompeya sólo perduraría durante un siglo, sobre todo en la época de los emperadores Octaviano Augusto (27 a.C-14 d.C) y Tiberio (14-37 d.C), cuando la villa se adornó con edificios públicos y particulares. Todo se iría al traste cuando un violento terremoto asoló toda la zona vesubiana en el año 62.d.C. y, aunque de inmediato se inició la restauración debido a la magnitud de los daños y a los movimientos telúricos del asentamiento, la inesperada erupción del volcán 17 años después acabó sepultándola bajo un río de cenizas, lapilli y lava.

Muchos barrios se encontraban todavía en obras y los pompeyanos que habían escapado de la ciudad en un importante número encontraron la muerte en el litoral. Los pocos que permanecieron con la vana ilusión de salvarse refugiándose en los subterráneos de las casas murieron asfixiados en una terrible agonía. El testimonio de la tragedia quedó reflejado en los vaciados de los cuerpos agonizantes de personas y animales y su posterior calcado en moldes de yeso. Ellos acabaron siendo los testigos mudos de la gran tragedia de Pompeya.

Por eso la visita a Pompeya, que al menos requiere de media a una jornada completa, no deja indiferente a nadie. Es como si se tratara de un viaje en el tiempo que permite respirar la atmósfera de la vida en la antigüedad con constantes sorpresas: graffitis en algunas paredes, quizás los primeros de la historia, restaurantes con una organización muy similar a la actual, prostíbulos y casas de placer con frescos explicatorios para que los esclavos -que al ser en su mayoría de Oriente no hablaban el idioma- pudieran elegir su servicio deseado, hornos, talleres, fuentes en las que se aprecia la marca del desgaste en la piedra en el lugar donde los ciudadanos apoyaban la mano para beber, calles adoquinadas perfectamente delimitadas… En definitiva, una ciudad moderna, con casas lujosas y humildes, que constituye hoy un auténtico documento periodístico de la civilización romana.

Ocho eran las puertas de acceso a Pompeya, hoy sólo dos, Marina y Anfiteatro, permiten comenzar la visita a las ruinas. La vida ciudadana se concentraba alrededor del Foro, desde el que todavía hoy se pueden admirar los restos de la Basílica, destinada a la administración de la justicia y a las contrataciones económicas. Desde este gran espacio, favorito en la actualidad para inmortalizar la visita a Pompeya en fotografías o vídeos, se despliegan las calles que conducen a la ciudad antigua. Unas calles que gracias a su forma permitían el paso de los viandantes caminando de acera a acera (con unos curiosos bloques de piedra al estilo de un «paso de cebra») sin mancharse de barro, a la vez que los carros y el agua cuando llovía insistentemente podían circular y pasar por las mismas vías.

Una buena recomendación es visitar pausadamente todo el conjunto con algún plano-guía. Durante el recorrido son imprescindibles el templo de Apolo, el santuario más antiguo de Pompeya con las estatuas de Diana y del propio Apolo; los Graneros donde se recogían los cereales para la venta; la Casa del Fauno y la Casa de los Vettii, majestuosas residencias privadas con excelentes frescos; las Termas Estabianas, los baños públicos más arcaicos; las tiendas de la vía de la Abundancia; el Lupanar o viejo prostíbulo decorado con frescos repletos de escenas eróticas; el Anfiteatro, utilizado actualmente para conciertos y representaciones teatrales; la Villa de los Misterios y la Casa de la Venus de la Concha, excelentes ejemplos, no exentos de enigmas y misterios, que permiten admirar los bellos frescos romanos en Pompeya (existe una gran colección de estas obras en el Museo Arqueológico Nacional en Nápoles); el Gimnasio Grande; el Termopoliyum de Vestucius Placidus, un «fast food» de la época especializado en venta de bebidas y comidas calientes*

Pompeya, al igual que su hermana pequeña, Herculano, impresiona por la extensión y la perfecta organización de su ciudad, por sus víctimas, unas dos mil aunque lógicamente deben existir muchas más en las zonas que todavía no han sido excavadas (21 hectáreas de un total de 66 que ocupa el área pompeyana), por su asombroso estado de conservación y por el refinado gusto por al arte que debían tener sus habitantes. El paseo por las ruinas así lo atestigua.

GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar: Iberia ofrece un vuelo a diario entre Madrid y Nápoles a través de su franquicia Iberia Regional/Air Nostrum. Ya en Nápoles, hay que tomar la A-3 en dirección a Sorrento y desviarse en la salida Pompeya Oeste.

Horarios: El horario del recinto es: de noviembre a marzo, de 8.30 h a 17 h; y de abril a octubre, de 8.30 h a 19.30 h. Información: Tel: 39 081 8575347 www.pompeiisites.org

MÁS INFO:
www.turismoregionecampania.it
www.pompeionline.net