Laura Garrido http://elviajero.elpais.com 26/05/2011
Empaparse de la historia de la Península a través de la Vía de la Plata, con una dosis extra que conduce hasta Santiago de Compostela y un desvío gastronómico por el centro.
Testigo de la algarabía, del tránsito continuo de mercancías, tropas, comerciantes y viajeros siglos atrás. La Ruta de la Plata, vía de comunicación de la Península Ibérica Occidental, desde Andalucía hasta Astorga, es hoy un itinerario que guarda la forma de vida de los romanos. Un escaparate de ciudades, teatros, templos, acueductos, termas, puentes y fortalezas cuyo nombre, a pesar de lo que puede parecer, no se debe a los materiales que por allí transportaban, sino que es la evolución del término árabe BaLaTa, que significa losa o ladrillo, más que habituales en los terrenos de las calzadas romanas.
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01 El teatro más clásico en Mérida
La ruta natural que recuerda momentos de gloria y angustia entre árabes y cristianos comenzaba en la Andalucía Occidental, atravesando Extremadura, Castilla y León y el Principado de Asturias, aunque esta propuesta toma como punto de partida la ciudad de Mérida, producto de los diferentes movimientos artísticos de cada época y del carácter de gran urbe que tuvo durante siglos. Sus puentes, construidos para evitar las importantes crecidas de los ríos que bordean la zona, el Guadiana y el Albarregas, la convirtieron en paso obligado hacia todos los puntos de la Península.
Visitar esta ciudad de Extremadura es respirar historia y cultura no solo en sus rincones emblemáticos, sino también en el Festival de Mérida que este verano, desde hace 78 años, pone de nuevo la ciudad en el mapa alzándose como una de las mayores manifestaciones de arte dramático del mundo de contenido grecolatino en el conservado teatro romano. Además de la riqueza patrimonial y rodeado de espacios naturales, es posible dormir en el Parador de Mérida, un antiguo convento del siglo XVIII cuya estructura mantiene intacta asentado sobre los restos de un templo dedicado a la Concordia de Augusto.
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02 Jardines Reales al abrigo de la Sierra
Tras pasar por las ricas ciudades de Cáceres y Plasencia, descubriendo todo tipo de vestigios romanos, un desvío de la Ruta de La Plata hacia Segovia, concretamente hasta La Granja, en pleno corazón de la Sierra de Guadarrama, permite evadirse en otra época. El visitante queda enamorado de los jardines de La Granja en un paseo bajo la sombra de los castaños, tilos y hayas. Y acompañado por el rubor de las fuentes de estilo versallesco hasta encontrarse con El Mar, un estanque abastecido por las aguas de dos arroyos que sirve como depósito de las fuentes. Un rincón romántico, delicioso y melancólico a un paso de la Casa de los Infantes, construida en el siglo XVIII por Carlos III, hoy convertida en Parador, y el Cuartel General de la Guardia de Corps, que acoge un moderno centro de congresos y convenciones.
Comer en estos lugares recuerda irremediablemente a los judiones, la joya de la corona gastronómica, porque fue la monarquía la que lo introdujo en la zona desde América. Combinados con matanza y algo de verdura, hay quien los acompaña con almejas. Pero el sello de la cocina segoviana lo ostenta el cochinillo, que en la capital alcanza dimensiones de monumento. Los postres son aportación seglar, en muchos casos de las monjas de clausura que los reyes patrocinaron. Rosquillas, florones y soplillos compiten en el último plato del menú con frambuesas, empleadas en macedonias o pasteles.
03 Chuletones para la emoción
Fue Ávila residencia favorita de nobles y monarcas, como los Reyes Católicos. Fue también sede de la Santa Inquisición contra herejes y judíos, con más de cien quemados, incluido Torquemada, el sanguinario iluminado al que le dedicaron una dehesa en las proximidades de la ciudad. Sin dejar de pasar por la Catedral, la Basílica de San Vicente o el Palacio de los Dávila, el antiguo palacio Piedras Albas, adosado a las majestuosas murallas, hoy el Parador de Ávila, conserva un aire intimista y cálido donde degustar pucheretes teresianos, judías de El Barco y las excelentes yemas de la santa, platos sabiamente simples en el imperio de las carnes con los que combatir el clima frío y seco. El cochinillo asado, el chuletón de ternera y el cochifrito provocan emoción a los más sabios comedores. Y entre medias -o antes o después- embutidos.
04 Legado romano de interior
Retomando la Ruta de la Plata, el camino lleva de vuelta hacia Salamanca, donde ver las catedrales y sus torres medievales, la Universidad y el convento de San Esteban con su impresionante fachada degustando, de paso, la chafaina, el tradicional un guiso de arroz con menudos de cordero. En Zamora, la cúpula bizantina de la catedral, los templos románicos y los diversos tramos de muralla mantienen vivo el pasado de la ciudad. Y más hacia el norte, la vía continúa por Benavente, León, Mieres y otros pueblos de interior hasta llegar a Gijón, donde sorprende el conservado yacimiento arqueológico de la Villa Romana de Veranes, las termas de Campo Valdés y la Casa Natal de Jovellanos.
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05 Atajo para peregrinos
A partir del siglo IX, la Ruta de La Plata comienza a ser frecuentada como vía de peregrinación, el camino mozárabe de Santiago, porque los cristianos residentes en territorio musulmán aprovechaban la infraestructura para acudir a la ciudad gallega a ganarse el cielo.
Siguiendo sus pasos y una vez atravesada la frontera con Galicia, una parada en el trayecto es Santo Estevo, al sur de Lugo y el norte de Ourense. Encierra en su interior fortalezas, viñedos, monasterios y una gastronomía que pide repetir. Con vistas a los Cañones del Sil, el Parador de Santo Estevo es un antiguo monasterio benedictino, situado en pleno centro de la Ribeira Sacra, donde se pueden degustar recetas tan tradicionales como el lacón con grelos o pescados como las truchas del Sil. A pocos kilómetros se encuentran otros monasterios como el de San Pedro de Rocas, uno de los primeros en construirse, el más original por su emplazamiento, ya que se sirve de una montaña que condiciona toda su estructura. A menos de 30 kilómetros, Ferreira de Pantón es la cuna de los vinos de la Ribeira Sacra, en tiempos de los celtas y romanos, llamados oro líquido del Sil.
Rumbo a Santiago, turistas y peregrinos son viajeros en busca de similares objetivos. Encuentran reposo y reconocimiento a todos los ajetreos del camino en el Hospital Real, albergue de peregrinos de finales del Siglo XV que mezcla historia, arte y tradición, sueño de peregrinos y Parador de Santiago, situado en la Plaza do Obradoiro. Forma con la catedral un magnífico ángulo de oro que imprime belleza a una de las capitales más visitadas del mundo. En su cafetería, las clásicas filloas de manzana y crema caramelizadas son un premio gastronómico para reponer fuerzas.
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