Luis Cadenas | Salamanca www.tribuna.net 19/03/2009
Más de 2.000 años de historia yacen entre piedras salmantinas. La calzada romana aparece y desaparece en la superficie, aviso de nuestro pasado olvidado.
Muchos historiadores de la Antigüedad siempre llegan a la misma conclusión: Roma no hubiera triunfado sin sus calzadas. Eran las arterias del Imperio, una forma rápida para sus tropas de llegar a cualquier rincón; una vía segura y eficaz de comerciar y viajar; y también una herramienta de romanización y colonización más útil que las legiones. Allí donde llegaba una calzada, llegaba Roma.
Prácticos hasta límites insospechados, los romanos también crearon un firme en esas calzadas preparado para no perjudicar a los caballos (que en aquella época no llevaban los herrajes metálicos de siglos posteriores) y para soportar el peso de carruajes de dos y cuatro ruedas. Y también para el paso de las legiones. En Salamanca, convertida en su día en villa de paso de una de las más importantes calzadas romanas, saben bien la importancia de una vía que serpenteaba y en muchos casos se superponía a una ruta arcana, la Vía de la Plata. Una senda que es Monumento Nacional desde 1931 y Bien de Interés Cultural desde 1985. Esa ruta, que no está unida en el tramo sur provincial a la calzada, como indica el constructor, diseñador y miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago (Acasan) Vicente Sánchez Pablos, era producto de la propia naturaleza. “Es todo un largo camino de trashumancia natural de cuando los animales buscaban por ellos mismos los pastos”.
Luego apareció el ser humano, que siguió la vía detrás del ganado; los pastores, las aldeas, y finalmente el comercio, que terminó por domesticar esta tierra de sur a norte, desde el valle del Guadalquivir hasta Asturias. “También los fenicios, los tartésicos, los cartagineses, buscando el oro y el estaño. Luego los romanos y detrás los godos y así, hasta ahora”. Cada vez que usted recorre la N-630 entre Béjar y Salamanca lo hace sobre una senda abierta hace miles de años, si bien la calzada apenas si toca el Puerto de Béjar en su origen, se separa hacia el oeste y vuelve a unirse en la ribera del Tormes para llegar al Puente Romano.
Por ahí pasaba la calzada, subiendo la cuesta de la zona de Libreros hasta la Casa de las Conchas y quizás, como dice Sánchez Pablos, hubiera que poner un miliario en El Corrillo previo a la Plaza Mayor. Porque aquí no hay nada casual. “La fachada actual de la Universidad de Salamanca lindaría con la calzada romana. La ciudad está hecha sobre el camino, y la edad media mantiene esas formas”. “Está muy bien hecha y también se ha conservado porque hubo regeneraciones en el pasado, y ahí están los miliarios, los hay de diferentes siglos que demuestran que se restituyeron varios tramos”, añade.
Sea cierto o no que el subsuelo de Salamanca está horadado por la mente romana, entre el Puente Romano y el Puerto de Béjar se abría paso una calzada que pasa por Peñacaballera, Calzada de Béjar, Valverde de Valdelacasa, Fuenteroble de Salvatierra (donde se proyecta un centro de interpretación de la calzada que salve este legado del olvido), Palacios de Salvatierra, Pedrosillo de los Aires, Monterrubio, Morille, Cilleros, Aldeatejada y Salamanca.
Siguiendo el mapa usted mismo podría recorrer la senda, si no fuera porque ésta, en muchos tramos, está sepultada por la naturaleza, tapias de fincas, carreteras y casas. “Tenemos una zona en las que está intacta, entre La Dueña y Fuenterroble, donde sigue existiendo la superficie de la calzada con los elementos primitivos, que no son losas sino aglomerado que permitía andar todo el camino en condiciones. Después, a partir de Aldeatejada, se diluye la pista. “Hemos perdido desde ahí hasta el Puente Romano, cosa curiosa, porque tenemos una construcción romana que no tiene ni entrada ni salida con características propias. Es una de las cosas que habría que señalizar”. Mientras tanto, tanto él como el resto de miembros de Acasán presionan y luchan por recuperar la vieja calzada y hacerla artería cultural para el senderismo.
Cómo se hacía una calzada
Para su construcción se excavaba el terreno hasta alcanzar un nivel firme que servía de drenaje y asiento de las capas superiores constituidas por tierra y piedras. Finalmente se disponía un empedrado de grandes losas que pavimentaban el camino que le da ese aspecto único.
En las laderas de las zonas montañosas se levantaron muros laterales de contención o calzos (de lo que deriva el nombre de calzada) mientras que en el paso de los arroyos o ríos se construyeron desde pequeñas alcantarillas hasta grandes puentes, algunos de los cuales constituyeron verdaderos alardes de ingeniería para cuya construcción se utilizaron complejos sistemas cimbra. El dominio de los romanos cumple de largo: hoy, decenas de siglos después, la gente sigue cruzando el Puente Romano.