París | EFE www.lavanguardia.com 18/11/2013
El Museo Rodin pone al descubierto la relación del escultor francés con el Arte Antiguo.
El Museo Rodin de París pone al descubierto la relación del escultor francés con el Arte Antiguo en la exposición Rodin, la lumière de l’Antique («Rodin, la luz de la Antigüedad»), que se inaugura mañana y podrá visitarse hasta el próximo febrero. El artista parisino Auguste Rodin (1840-1917) se inspiró en la Antigüedad clásica grecorromana hasta el punto de declarar que ese periodo, un arte que le acompañó desde sus aprendizajes artísticos hasta el final de sus días, era su «juventud».
En sus primeros tiempos estaba más ligado a la copia, para después impregnarse de sus armónicas líneas de movimiento y hacerlo propio, explicó la comisaria de la exposición y responsable científica de la Colección de Antigüedades de Rodin, Bénédicte Garnier. «El arte antiguo estará muy presente y tendrá cada vez más influencia al final de su vida, entre 1890 y 1900», señaló Garnier, según la cual el artista asumió los cánones pero se liberó de su rigidez.
El célebre escultor hallaba en el clasicismo «un sentimiento de felicidad y de alegría de vivir», prosiguió la comisaria, según la cual encontraba esa sensación al trabajar en el taller junto a sus modelos. La fuente de inspiración que le supusieron los artistas griegos y romanos puede observarse a través de las seis secciones de la exposición, en las que a menudo se presentan esculturas del autor galo junto a otras clásicas a las que se parecen o con las que tuvo alguna relación.
Es el caso de la Cabeza de Warren, de la cual quedó prendado nada más verla, hasta dedicarle un texto en su obra Éclairs de pensée, y que se asemeja sorprendentemente a su Minerva sin casco (1896). Otras piezas que atraen las miradas son los montajes ligados al arte de la metamorfosis, en los que inserta figuras esculpidas en vasos clásicos de su colección personal de arte antiguo, creando una síntesis entre unas y otros de modo que se ve surgir una pareja de amantes del interior de una copa diez siglos anterior.
La comisaria define así su peculiar forma de entender la escultura: «Amaba el fragmento. El cuerpo que podía no tener cabeza, brazos o piernas; eso no le molestaba. Al contrario, le encontraba una fuerza y una riqueza, y es algo que se puede ver en su estatua El caminante». Pero el genio galo cayó también en alguna contradicción con el estilo propio de esa época, al restaurar o completar algunas piezas de su colección de Arte Antiguo, como la estatua de Harpocrates a la que colocó una cabeza de Eros.
La exhibición se completa con dibujos que aúnan bocetos tan dispares como los relieves del Partenón o de figuras de la catedral de Chartres, fotografías de su colección personal y una pequeña representación de lectura dramatizada. De este modo, se da voz al propio Rodin a través de sus cartas y textos, interpretados en vivo por Charles Gonzalès que, metido en la piel del escultor, dice encontrarle «extraño, con algo de fuerte y de frágil al mismo tiempo, un hombre muy difícil, un misántropo que fuera de su taller no veía nada».
Gonzalès reencarna a Rodin tras haber sido la voz hace un mes de quien fuera su gran compañera sentimental y también escultora, Camille Claudel, a la que interpretó en el museo en un espectáculo anterior. Y a través de este médium se oye decir al artista galo: «He hecho una colección de dioses mutilados, en trozos… Su grandeza me es dulce y hay una relación entre ellos y todo lo que he amado. Están animados y yo los animo aún más, los completo fácilmente en mi visión y son mis amigos de los últimos tiempos».