Arístides Mínguez Baños www.papeldeperiodico.com 15/05/2014
Dicen que es una tropa de jinetes,
o una escuadra de infantes,
o una flota
lo más bello
en la tierra,
a lo que hay que cantar.
Pero yo digo
que es
la persona amada.
Safo, 27
Ay, Safo, ¡qué verdad propagan tus versos! Nada es más bello para un enamorado que el hombre al que uno ama. Y más si ese hombre es Calípedes de Falero, al que todos conocen como Paris el hipócrites, el protagonista absoluto de los dramas de Sófocles de Colono.
Nesiotes, bajo la buganvilla del patio, observó a su amado. Estaba radiante acariciado por el sol primaveral. Se había levantado dos períodos después del alba y llevaba ya un buen rato practicando sus ejercicios de respiración y vocalización con Minniscos, el que fuera el primer actor de la compañía del divino Esquilo. Hasta que Paris le arrebatara el puesto.
05Silenus&SphinxMinniscos supo aceptar que su carrera había finalizado. En vez de prostituir su arte enrolándose en compañías ambulantes, que sólo servían para entretener a rústicos aldeanos, decidió abrir una escuela en la que formar a los actores profesionales. Paris, su otrora rival, se había convertido en el mejor de sus discípulos.
Éste se dio a conocer en una de esas compañías andariegas que actuaban en los demoi del Ática, los Thespidas. Su arte era un diamante en bruto y el preceptor hubo de limar miles de aristas. Corregir su tendencia a impostar la voz y sobreactuar. Era un maestro implacable: forzaba a su discípulo a levantarse todos los días con el alba, a excepción de cuando estaban cercanas las Grandes Dionisias, en las que se estrenaban las nuevas grandes producciones. Entonces, como era el caso ahora, lo dejaba dormir más.
Lo obligaba a hacer en ayunas tediosos ejercicios de dicción con los que lograr pronunciar más con el diafragma que con la garganta. Repetían una y mil veces las técnicas con las que proyectar la voz y expresarse más con ella que con el cuerpo. La manera idónea para usar los recursos dramáticos de las máscaras con las que debía actuar. Para utilizar la propia máscara como un altavoz.
Dedicaban tres o cuatro clepsidras a diario, lloviera o escampara. Sólo cuando consideraba el preceptor que la voz estaba en su sazón, permitía que les sirvieran el desayuno.
Nesiotes había pasado la noche con su amante y aprovechó para llevarles la colación. Una infusión de jaramago, la planta de los cantores, para Paris y vino caliente para Minniscos. Un esclavo llevaba una bandeja de rebanadas de pan recién horneado con miel y un cuenco de aceitunas y queso. Una infusión de jengibre, comprado a precio de oro a un mercader indio, era servida a ambos al finalizar. En la garganta residía el mayor tesoro de su amado. Había que cuidarla como tal.
Se acercaron al mirador en el que el actor y su instructor ejercitaban la voz. La fastuosa villa de Paris se erguía en una explanada en lo alto de la Colina de las Ninfas. Desde ella se gozaba de una panorámica privilegiada sobre la Pnix, la llanura en la que estaba el hemiciclo en el que se reunía la Ekklesia o asamblea, y sobre el Aerópago, donde se juzgaban los delitos de sangre premeditados. A su izquierda, el Ágora, en la que, aparte de algunos templos y mercados, se levantaban los edificios que albergaban a los órganos ejecutivos de la Democracia, cuyo poder emanaba de la Ekklesía. Y, enfrente, al otro lado, majestuosa, la Acrópolis. La Roca.
Tras la devastación de Atenas a manos de los persas, una generación atrás, Pericles, el estadista dilecto del Demos, se había trazado el objetivo de levantar de nuevo los templos asolados por los medos. Haciéndolos, si cabe, mucho más monumentales, a fin de demostrar a la Hélade entera la magnificencia de la renacida Atenas.
2Pericles había puesto como supervisor de todo el programa de construcción a su amigo Fidias, el afamado escultor. Éste encomendó levantar el nuevo templo, que acogería la imponente estatua de Atenea Parthenos, la diosa doncella, salvaguarda de la ciudad, a los arquitectos Ictino y Calícrates. El taller de Fidias se encargaría de ornamentar con esculturas los frisos, metopas y frontones del imponente edificio. El maestro en persona y sus más avezados discípulos labrarían la escultura de la diosa. Para lo que se estaban acarreando talentos de marfil y oro: sería una estatua crisoelefantina, destinada a perpetuar el nombre de Fidias.
Paris miraba los trabajos de los operarios que manejaban las grúas, con las que estaban montando las columnas del Templo de la Diosa, ya llamado el Partenón, aunque aún no estuviera finalizado.
Tomaron la colación en silencio. Al finalizar, Minnicos se despidió de su pupilo, emplazándolo para cinco horas más tarde, cuando tendrían que ensayar el parlamento del Mensajero.
FUENTE: http://papeldeperiodico.com/2014/05/15/melampo-el-mercader-en-la-palestra/