La civilización griega, tan proclive a la abstracción, pronto se da cuenta de que la interpretación mítica del mundo no logra responder a sus interrogantes. Así, tal y como hicieron los egipcios, empezaron a extraer conocimientos prácticos del estudio del cielo. Conocimientos que en lugar de dirigirse a una práctica temporal (conocimiento de las estaciones y de los cambios climáticos para aplicar a sus cosechas), se dirigieron hacia la creación de una práctica espacial, ya que su interés residía más en la orientación de sus barcos que en el clima.
No obstante está práctica del conocimiento del cosmos, tampoco satisfacía su mentalidad abstracta, con lo que pronto se comenzaron a formular unos modelos matemáticos tendentes a dar explicaciones científicas a lo que los ojos podían vislumbrar en el firmamento.
La civilización griega, tan proclive a la abstracción, pronto se da cuenta de que la interpretación mítica del mundo no logra responder a sus interrogantes. Así, tal y como hicieron los egipcios, empezaron a extraer conocimientos prácticos del estudio del cielo. Conocimientos que en lugar de dirigirse a una práctica temporal (conocimiento de las estaciones y de los cambios climáticos para aplicar a sus cosechas), se dirigieron hacia la creación de una práctica espacial, ya que su interés residía más en la orientación de sus barcos que en el clima. No obstante está práctica del conocimiento del cosmos, tampoco satisfacía su mentalidad abstracta, con lo que pronto se comenzaron a formular unos modelos matemáticos tendentes a dar explicaciones científicas a lo que los ojos podían vislumbrar en el firmamento.
Los primeros en ahondar en esta línea fueron:
•Tales de Mileto (624-546 a.C.) En este paso del mito al logos al que hemos aludido, Tales fue el primero en intentar dar respuestas científicas, si bien un tanto rudimentarias. Heredero de los conocimientos babilonios y egipcios sobre astronomía que había recopilado en sus viajes por Oriente, propuso un modelo en el que una tierra estática en forma de disco, flota y es rodeada por un océano de agua, principio de todas las cosas. Explicación simplista basada más en la especulación que en la contrastación que deja en el aire cuestiones relativas al sol, los planetas o las estrellas; pero que sin embargo supone un gran avance con respecto al cosmos homérico en donde los dioses en las alturas del Olimpo o los infiernos bajo la tierra marcaban la vida de los mortales.
•Anaximandro de Mileto (610-545 a.C.) Fue fundamentalmente un filósofo especulativo, no obstante trata de explicar fenómenos concretos del universo, circunstancia que le obliga necesariamente a contrastar estas especulaciones con la realidad de los hechos físicos. Su contribución más destaca fue la introducción del gnomon (Figura nº3) que ya conocían babilonios y egipcios. Consiste en una varilla puesta en el suelo de tal forma que pueda proyectar una sombra, ésta cambia con las horas del día y a lo largo de todo el año, permitiendo de esta manera al astrónomo calcular las longitudes del año y del día, los puntos cardinales, el meridiano, el mediodía verdadero, los solsticios y los equinoccios y la longitud de las estaciones. Por lo que se refiere al modelo cósmico elaborado, Anaximandro propone una Tierra plana, de un espesor equivalente a 1/3 de su diámetro, en el centro del mundo. Por estar en esa posición central no tiene tendencia a caer en ninguna dirección pues equidista de todas las partes de la esfera. Propone un cielo de naturaleza ígnea y de forma esférica en torno a esta tierra, dentro del cual se contendría la atmósfera. A partir de aquí presupone una serie de esferas que rodean a la tierra en donde se encontrarían por este orden, la esfera de las estrellas fijas a unos 9 diámetros terrestres, luego la esfera de la Luna a 18 diámetros terrestres y luego el Sol a 27 diámetros terrestres. Supone como colofón a su modelo, que los cuerpos celestes son ruedas que giran en torno de la Tierra, que contienen una sustancia de naturaleza ígnea en su interior y que es posible apreciarlas en un agujero de la rueda, que es todo lo que vemos del cuerpo celeste. El orificio del Sol sería del tamaño de la Tierra, y por tanto los eclipses resultarían de las obturaciones de los respectivos orificios. (Figura nº4)
•Anaxímenes de Mileto (565-500 a.C.) Este filósofo y astrónomo propone como materia primigenia el aire frente a lo “indefinido” (apeirón) de Anaximandro. Es en este aire donde sitúa el cosmos siendo la razón última de que planetas, sol o luna no “caigan” a la tierra porque se sustentan en él. Todo el conjunto viene cerrado por una gran bóveda cristalina en la que las estrellas (más lejanas que los planetas) serían a modo de clavos fijos en su superficie. (Figura nº6)
•Cleostrato de Clenedos (540?-480? a.C.) A él se debe el descubrimiento de los signos de zodiaco, o mejor dicho su posicionamiento en el cielo y el recorrido anual que hacen los planetas frente a ellos.
•Parménides de Elea (540-470 a.C.) Es el continuador de la escuela Eólica fundada por Jenófanes. Su modelo de Universo es un centro con una tierra redonda (primero que lo postula) rodeada por distintas capas en donde se encuentran el sol y la luna, los planetas y finalmente las estrellas. Es un universo inmutable en donde no existe ni el cambio ni el movimiento (de hecho su filosofía niega estos dos conceptos al considerarlos como errores de percepción por parte de los sentidos, puesto que la perfección es inmutable, solo cabe achacar a nuestro imperfectos sentidos la idea de movimiento de los planetas y del sol).
•Heráclito de Éfeso (536-470 a.C.) Frente a la idea de Parménides de la inmutabilidad de las cosas, Heráclito propugna el movimiento constante de las mismas. A partir de esta concepción, el sentido del universo es el movimiento como condición de su equilibrio. El principio generador de todo será el fuego, de ahí la importancia del sol y de las estrellas, relacionando por primera vez su intensidad lumínica con su respectiva cercanía o lejanía de la tierra.
•Empédocles de Agrigento (492-435 a.C.) Tildado por unos como un charlatán y por otros como un héroe legendario, consideraba al universo como algo finito, sólido y esférico, hecho de aire condensado como el cristal. En esta esfera estaban sujetas las estrellas fijas que eran de naturaleza ígnea. La Luna es aire enrollado mezclado con fuego, es plana como un disco y está iluminada por el Sol. Suponía la existencia de dos hemisferios separados en el cielo, uno de fuego y el otro de aire con un poco de fuego, así explicaba la alternancia del día y de la noche. (Figura nº9)
•Demócrito de Abderea (460-370 a.C.) Concibe un mundo en movimiento de la misma manera que Heráclito, moviéndose por un espacio vacío. Las estrellas, los planetas, el sol y la tierra estarían todos formados por átomos, teoría atómica, por otro lado, aplicable a todas las cosas. Sin embargo tanto él como su maestro Leucipo, concebían una tierra plana.
•Anaxágoras (500-428 a.C.) Sus teorías sobre el cosmos se originan tras un hecho empírico: En el año 467 a.C. cae un gran meteorito en la región de Aegos. Esta circunstancia hace que las teorías abstractas anteriores hayan de adecuarse a la realidad. Esta realidad viene determinada por la creencia de que al caer el meteorito de día se pensó que provenía del sol, siendo por tanto la piedra caída parte de su composición, esto es, hierro incandescente. Fue el primero en pensar que los siete «planetas» están ordenados así: la Luna, el Sol y los restantes 5 conocidos. Este orden fue adoptado después por Platón y Aristóteles. La Luna la supone tan grande como el Peloponeso, parcialmente ígnea, y de la misma naturaleza que la Tierra; las desigualdades de su «cara» serían debidas a esta mezcla. También se dice que creyó que había planicies y valles en la Luna. Sabía que recibía su luz del Sol y dio la explicación correcta para sus fases y los eclipses lunares.
•Filolao de Tarento (Segunda mitad del siglo V a.C.) Discípulo de Pitágoras, recoge todo el saber pitagórico. Este saber consistía en la consideración del número y por ende de las matemáticas como fuente reguladora del mundo y del cosmos, es por ello que hay una armonía en la bóveda celeste. Como su maestro consideraba una tierra esférica, pero a diferencia de aquel, y de todas las teorías hasta el momento enunciadas, pensaba que la tierra se movía y giraba entorno a un fuego central al igual que lo hacía el sol, la luna y los cinco planetas. En este modelo propuesto se encontraba además la llamada anti-tierra, una antítesis de nuestro planeta que se movería a la misma velocidad que la tierra alrededor de este fuego central, razón por la cual no era posible su observación. Es difícil escudriñar las razones últimas para la introducción de este nuevo planeta en el modelo matemático del firmamento y, al margen de razonamientos hermenéuticos, posiblemente se debiese al interés tranquilizador de contar con diez cuerpos (número perfecto) en el firmamento.