Rosana Torres | Mérida www.elpais.com 31/07/2010
El Festival de Mérida estrena una versión libertaria de Aristófanes dirigida por Jérôme Savary, con Paco León en el papel de la protagonista y un coro de transexuales.
El asunto estaba calentito. El jueves en Mérida hubo 43 grados; por la noche, 36. Se batió el récord de venta de entradas (2.750) para un estreno en la historia del Festival de Teatro de Mérida del que se celebra su 56ª edición. El mérito no era solo del sobrecogedor Teatro Romano y Aristófanes, sino también del director francés Jérôme Savary, icono europeo del teatro lúdico y anarcoide y, sobre todo, del actor Paco León, protagonista de una Lisístrata -única producción del festival este año, hasta el 8 de agosto- feminista, atrevida, transexual, irreverente, libertaria, divertida, disparatada y pacifista en la que la sexualidad es carne para la reflexión, la mofa, el pitorreo, la política y para las luchas con las que alcanzar derechos y libertades. Todo se pone de manifiesto en este montaje que fue recibido la noche de su estreno absoluto con vítores y algarabía por parte de un público que siguió con complicidad y desternillándose de risa toda la función.
Reinó un Paco León -«versátil, genial y de bellísimas piernas», como dice Savary- divertido, riguroso y popular. Y así lo percibió el público. Y lo más importante, reinó alejándose con inteligencia de los personajes que le han hecho popular, empezando por el Luisma de la serie Aída. Menos mal. Aunque aquí se nota que el director le ha dado alas para esculpir una Lisístrata racial, energética, con aromas e incluso morcillas surgidas de ese portento llamado Lola Flores (a la que tanto admira el actor). León logra romper la cuarta pared apoyado por el público, lo cual, tratándose de Mérida, no es baladí. Llega a pedir a una chica del público «¡tócame la teta y verás!» y una vez hecho, insinúa que a continuación le toca a él tocar el pecho de la espectadora. Y todos se parten el espinazo de risa.
La propuesta de hacer una Lisístrata interpretada por hombres partió de Francisco Suárez, director del Festival de Mérida, que quiso jugar con la costumbre de la Grecia clásica, donde las mujeres no pisaban un escenario. Eran lugares sagrados y a ellas se las consideraba manchadas. Algo que explica pormenorizadamente el erudito británico Gilbert Murray en Esquilo, un libro de referencia sobre técnica escénica, escenografía, vestuario, máscaras y coturnos. Aunque en los tiempos de Aristófanes (444-385 antes de Cristo), posterior a Esquilo y contemporáneo de Sófocles y Eurípides, ya aparecen mujeres en escena, el autor de Lisístrata retoma la vieja prohibición para que sus comedias no se asociaran al género farsesco sino que se movieran en el terreno de la épica.
Savary confiesa que pensó que podía ser «una auténtica mariconada», pero conoció a Paco León, se entusiasmó y le aceptaron que el coro femenino fuera interpretado por «hombres raros, que un día descubrieron que eran mujeres o querían serlo». De ahí que el coro femenino esté interpretado por cuatro transexuales elegidas a través de www.diariodigitaltransexual.com, página impulsada por Carla Antonelli, la primera con la que contaron. Las demás elegidas fueron Dedée Cuevas, que ha hecho teatro y monólogos y estudia dirección de cine; Andrea Alvites, cajera de un supermercado, y Aitzol Araneta, licenciada en administración y dirección de empresas, políglota -habla alemán, inglés, euskera, castellano y francés-, formada en la sala Cuarta Pared y miembro de la Red Internacional por la despatologización de la transexualidad, tema de su tesis doctoral. «Siempre nos queda la duda de si nos llaman buscando circo, pero en la obra no es obvio y el tema no está tratado de manera morbosa», señala Araneta a lo que añade Antonelli, momentos después del estreno: «No es una cuestión de oportunismos, sino de oportunidades», añade, momentos después del estreno, Antonelli, conocedora de que el mundo transexual no ha logrado los derechos de que ya gozan gays y lesbianas.
Y en este juego iconoclasta, anarcoide y luminosamente desvergonzado de Savary, en el que cuenta cómo las mujeres hacen una huelga de sexos caídos para conseguir que los hombres hagan la paz, no aparece ni un solo sexo masculino. Y cuando surgen, son juguetes que parodian penes birriosos o todo lo contrario, como el que luce el siempre brillante actor Emilio Gavira, que con sus 128 centímetros de estatura se ve obligado a manejar un gran pene de más de 70 centímetros de longitud y con personalidad propia: una marioneta de hilos con la que canta Deh vieni alla finestra, la bellísima serenata del Don Giovanni de Mozart. Savary ha tenido el buen ojo de explotar las virtudes de sus actores y Gavira (que triunfó con esa escena y la frase de «¡¡todas son unas guarras menos mi madre!!») es poseedor de una voz bien formada, lo mismo que Ángel Ruiz, que aborda el personaje de Cinesias y se descuelga con una impecable interpretación de un fragmento de Orfeo y Eurídice de Gluck.
Pero el crack de la noche, de la obra, de este festival, es Paco León. Convincente, nada loca, con esa paciencia para convertir durante más de una hora sus rizos en una escultura capilar -no lleva peluca, solo extensiones- y con esa defensa de la inclinación lésbica de Lisistrata: «Está en Aristófanes, lo dice el autor, lo dice; nosotros solo lo hemos evidenciado», apunta en presencia de Joaquín Oristrell, responsable de la traducción y coautor de la versión junto a Savary, quien asiente tras el estreno. Y presumiendo de teta, solo una, traída de Alemania y de textura envidiable: «Que sea una es para hacerla más andrógina, para recordar a las amazonas, a las mujeres con cáncer de mama, al mundo femenino…»
Y junto a León, actores reconocidos como Fernando Otero, Santi Senso, Josep Ferré, Richard Collins-Moore, Eleazar Ortiz, entre otros, además de una veintena de figurantes ¡y la banda municipal de Mérida! Total, 90 personas en el escenario en algunos momentos. Como en los viejos tiempos de José Tamayo, que en los años sesenta y setenta llenaba el escenario emeritense para regocijo de los pechoslatas. Ese es el nombre que el desaparecido director daba a los extras que hacían de romanos en sus obras.
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