Marc Bassets, 24/04/2016 www.elpais.com

El intelectual estadounidense indaga en la obsesión de la sociedad por el saber práctico

Leon Wieseltier (Nueva York, 1952) es lo más parecido a un viejo intelectual a la europea que existe hoy en Estados Unidos. En sus debates con el psicólogo experimental de Harvard Steven Pinker, o en sus advertencias sobre los peligros de Internet, Wieseltier se ha erigido como defensor de las humanidades frente a lo que él llama el imperialismo de las ciencias. Crítico literario, ensayista y traductor, motor intelectual de la antigua revista The New Republic, Wieseltier recibe a EL PAÍS en su despacho de la Brookings Institution, el principal laboratorio de ideas de Washington. Desde hace un año, es senior fellow Isaiah Berlin para la Cultura y la Política: una especie de humanista jefe en un templo de la tecnocracia y los saberes prácticos.

Pregunta. ¿Qué aportan las humanidades a un think-tank como Brookings?

Respuesta. La influencia más poderosa, no sólo en la gestión de la política contemporánea, sino en la cultura contemporánea son los datos. Debido a las cantidades inimaginablemente altas de datos que generan las nuevas tecnologías, poseemos más números que nunca. Y esto suscita una cuestión básica: qué relación debe haber entre cuantificación y cultura, qué puede captar un número y qué no. Se les pide a los números que capten fenómenos humanos que no pueden captar. Se inventan medidas para dimensiones de la experiencia humana para las que no existen medidas: sólo palabras y descripciones, descripciones son matizadas, sutiles. Las ciencias sociales funcionan con los datos. La política requiere datos y generalizaciones, porque no puedes legislar para individuos, sólo para clases y grupos de personas. Pero hay aspectos importantes de la vida humana que no pueden describirse con estas generalizaciones. El humanismo es una ética: la creencia en la solidaridad universal que los humanos deberían tener. También es la creencia en que algunos ámbitos de la vida humana no pueden entenderse de la manera que la ciencia entiende las cosas. No es que el humanismo sea el enemigo de la ciencia: es el enemigo de la ciencia imperialista. Vivimos en una edad dorada del imperialismo científico y económico. En la sociedad americana, por ejemplo, las máximas autoridades en materia de felicidad son los economistas, lo cual es grotesco.

P. ¿No es la separación de la ciencia y las humanidades una separación arbitraria del siglo XIX?

R. No me importa que sea del siglo XIX o del XXII. No creo que las viejas ideas sean equivocadas y las nuevas, acertadas. Es cierto que en el siglo XIX hubo pensadores alemanes que concluyeron que la vida humana interior, la subjetividad, no podía entenderse con los mismos métodos que las ciencias naturales. Y tenían razón. Aunque el 99,9% de una persona pueda explicarse con los métodos de las ciencias naturales, el 0,1% que queda es a lo que me refiero cuando hablo de la persona humana. La diferencia humana escapa a la explicación científica. Es posible que las humanidades y las ciencias estudien lo mismo, la vida humana, pero la estudian de manera distinta. La comprensión de la poesía por medio de la genética tiene tan poco sentido como la comprensión de la genética por medio de la poesía. Sabemos que las humanidades y las ciencias pueden florecer al mismo tiempo, excepto cuando la ciencia y la tecnología se vuelven arrogantes sobre su lugar en la vida humana. La cuestión sobre el lugar que ocupa la ciencia en la vida humana no es una cuestión científica. Es una cuestión filosófica. La ciencia no puede decirnos qué lugar debe ocupar la ciencia. Cuando las ciencias imponen su autoridad más allá de los límites de su propio ámbito, la ciencia se transforma en cientismo, que es algo distinto. La ciencia es la ciencia y nadie en sus cabales no la apoyaría y estaría agradecido por lo que hace, pero el cientismo es una ideología sobre cómo entender la vida humana. Es una versión del materialismo.

P. ¿Hubo algún tiempo en el pasado en el que las humanidades ocuparon el lugar adecuado?

R. Siempre hubo una tensión entre las humanidades y las ciencias naturales. Siempre hubo también una armonía. Pero hubo un tiempo en que las humanidades tuvieron un prestigio mucho mayor en las sociedades occidentales. El prestigio de las humanidades en la sociedad americana nunca ha sido más bajo. La sociedad americana todavía se ha vuelto más utilitaria de lo que ya era. El pragmatismo es el culto de la practicalidad, de la utilidad, de los resultados. Todos es una transacción. Todas las complejidades, ambigüedades, ambivalencias, oscuridades que las humanidades nos enseñan a reconocer han sido borradas. Todo se trata de un modo utilitario.

P. ¿Me puede dar un ejemplo?

R. Si mira cómo se justifican las humanidades en Estados Unidos, se hace sobre bases utilitarias. Los teatros son importantes, ¿por qué? Porque revitalizan barrios. Los licenciados en inglés son útiles, ¿por qué? Porque muchos consiguen trabajo en McKinsey. Ya no es legítimo defender las humanidades intrínsecamente, por su mismo valor. Si quieres defenderlas, debe ser por sus resultados sociales y económicos, mientras que la verdadera línea de defensa de las humanidades tiene que ver con el cultivo de la personalidad y la educación del individuo: la idea es que un individuo expuesto a las humanidades, que ha tenido su mente, corazón y espíritu educado por las artes, será un mejor amigo, un mejor padre, un mejor marido o mujer, una mejor madre un mejor ciudadano, un mejor vecino. Este es el beneficio: no llevará a resultados económicos, y no hay manera de medirlo.

P. ¿Qué culpa le atribuye a Internet?

R. Ha elevado la tecnología a una centralidad en las vidas individuales como nunca antes. Ha alentado ciertos hábitos mentales y desalentado otros que tiene un impacto en lo preparados estamos ante las humanidades. Internet es el mayor asalto a la atención humana que jamás se haya diseñado. Es una guerra contra la atención, contra el tiempo: todo tiene que ver con la rapidez.

P. ¿Hay algo que hacer ante esta ola de tecnología, de cientismo?

R. Hay que resistir. El acto más revolucionario que uno pueda hacer, fuera de la política, es ralentelizar: la desaceleración. Hay una cosa con la que Internet nunca acabará, y me da igual lo que diga Google, o lo que planee: es la realidad física. El cuerpo, el árbol allí fuera, el edificio de enfrente, el cuerpo de tu novia. La experiencia física, la experiencia de los sentidos. Esto ofrece alguna resistencia a todo esto. Y algunas artes. No puedes acelerar la música. Si no te gusta una sinfonía de Mahler, te marchas del concierto, no puedes hacer que la toquen más rápido.

FUENTE: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/22/actualidad/1461325857_569581.html