Ricardo Ruiz de la Serna gaceta.es 30/10/2021
Hace pocos días se divulgó el contenido del Decreto de Enseñanzas Mínimas que ha de desarrollar la Ley Orgánica 3/2020 de 29 de diciembre, que modifica a su vez la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación. El galimatías normativo en materia educativa nos daría para otra columna, pero yo estoy aquí para alertarles de un peligro.
Sobre las materias clásicas en Secundaria y Bachillerato -Cultura Clásica, Latín de 4º de la ESO y Latín y Griego en Bachillerato- se cierne una amenaza formidable. Ninguna de esas asignaturas se considera obligatoria en el texto del decreto. Corren el riesgo, no de ser suprimidas -eso les daría, al menos, la dignidad de caer gritando su nombre-, sino de quedar diluidas, mezcladas, confundidas en el marasmo de las asignaturas optativas y condicionadas a un número mínimo de alumnos. Sometidas al capricho, la apetencia y el gusto de los alumnos, es improbable que haya unos pocos que, como los náufragos de la Eneida, aparezcan nadando en el gran remolino para aferrarse a la tabla de salvación de las humanidades clásicas.
No bastaba, sin embargo, disolverlas. Era necesario, además, estrangularlas.
El llamado Bachillerato General competirá con el de Humanidades hasta hacerlo residual o eliminarlo. Ya lo vimos, en el nivel universitario, con carreras como la Filología Románica o la Bíblica Trilingüe. Primero se impone el estigma de “no tener salidas” -ya hablaremos de estas consignas otros día- de modo que no lleguen alumnos. Después, se lamenta el cierre o la desaparición porque “hay que educar para el empleo” como si la cultura de Grecia y Roma, la filosofía, la historia y las lenguas clásicas no formasen el espíritu y la inteligencia.
Pero no se trata sólo de eso. Aunque las humanidades clásicas no sirviesen para producir bienes y servicios en una economía del mercado, sí sirven para formar hombres libres -hombres y mujeres, ya se entiende- y eso es mucho, muchísimo más importante que adquirir determinadas habilidadesque, por útiles que sean, caducarán tan rápido como cambie la tecnología.
Las humanidades forman a la persona. Enseñan la disciplina que impone la traducción del griego y el latín. Adiestran en la capacidad de discurrir más allá de lo evidente. Andrea Marcolongo invita en “La lengua de los dioses” (Taurus, 2017), a pensar como un griego. Detrás del aoristo, que tantos pesares causa, hay toda una concepción de la acción en el tiempo. Bajo los misterios de las perifrásticas y los participios latinos –“morituri”, “amatulus”, “educandos”- late un universo de matices que prepararán al estudiante para adentrarse no sólo en otras lenguas, sino en las complejidades de la comunicación. Quien trate de aprender ruso o alemán agradecerá haber cultivado la amistad de Jenofonte y César. Sin embargo, me resisto a caer en el argumento manido de la “utilidad” (indiscutible, por otra parte) de las humanidades. Ellas forman la inteligencia y la virtud y, sin virtud ni inteligencia, es imposible construir nada duradero ni valioso.
Desde los griegos, los romanos de Occidente y de Oriente -todos somos, por cierto, bizantinos- y toda la civilización del occidente medieval, nuestro modo de vida brota del mundo clásico y del cristianismo. En su “Oratio ad adolescentes”, que Ciudad Nueva publicó en 2011 con el título “A los jóvenes”, Basilio de Cesarea enseña cómo la literatura griega nos dispone para recibir y comprender la fe cristiana. Catulo indica que la medida del amor es perder la cuenta de los besos sin reparar en lo que digan los demás. Las cóncavas naves nos desvelan el misterio del mar: no sólo es una barrera. También puede ser un puente y un camino.
La plataforma Escuela con Clásicos ha convocado “una concentración de rechazo y protesta por esta legislación” para el próximo sábado 6 de noviembre de 12:00 a 14:00 en la calle Alcalá 34 de Madrid, sede del Ministerio de Educación. Firman la convocatoria las principales sociedades de estudios humanísticos de España; entre ellas, la Sociedad Española de Estudios Clásicos, y la Sociedad Española de Bizantinística.
Si pueden ir, no falten.
FUENTE: gaceta.es