Juan José R. Calaza www.farodevigo.es 07/04/2013
La escuela española es incapaz de formar estudiantes con comprensión lectora, matemática y científica que alcancen la media de los países de la OCDE. El hecho cierto es que chapoteamos sin rubor en los últimos puestos. También es significativamente escaso el porcentaje de alumnado que sube a cotas de rendimiento avanzado.
Insistir en que numerosos españoles -no solo jóvenes adictos al botellón y sms– están aquejados de persistente incapacidad para entender expresiones sencillas expuestas en libro o pantalla resulta tan socorrido como convencional. La diaria experiencia personal lo confirma y los estudios internacionales lo corroboran. Si ponemos como ejemplo una expresión elemental, verbigracia «Para la hora de verano hay que adelantar, a las 2h., una hora el reloj» más de la mitad de los lectores no entenderá lo leído. No digamos si la expresión hubiese sido «La Bolsa bajó un 50% miércoles y volvió a subir otro 50% jueves» pues aunque bastantes lectores entenderían (si se hubiese dado el improbable, casi imposible, caso) que efectivamente se derrumbó de, pongamos, 100 a 50 miércoles, el noventa por ciento de los susodichos creerá que volvió a recuperarse completamente jueves cuando la realidad es que una subida del 50% la sitúa en 75, no en el 100 inicial. Quiere decirse, a la falta de comprensión lectora hay que añadir el «anumerismo» reinante.
En 1988, John Allen Paulos publicó «Innumeracy: Mathematical Illiteracy and Its Consequences» -traducido al español, «El hombre anumérico»– que obtuvo un enorme éxito editorial. El libro trataba el «anumerismo» o «incapacidad de manejar cómodamente los conceptos fundamentales de número y azar» que sufren incluso personas con gran instrucción y cultura.
Evidentemente, el problema no es solo español, afecta también a potencias mundiales en matemáticas, como Francia, inmersas en la excelencia. En 2002, 2006 y 2010 siempre hubo algún francés galardonado con la medalla Fields, otorgada cada cuatro años, que se considera en matemáticas el equivalente al Nobel en otras disciplinas. Sin embargo, a pesar de esos nobles laureles, la mitad de la población francesa es incapaz de calcular que 100 euros colocados al 2% anual se convierten en 102 al cabo de un año.
El 15% de los alumnos franceses entre 14-15 años desconoce completamente nociones elementales que se les enseña desde niños; el 30% son incapaces de multiplicar o sumar a mano números sencillos, y al no saber multiplicar no llegan a obtener el cubo de 3 ó 4. Tampoco son capaces de resolver una regla de tres o una ecuación simple u obtener un porcentaje sin calculadora. Y únicamente el 15%, los más brillantes, saben que hay que multiplicar por 10.000 al convertir metros cuadrados en centímetros cuadrados; en fin, solo ese reducido porcentaje es capaz de responder 33 cuando se pide calcular los tres cuartos de 44 u obtener, dados los datos pertinentes, el área de un círculo.
Stella Baruk, pedagoga francesa especializada en la metodología de la enseñanza de las matemáticas a niños y jóvenes, es autora de «La edad del capitán» («L’âge du capitaine») libro que plantea un famoso problema más o menos en los siguientes términos. Un barco sale el 14 de mayo del 2008 de Buenos Aires con rumbo a Vigo; la velocidad de crucero que puede alcanzar, si hace buen tiempo, es 14 nudos; arriba a destino el 8 de junio 2008; el barco transporta 537 ovejas, de un peso medio de 76 kilogramos por oveja, y 245 vacas de un peso medio de 667 kilogramos; el capitán se llama Roger, nació en Brest un 25 de enero de año impar y tiene una hermana, Eva, 2 años menor que él. ¿Cuál es la edad del capitán sabiendo que la mitad de su vida ha estado embarcado? Parece mentira pero un porcentaje importante de los jóvenes, y no tan jóvenes, interrogados dio una respuesta precisa aunque, claro está, todas fueran distintas por erróneas y fantasiosas; otro porcentaje nada desdeñable realizó numerosas operaciones indicando aproximadamente algún tipo de solución. Sólo un cuarenta por ciento de los interrogados, si mal no recuerdo, respondió que no se puede obtener la solución: faltan datos, a pesar de tantas cifras.
Cuando no se entiende lo que se lee ¿cómo se van a entender las matemáticas? El problema «La edad del capitán» es muy ilustrativo, no se necesita ningún conocimiento de matemáticas para resolverlo puesto que, así planteado, no tiene solución: simplemente se necesita entender el enunciado. El caso francés es perfectamente aplicable a España pero en peor.
Las propuestas para reparar el desaguisado cometido en la enseñanza de las matemáticas -¿profesores, programas, entorno?– son múltiples. Una que goza de gran predicamento es importar modelos hoy día exitosos como el finlandés, el coreano o el de Singapur. No soy partidario de importar modelos pues solo se absorbe una parte de los mismos, es imposible transferir al completo las pautas mentales y culturales de una sociedad a otro contexto, con lo cual puede ser peor el remedio que la enfermedad. Baste recordar la razón profunda del fracaso del euro: importamos el marco con inmadura desenvoltura soslayando el resto de los elementos fundamentales del modelo económico alemán.
Mi propuesta es que hay que volver al latín como lengua común preservando, si se quiere, las lenguas nacionales. Por varias razones. La primera es de orden político: no se puede construir Europa sin un idioma común. Ese idioma no puede ser el inglés; el inglés, para el rock. La segunda: el conocimiento del latín elevará la cultura media de los europeos y estimulará un desarrollo científico sin precedentes. Las traducciones de latín y griego eran la gimnasia intelectual que más desarrollaba la capacidad lógica de los estudiantes de antes, más que las matemáticas, y seguirían siéndolo en esta época de embrutecimiento digital.
El latín no es una lengua que se escriba sino que se esculpe, no se habla en ella sino se diserta. Pero, sobre todo, es importante por la nobleza que confiere a quien sabe escribirla y hablarla con dignidad. Ni feísmo ni botellones ni programas del cuore ni insufribles salsas, raps y selváticas pachangas tienen cabida en una sociedad anclada culturalmente en el latín.
Esta debería ser la nueva divisa de Europa: «Con el latín contra la barbarie».
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