José Marín Medina | Madrid www.elcultural.es 14/12/2007

La renovación del Alcázar llevó a Velázquez a Italia, a comprar pinturas y esculturas antiguas. Era el enviado de Felipe IV, para quien, además de pintar, desempeñó otras muchas funciones. El profesor Miguel Morán Turina nos acerca esta otra faceta, la más desconocida, del pintor de Las meninas. Y José Marín-Medina pasea por la exposición que ha reunido estas esculturas italianas en Madrid, y que, comisariada por José Mª Luzón, puede verse desde mañana en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

El segundo viaje que Velázquez hizo a Italia (1649-1651) tuvo por objeto adquirir pinturas originales y esculturas antiguas para renovar a fondo la decoración del Alcázar de Madrid, fortaleza del siglo IX que habían habitado en repetidas ocasiones los Trastámaras de Castilla, adaptándola en el siglo XV como residencia palaciega. El Alcázar fue ampliado por el renacentista Covarrubias en tiempos de Carlos V, y por el clasicista Juan Bautista de Toledo por encargo de Felipe II, cuando fijó la corte en Madrid. A ello siguieron en el XVII las reformas de Felipe III y el ambicioso plan de remodelación de Felipe IV, quien decidió incardinar a Velázquez en el proyecto, apreciándolo no sólo ya como su pintor, sino también como asesor y agente suyo.

El cuerpo de pinturas adquiridas por Velázquez en Italia está suficientemente estudiado. En cambio, había quedado en la penumbra el capítulo de su compra de vaciados de “las más celebradas estatuas que en diversos lugares de Roma se hallan”. Constituye, así, un acontecimiento sorprendente y esclarecedor esta exposición de los bronces y yesos gestionados por nuestro pintor en aquel complicado viaje, en el que logró vencer tantas reticencias de los grandes coleccionistas romanos –el Papado, los Borghese, Ludovisi, Medici, Farnese, Caetani…–, opuestos a que se sacaran vaciados de su estatuaria. Aquel conjunto, reunificado por vez primera en esta exposición, y los muchos y rigurosos estudios que engrosan su catálogo, hacen que el acontecimiento sea notable. Superados ahora, con el comisariado de José Mª. Luzón, tantos errores de identificación, procedencia y restauración, sabemos por fin cuáles son exactamente las estatuas que Velázquez hizo traer y cómo se dispusieron en las dependencias del Alcázar. Así, en el fastuoso Salón de los Espejos se instalaron, pareados, formando pies de los seis bufetes de pórfido que allí había, los doce leones de bronce dorado, vaciados de los de la Colección Medici; en la Pieza Ochavada los bronces del Germánico, Sátiro en reposo, Discóbolo en reposo y Espinario se colocaron sustituyendo los retratos de Carlos V, Felipe II y María de Hungría, obra de Leone Leoni; en la entonces denominada Habitación del Hermafrodita se dispuso la homónima figura de bronce esculpida por Bonuccelli, y la Venus de la Concha; a la entrada y salida de la Galería del Cierzo se colocaron los colosos del Hércules y la Flora Farnese; en fin, las Bóvedas de Tiziano se adornaron con los vaciados del Laoconte, el Nilo, Antinoo, el Apolo de Belvedere, el Hermes, el Ares Ludovisi…

Del proyecto se desprende una conjunción de intenciones no sólo ornamentales, sino asimismo de representación del poder, de gusto, coleccionismo y patrimonio. A ello se añade un efecto de mucho interés: el influjo de la estatuaria clásica sobre la pintura de Velázquez. Así lo apunta Alfonso Rodríguez G. de Ceballos en su texto del catálogo, subrayando la huella del Ares Ludovisi sobre el Marte de Velázquez, y el influjo del Hermafrodita (del que Velázquez tenía copia) sobre su Venus del Espejo, y los recordatorios de uno de los Luchadores de la colección Medici y del Galo moribundo sobre la composición velazqueña de Mercurio y Argos. Con lo que esta exposición conecta con la que ahora mismo dedica El Prado a las Fábulas de Velázquez.

Un suceso pavoroso, el incendio que devastó el Alcázar el día de Navidad de 1734, afectó y diezmó las colecciones reales, y resultó demodelor para los vaciados escultóricos. Los bronces que se salvaron pasarían luego al nuevo Palacio Real y al Museo del Prado, mientras el lote de los yesos se destinó a la Sala del Modelo del yeso de la Real Academia de San Fernando –establecida en 1752–, con lo que los vaciados cambiaron de estatuto para servir –hasta no hace mucho– de modelos de dibujo a los estudiantes de Bellas Artes. Al fundirse aquel fondo con la nueva adquisición de Fernando VI y con otra estatuaria procedente de los talleres de Olivieri, Felipe de Castro y del pintor Mengs, el conjunto se confundió… hasta hoy, cuando esta exposición culmina un proceso de documentación, análisis y restauraciones, que vuelve a esclarecer el sentido y los frutos de la estatuaria que Velázquez trajo de Roma.