EFE 07/12/2008
Por la falta de conocimientos médicos a la hora de realizar traducciones históricas, se han cometido «más errores» como la causa de la muerte del emperador romano Maximiano.
¿Fue una epidemia la que mató a una tercera parte de la población ateniense durante la Guerra del Peloponeso contra los espartanos?, ¿Sufría ataques de epilepsia el emperador romano Julio Cesar? ¿Qué enfermedad dejó en coma a Santa Teresa de Jesús? Tras dirigir un total de cuarenta tesis doctorales en medicina, el oncólogo gallego Avelino Senra Varela responde a estas preguntas basándose en la medicina para interpretar textos históricos desde la Antigüedad al Renacimiento.
Un hongo muy agresivo
El cornezuelo del centeno, un diminuto hongo que afecta a este cereal y provoca la enfermedad del ergotismo, ha ocasionado millones de muertes desde la antigüedad. El mal, también llamado «fuego sagrado», se manifiesta con gangrenas mutiladoras, producidas por la acción vasoconstrictora de los alcaloides de este hongo sobre los vasos sanguíneos.
Materia prima del LSD y de numerosos medicamentos, este parásito causó la muerte de cientos de atenienses durante los dos primeros años de la Guerra del Peloponeso (431-404 a.c.), un periodo que cambiaría el mapa de la antigua Grecia reduciéndola a un estado de sometimiento ante Esparta. «Fue un envenenamiento masivo a través de los tres pozos con los que contaba entonces la ciudad estado de Atenas», asegura el profesor Senra.
Las respuestas, en los clásicos
Para llegar a esta conclusión, Senra ha buceado en los textos de Tucídides -uno de los padres de la historiografía clásica, junto a Heródoto- y los ha analizado desde la óptica médica.
«El autor griego habla de una infección masiva, decía que las aves del cielo caían fulminadas al picar la carroña, pero ninguna infección puede matar a alguien de manera fulminante». Además, añade, los síntomas descritos como la perforación de intestinos o la atrofia de las extremidades «no ocurren nunca en una infección».
A propósito
Si a ello añadimos el conocimiento que en la época tenían de las sustancias venenosas, y que el entonces gobernante de Atenas, Pericles, mandó abrir las fronteras, la conclusión para Senra es clara: «Los enemigos de Atenas envenenaron a la población con una mezcla de venenos, incluido el cornezuelo del centeno».
Objeto de análisis en su tesis ha sido también Cayo Julio César, descrito por los autores de la Antigüedad como epiléptico y homosexual -lo acusaron de ser el amante del rey Nicomedes de Bitinia- pero «nada más lejos de la realidad», asegura Senra, puesto que «era un mujeriego» y la presunta epilepsia «eran convulsiones sintomáticas que sólo se le repitieron en tres ocasiones». «Hasta un 10% de la población normal puede sufrirla a lo largo de su vida», sentencia.
Una úlcera que era cáncer
Por la falta de conocimientos médicos a la hora de realizar traducciones históricas, se han cometido «más errores», como el referido a la causa de la muerte del emperador romano Galerio Valerio Maximiano, que murió en el año 311 de nuestra era. «Falleció de cáncer aunque lo traducen por úlcera, a pesar de que sus síntomas eran los del primero y conocían perfectamente la enfermedad».
Y es que a pesar de que franceses, españoles, italianos y griegos «han creado la terminología médica mundial», Senra argumenta que los ingleses, a pesar de que sus adjetivos para expresar términos médicos «son copiados de las lenguas mediterráneas», son los que realizan las mejores traducciones del clásico.
Sobre santa Teresa de Jesús
Otra teoría que desmonta es la supuesta histeria o epilepsia atribuida a Santa Teresa de Jesús. A partir de los síntomas que ella describe y aportaciones de otros autores, Senra encaja su diagnóstico con una neurobrucelosis (infección del cerebro), una enfermedad frecuente en Ávila en el siglo XVI.
El diagnóstico de epilepsia o histeria en la Santa no tiene, en su opinión, «ningún fundamento». A los 23 años, según su relato, Santa Teresa acudió a una curandera porque sufría los síntomas de una meningoencefalitis, «pero ésta le dio purgantes diarios que estuvieron a punto de matarla, hasta que finalmente el 15 de agosto de 1539 entró en coma durante cuatro días».
Por los síntomas mostrados al despertar, Senra concluye que ni la epilepsia ni la histeria afectaron a la fundadora de las Carmelitas Descalzas, sino «simplemente unas convulsiones sintomáticas ocasionales en el curso evolutivo de una enfermedad infecciosa crónica que afectó a su cerebro en una sola ocasión en su vida».