Mario Eduardo Viaro www.elcastellano.org
Desde que se escribió el primer texto que conocemos en latín, la Fíbula de Preneste, en el siglo VII antes de Cristo, el latín se desarrolló como cualquier lengua, dejando sus huellas en autores antiguos, que conocemos apenas por fragmentos: Livio Andrónico, Nevio y Enio. Más tarde aparecerían los textos de Catón y las comedias de Plauto y Terencio, escritas en un latín bastante diferente de aquél del siglo I antes de Cristo, cuando comienza la llamada fase clásica de la literatura latina: César, Cicerón, Ovidio, Horacio, Virgilio, Cátulo. En el período posclásico viene la narrativa de Apuleo, Persio, Juvenal, Marcial, Vitruvio, Tácito, Petronio, Plinio, Séneca y de los narradores cristianos: Amiano, Marcelino, Lactancio, Ausonio, Santo Ambrosio, Carisio, San Agustín y la Vulgata, la traducción latina de la Biblia hecha por San Jerónimo, cuyo estilo inspira toda la Edad Media.
Desde Varrón, la lengua sufre normalización, que fue reforzada por Quintiliano, Donato, Macrobio, Consencio, Pompeyo y Sidonio Apolinario. Durante la Edad Media, el latín adquirió su status de lengua universal: las leyes francesas se escribieron en latín hasta el siglo xvi, las autoridades escriben todo en latín: las etimologías de San Isidoro de Sevilla; los tratados de música de Boecio; libros de medicina, como los de Marcelo Empírico y Oribasio; de culinaria (Apicio); de veterinaria (Vegeto Renato); de conservación de alimentos (Ántimo) y, sobre todo, textos religiosos. Aristóteles es leído en su versión latina, así como la Biblia.
En el Renacimiento, el latín fue el modelo sintáctico y de estilo para el desarrollo de las lenguas modernas, y del propio esquema gramatical sobre el cual son descritas. Hasta no hace mucho tiempo, no sólo las misas, sino también las descripciones de la Botánica y la Zoología eran en latín; los nombre científicos lo son hasta hoy.
Y viene siempre la pregunta fatídica: ¿Pero para qué sirve el latín hoy? Suelo contestar que es una pregunta impropia pero, ya que se hace, voy a intentar contestarla. Es preciso admitir que en el siglo xxi, dominado por la electricidad y la velocidad, parece extraño y hasta anacrónico el estudio del latín. ¿Cuál es la utilidad de una lengua muerta, que requiere atención, dedicación y esfuerzo? ¿En qué va a cambiar mi vida o llevarme a ocupar posiciones más elevadas en la sociedad? Todo depende de cómo encaremos el problema. Con el latín, aprenderemos a conocer mejor nuestro idioma, que contiene misterios interesantísimos. El latín nos sirve como trampolín para sumergirnos más profundamente en nuestra visión del mundo, en nuestra manera de pensar, en nuestra vida. Aquel que entiende bien el mensaje que el latín trasmite en sus textos se cuestionará mejor y verá que antes de nuestros valores hubo otros, muy diferentes, pero perfectamente coherentes, que merecen nuestra admiración y respeto.
Lejos de ser retrógado, el estudio del latín asociado al estudio de la vida social en Roma nos permite vislumbrar cuántas cosas cambiaron y cuántas permanecen sorprendentemente con la misma forma que tenían entonces, muchas veces apenas con otro nombre.
Lo que se heredó del Imperio Romano a lo largo de estos 27 siglos de uso del latín escrito no fue poco. Resumiendo, yo contestaría con otra pregunta: ¿cómo no estudiar latín?
Una lengua muerta que vive y respira
De «lengua muerta» el latín no tiene nada. Veamos, por ejemplo, expresiones son usadas en Derecho. ¿Quién puede decir que nunca oyó hablar de hábeas corpus? ¿O de que una Cámara legislativa no se reunió por falta de quórum? El latín está en nuestra vida cotidiana cuando enviamos un curriculum vitae, cuando pensamos en una posgraduación lato sensu o cuando ponemos una posdata a una carta. Esta lengua calificada como «muerta» está presente en las tecnologías modernas, como en la fecundación in vitro o en el fax (abreviatura de fac simile, que significa «haga de manera semejante»). Muchas palabras que nos llegan del inglés vienen en realidad del latín, como el horrendo anglicismo deletear, del verbo to delete¸ que a su vez proviene del latín deleo, que significa destruir, como en Delenda est Cartago.
El latín está tan entrañado en nuestra lengua que hasta se confunde con ella: ídem es latín, así como grosso modo, per cápita o etcétera y hasta la expresión alias, cuando decimos «Joselo, alias José Luis». Está entrañado en el español en palabras y expresiones como a priori, alter ego, Homo sapiens, lapsus, modus vivendi, statu quo, sui generis, Aedes aegypti.
Por tanto, la cuestión no es aprender o no el latín. Él ya convive con nosotros pues es el alma de nuestra lengua. Con el latín, vemos que las irregularidades y las temibles excepciones de las gramáticas no son ni irregularidades ni excepciones. Todo adquiere una lógica más diáfana y previsible. Si sabemos bastante latín habremos ampliado nuestro horizonte lingüístico y esto nos destacará de los demás. Y así queda contestada la pregunta de aquel que quería mejorar su posición social.
Pero no sólo del latín se ha hecho nuestra lengua: algún conocimiento de griego nos permite vislumbrar muy de cerca aquello que Platón llamaba «la verdad de la palabra», esto es su origen, su étimo, como decían los griegos. Así, la palabra comer viene del latín comedere, lo que en gramática histórica se puede indicar así: comedere > comer. O sea que el étimo de comer es comedere, que en latín significa «comer junto con otras personas». Muchas palabras que conocemos guardan relación directa con otras desde el latín, pero a veces es preciso ponerlas una junto a otra para tener una sorpresa: volare, por ejemplo, es el verbo latino para volar, apenas perdió la e final. Y el radical latino vol- aparece en otras palabras; cuando decimos que el alcohol es un líquido volátil queremos decir que puede volar, evaporarse.
Aquila aparece en la palabra española águila, con el cambio de la q por g, igual que en aqua > agua, pero el radical latino aquil se mantiene en nuestra lengua en aquilino.
El radical de dominus (señor) se ve fácilmente en dominar, dominio, dominación, condominio. Pero con el paso de los siglos algunas palabras se desgastan y se tornan poco reconocibles. Domina (señora), se convirtió en doña y su diminutivo popular dominicella en doncella. También el adjetivo dominicus «del señor», nombre que Constantino atribuyó al primer día de la semana se convirtió en domingo.
La palabra stella llegó a nosotros como estrella, pero la raíz original podemos reconocerla en el nombre de un conjunto de estrellas, constelación, y en el de un viaje entre las estrellas interestelar. El verbo ver en latín es video y podemos ver cómo la palabra latina reaparece en vidente (el que ve), evidente (aquello que todo el mundo ve) o en los aparatos de video. El verbo latino audio es oír en español, pero la raíz original se mantiene en toda una familia de palabras que incluye audición, auditivo, audífono, etc.
El marinero en latín es nauta, que revive en astronauta y cosmonauta¸ marineros que navegan los astros o el cosmos.
En latín, las preposiciones se juntan a los verbos convertidas en prefijos, lo que confiere a su significado una precisión increíble. Veamos:
-Volo es «volar»
-Advolo es «volar hacia»
-Avolo es «volar alejándose de»
-Curro es «correr»
-Accurro es «correr hacia»
-Acurro es «correr alejándose de»
-Succurro es «correr hacia abajo» (socorrer)
Algunos derivados cambian un poco de sentido. así, voco significa llamar (el mismo radical de vox, vocis, presente en vocal, vocativo), pero advoco es «llamar a acercarse», de donde proviene advocatus (el que fue llamado a acercarse para ayudar, o sea, el abogado); invoco es «llamar hacia dentro», invocar; provoco es llamar hacia delante (para pelear).
Otros ejemplos:
-cado es caer
-incido es caer dentro
-decado es caer desde lo alto
Ocurre aquí una apofonía, es decir, un cambio de vocal en la raíz (cado > cido).
La apofonía, la prefijación y la asimilación son esenciales para relacionar las palabras del español con sus raíces latinas. Veamos otro ejemplo:
-capto es tomar, coger
-excepto es tomar hacia fuera, o sea, retirar (observe la apofonía capto > -cepto).
Del verbo excepto proviene el sustantivo exceptio, en español, excepción. Vemos ahora por qué excepción no se escribe con s; la partícula latina tio se convierte en español en ción.
Vemos aquí otra ventaja de saber latín: conociendo la etimología, difícilmente podremos cometer faltas de ortografía.
Verbos y derivaciones
Muchas de las formas nominales de los verbos latinos (participios presente, pasado y futuro, gerundios, supinos y gerundivos) son una fuente inagotable de derivaciones. Así, el verbo canere (cantar) tiene el participio pasivo cantus (cantado) de cuyo radical cant- proviene cantar. De ese mismo radical tenemos accentus «acento», resultado de la prefijación y de la apofonía (como vimos más arriba, prefijación consiste en añadir un prefijo y la apofonía, en cambiar una vocal de la raíz): ad+cantus (que acompaña el canto, o sea, la melodía de una forma de hablar).
Por otra parte, los verbos irregulares ofrecen a veces duplicidad etimológica: assim refero, que significa «llevar hacia atrás» llegó al español como referir y su participio pasado relatus «aquello a lo que se refiere» generó el sustantivo relato y el verbo relatar.
A primera vista, algunos verbos parecen no tener nada que ver con nuestra lengua, como tango (tocar), pero su participio pasivo tactus ya nos resulta más familiar, pues lo vinculamos con tacto, con intacto (no tocado) y con contacto (tocarse uno con otro).
El verbo quiesco (descansar) puede no parecernos muy familiar, pero la forma supina de este verbo quietum nos resulta más conocida.
El verbo rideo (reír) tiene el supino risum, de donde proviene la palabra española risa. Sin embargo, el radical rid reaparece en ridiculo (aquello de lo cual se ríe).
El verbo ago (hacer) puede no sonarnos muy familiar, pero su participio presente es agens -ntis (aquel que hace), que dio lugar a nuestro agente. Y del gerundivo de este verbo tenemos agenda, es decir, «las cosas que deben ser hechas».
Para concluir, veamos cómo el latín nos ayuda a aprender mejor las demás lenguas. Así, el verbo absum tiene el participio presente absens, absentis (el que está ausente), en inglés, absent. El verbo exeo (salir) tiene como participio pasado exitus, que dio lugar al vocablo inglés exit (salida).
También transfero (formada por el verbo fero y el prefijo trans) dio lugar en español a transferir, mientras que su participio pasivo translatus sirvió para crear en inglés el verbo to translate (traducir, es decir, transferir de una lengua a otra).
A primera vista, el verbo deleo puede parecernos extraño… hasta que conocemos su participio pasado, deletus, que dio lugar en inglés al verbo to delete, bien conocidos por la mayoría de los usuarios de computadoras.
Después de estos ejemplos, creemos que debe resultar más claro el hecho de que la importancia de la lengua latina es hoy tan grande como en otros tiempos. El latín sigue siendo el alma de nuestro idioma y la clave más importante para su comprensión.
En los años 50, el profesor brasileño de Filología Románica Maurer Jr., muy respetado en su área, había defendido la tesis de que el latín había servido, durante toda la Edad Media, como elemento principal de uniformidad entre las lenguas del Imperio Romano de Occidente.
Conocer su estructura y su funcionamiento, la productividad de sus raíces, de sus prefijos y sufijos, nos permite deslindar mejor el verdadero significado de las palabras en castellano, su étimo, como decían los griegos. Además, se hace mucho más fácil aprender otras lenguas neolatinas. El inglés, a pesar de no ser una lengua latina, participó de la misma fuerza unificadora. Incluso lenguas distantes, como el alemán y el ruso no son indiferentes al latín.
Veamos un ejemplo. En latín, comandante es dux, que dio lugar al español y portugués duque, al italiano duce, al veneciano doge. Ocurre que dux proviene del verbo duco «el que conduce» y esto se refleja en el inglés duke y, por calco semántico, en el alemán Herzog «el que conduce» (radical del verbo herziehen), que también significa duque. Del alemán, el mismo calco fue al húngaro que… ¡ni siquiera es una lengua indoeuropea!
¡Es por casos como éste que con frecuencia encontramos entre los mayores estudiosos de la lengua latina personas cuya lengua materna aparentemente no guarda relación directa alguna con el latín, como alemanes y los finlandeses!