Enrique Berzal | Valladolid 16/05/2011
Se cumple el centenario del nacimiento de Antonio Tovar, maestro de lingüistas y rector de Salamanca que terminó rompiendo con el Franquismo.
El Ateneo de Valladolid celebra, a partir de las siete y media de la tarde del martes 17 en la Casa Revilla, un homenaje a Antonio Tovar.
La suya fue, de hecho, una vida de película: intelectual con inquietudes de progreso en los años republicanos, fascinado luego por el nacionalsocialismo y comprometido con el primer Franquismo, acompañó al Caudillo en su célebre entrevista con Hitler y sufrió en sus propias carnes la vesania del falangismo más montaraz.
El magisterio lingüístico y la desilusión política se conjugaron, ya en los 50, hasta convertirle en icono de la renovación académica al tiempo que transitaba por las veredas más célebres de la disidencia intelectual más conciliadora. Conversador infatigable, vino al mundo en la ciudad del Pisuerga tal día como hoy, 17 de mayo, pero de 1911.
Siguiendo los pasos de su padre, notario de profesión, con apenas 11 años se traslada con su familia desde Elorrio a Villena, en Alicante, donde prosigue los estudios de bachillerato y opta por las Letras. En el Colegio María Cristina de El Escorial, donde cursó Derecho, conoció a su inseparable Dionisio Ridruejo y a Miguel de la Pinta Llorente. Sus más allegados lo recordaban como un auténtico portento en los estudios, infatigable conocedor y enamorado de las lenguas clásicas. Se licencia en la Universidad de Valladolid, primero en Derecho (1930) y luego en Historia (1931), y obtiene la licenciatura en Filología Clásica en la Universidad Central madrileña (1935), donde se doctora en 1941.
Discípulo de Ramón Menéndez Pidal –director entonces del Centro de Estudios Históricos-, Cayetano Mergelina y Manuel Gómez Moreno, en 1933 participó en el famoso crucero por el Mediterráneo organizado por García Morente como «viaje de estudios» de la Facultad de Filosofía y Letras, durante el cual visitó detenidamente Grecia . La inquietud política no tardó en prender en su atrayente personalidad, lo que le llevó a militar en la republicana Federación Universitaria Española (FUE).
Hitler deslumbra
Mientras los ánimos se enconan en la joven República española, la democracia se ve amenazada en la vieja Europa. Tovar no puede ser ajeno a las ‘modas’ de los tiempos. La ebullición política le toca de lleno en sus dos viajes de perfeccionamiento académico: en París en 1935, donde, merced a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios, asiste a la reputada Ecole del Hautes Etudes con E. Benveniste y Dain, pero sobre todo al año siguiente, en Berlín, donde además de compartir conocimientos con Jaeger y Schwyzer, tiene noticia de la Guerra Civil y le deslumbra el nacionalsocialismo.
«En la primavera de 1936 llegué a Alemania –recordaba el mismo Tovar-(…); la hábil propaganda de Hitler sabía presentar como obra taumatúrgica el desarrollo industrial de Alemania (…) Si se suma a esto el sentimentalismo irracional que mueve una guerra, y una guerra civil, se puede comprender que un joven de 25 años, desengañado de trienios y de frentes populares, opuesto a la política confesional de nuestros cedistas, tan reaccionarios, y buen conocedor de la derecha tradicionalista y monárquica de entonces, optara por lo que parecía una solución nueva».
Falangista fervoroso, cuando regresa a Valladolid, Dionisio Ridruejo, que entonces ocupaba el cargo de jefe provincial de Falange, le pone al frente de la delegación de Prensa y Propaganda (1936) para, en 1938, hacerle cargo de la dirección de Radio Nacional de España, en Burgos.
Amigo de Ramón Serrano Suñer y colaborador de ‘Revista de Estudios Políticos’ y ‘Escorial’, fue director general de Enseñanza Técnica y Profesional (1940) y subsecretario de Prensa y Propaganda (1940-1941), además de consejero nacional de FET-JONS (1939-1957). Incluso viajó en el séquito de Franco que se entrevistó con Hitler en Hendaya, el 23 de octubre de 1940. En aquellos años, Tovar admira al Führer y se muestra abiertamente indulgente con su régimen. No tardaría en caer en el desencanto político.
Casado en 1942 con Consuelo Larrucea, ese mismo año obtuvo la Cátedra de Lengua y Literatura Latinas de la Universidad de Salamanca. Tovar investiga y publica sin cesar, funda, junto a Rafael Santos Torroella, las revistas ‘Lazarillo’ (1943-1944) y ‘Trabajos y días’ (1946-1951), y se afianza como una autoridad estimada en su gremio. Profesor contratado de Griego en la Universidad de Buenos Aires (1948-1949), en septiembre de 1951, coincidiendo con el inicio del Ministerio de Joaquín Ruiz Jiménez, fue nombrado rector de Salamanca.
Al frente de la Universidad charra creó la cátedra Manuel de Larramendi de estudios vascos, por donde pasaron, entre otros, René Lafón, Koldo Mitxelena, Karl Bouda, André Martinet y José Miguel Barandiaran, promovió la Casa-Museo de Unamuno y recuperó para la institución el derecho a conferir el grado de Doctor.
Desafección
Su despegue del Régimen fue progresivo: de 1953 data su famosa y polémica conferencia ‘Lo que a Falange debe el Estado’, en la que, además de hacer una defensa fervorosa de la formación liderada por José Antonio, concreta en tres puntos la deuda del Régimen para con dicho partido: control de prensa y propaganda, virtuoso carácter autárquico de la economía nacional y, sobre todo, la «prudencia, generosidad e inteligencia» de sus valores intelectuales.
Esto último le lleva a reivindicar una actitud integradora del acervo cultural de los vencidos, lo que entra en contradicción con la cerrazón del franquismo más fundamentalista. Las revueltas estudiantiles de febrero 1956 y las subsiguientes detenciones y destituciones de autoridades académicas le llevaron a solicitar la excelencia voluntaria del Rectorado. En 1960, su nombre figuraba junto al de Ridruejo, Laín Entralgo, Aranguren, Maravall y Santiago Montero en el famoso panfleto ‘Los nuevos liberales’.
No tardó en cultivar su excelencia en el extranjero. Fue profesor contratado de Lingüística en la Universidad Nacional de Tucumán (1958-1959), donde dirigió los estudios de Humanidades, «Millar Visiting Professor of the Classics» de la Universidad de Illinois de Estados Unidos (1960-1961) y «Professor of the Classics» en el mismo centro (1963-1967). El desencanto político arruinó sus esperanzas de asentarse en España como catedrático, por traslado, de la Universidad de Madrid: en 1965, la expulsión de las Cátedras de José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo le animó a solicitar la excedencia.
Salió hacia Tubinga, en cuya Universidad ejerció como «Ordentlicher Professor der Vergleichenden Sprachwissenchaft de Ordinarius», en lo que algunos han denominado ‘exilio semivoluntario’. Hasta 1980 –dos años antes de jubilarse- no se reincorporaría a la cátedra madrileña.
Considerado el fundador de la lingüística indoeuropea en España, la pasión de Tovar por las lenguas, ya fuese el latín, griego, lenguas prerromanas, indoeuropeo, antiguo indio, celta, gótico, eslavo, lenguas de la América precolombina, incluso lenguas vivas como el castellano, vasco o catalán, se plasmó en más de 400 títulos. Además, aplicó la lingüística al estudio de la historia, la toponimia y el vocabulario histórico.
Tradujo y comentó obras de autores griegos y latinos como Virgilio, Sófocles, Eurípides, Pausanias, Aristóteles, Platón, Propercio y Cicerón, colaboró en numerosas revistas científicas, españolas y extranjeras, participó activamente en reuniones y simposios internacionales de su especialidad y cultivó también la publicística y el ensayo político. Autor del ‘Catalogus codicum Graecorum Universitatis Salmantinae’ (1963), dirigió el célebre ‘Manual de Lingüística Indoeuropea’ y dio a la imprenta numerosos libros de texto y obras de divulgación científica.
Entre las más destacadas figuran ‘En el primer giro (Estudios sobre la Antigüedad)’ (1941), ‘Gramática histórica latina. Sintaxis’ (1946), ‘Vida de Sócrates’ (1947), ‘Estudios sobre las primitivas lenguas hispanas’ (1949)’, ‘La lengua vasca’ (1950) ‘Un libro sobre Platón’ (1956), ‘Catálogo de las lenguas de América del Sur’ (1961) o ‘Historia de la Hispania romana’ (1975) y ‘Mitología e ideología sobre la lengua vasca’ (1980).
Doctor honoris causa por las Universidades de Múnich (1954), Buenos Aires (1954), Dublín y Sevilla (1980), fue correspondiente de la Academia de la Lengua Vasca (1947) y del Instituto Arqueológico Alemán (1950), miembro de numerosas sociedades científicas internacionales y académico de la Real Academia Española de la Lengua (1968). Obtuvo el Premio Goethe de la República Federal Alemana (1981). Fallecido en Madrid el 13 de diciembre de 1985, meses antes, concretamente el 7 de junio, había recogido el Premio Castilla y León de las Ciencias Sociales y la Comunicación. Como dijo de él Enrique Tierno Galván, «Tovar era fundamentalmente un hombre liberal y bueno, al que la exaltación nacionalista cogió demasiado joven».
Atentado falangista
Al poco de estrenarse en el cargo de delegado de Prensa y Propaganda en el Valladolid en guerra, a Tovar le asaltó la tragedia. Ocurrió en el café vallisoletano ‘El Norte’, donde un militante falangista, apellidado Sabugo, le pagó con plomo no haberle dejado publicar artículos pro-falangistas de pésima gramática en los periódicos locales; un disparo le atravesó los muslos y el bajo vientre. La huella más visible sería una cojera de por vida.
«Era el tal un oficial de prisiones que había prestado servicios a los jefes falangistas encarcelados después de febrero del 36, y periodista de afición –escribe Ridruejo en sus memorias-. Se llamaba Conrado Sabugo. Escribía mal (…) De pronto dio en publicar una serie de artículos apologéticos, adulatorios, sobre las figuras del falangismo local. Eran piezas ridículas. Como la cosa no me gustaba, le rogué a Tovar que escribiese a todos los periódicos aclarando que si publicaban los artículos de Sabugo por su gusto eran libres de hacerlo, pero que si los publicaban por creer que eran de nuestro interés podían dejar de publicarlos porque a nosotros no nos interesaban. Naturalmente los periódicos, que no estimaban demasiado aquella colaboración tomada a la fuerza, se escudaron en el oficio de Tovar y rechazaron los nuevos artículos del carcelero».
Tras el atentado, Ridruejo intentó juzgar a Sabugo y «exigir que se le tratase con toda severidad», pero éste acudió a José Antonio Girón, quien lo escondió en algún lugar de Palencia.