Iñaki Ezkerra www.lasprovincias.es 25/09/2010
En ‘Ave del paraíso’ la autora presenta un asesinato y una historia de adulterio en una pequeña ciudad norteamericana.
Lo que caracterizaba a la tragedia griega era la combinación de la pasión erótica y amorosa con los elementos de la traición y del crimen preferentemente dentro del ámbito familiar. Así, Electra animaba a su hermano Orestes a asesinar a su madre, Clitemnestra, y a Egisto, el amante de esta última y además el asesino del padre de ambos, Agamenón, rey de Micenas. De lo que se trataba en el fondo de todas marañas trágicas es de que el amor, fuera sentido o fuera impuesto, compareciera unido a un sentimiento insoportable de rechazo por hallarse teñido de una sangre también amada gracias a una voluntad homicida o a la fatalidad. Detrás de todas las posibles combinaciones con las que jugaban los Esquilos, los Sófocles y los Eurípides, el esquema fundamental era ese acercamiento inaceptable de un vivo a otro porque uno de ellos estaba asociado por autoría o por parentesco a la infamia del crimen de un ser querido.
Éste viene a ser justamente el planteamiento argumental y el tema de ‘Ave del paraíso’ y, por ello, resulta más que pertinente la referencia helénica de Sparta como escenario geográfico, una ficticia localidad situada al norte del estado de Nueva York que inevitablemente evoca, por lo que tiene de arquetípico y escenario geográfico de las pasiones humanas, otra referencia, ésta vez literaria como Yoknapatawpha County, el condado ficticio que William Faulkner fundó para sus personajes al noroeste del Mississippi y que es el gran patrón del tópico de los denominados ‘territorios míticos’ en el género novelístico.
Sparta es una de esa pequeñas ciudades norteamericanas que se encuentran rodeadas de bosques y construidas de casitas de madera como para muñecas; uno de esos lugares ajardinados y de aspecto absolutamente apacible, hasta idílico, donde nadie diría que puede ocurrir nada malo pero donde se agitan unas redes truculentas de pasiones a poco que se rasca.
Y lo poco que rasca en ese ‘marco incomparable’ Joyce Carol Oates es el bestial asesinato de Zoe Kruller, una joven esposa y madre cuyo historial -cantante de un grupo musical, camarera.- y cuyo estilo personal -mujer sexy e inadaptada para la vida convencional del hogar.- ha dado tradicionalmente material de habladurías a esa reducida y provinciana comunidad.
Zoe estaba casada con Delray Kruller, un descendiente de indios que posee un taller de reparaciones, y tenía con éste un hijo, Aarón, de aspecto corpulento y una fisonomía que no negaba su exótica herencia sanguínea.
Además de todo eso, Zoe estaba liada con Eddie Diehl, un tipo con iniciativa, carpintero y capataz de obra, que se hallaba casado con Lorene, una mujer de corte mucho más tradicional que Zoe, y que tenía con ella dos hijos, Ben y Krista.
Cuando se produce el asesinato que sacude la calma de la localidad (estamos en el año 1983), los primeros sospechosos son el marido y el amante. Las investigaciones se prolongan y también, por lo tanto, la atmósfera incriminatoria y culpable en los dos entornos de esos dos hombres. El crimen nunca se llega a resolver y, de este modo, pasa a convertirse en un asunto moral, en instrumento de mortificación para todos los personajes.
Habrá que esperar a la tercera parte de la novela y a que, pasados quince años del asesinato, Aarón, el hijo de Zoe, y Krista, la hija de Edie, se reencuentren e inicien una relación marcada por una red de sentimientos contradictorios así como por las herencias familiares.
En esa relación flota la atracción erótica entre ambos y el incómodo fantasma del imaginario o real culpable del crimen, los reproches, las suposiciones, las dudas, las sospechas, el deseo de Krista de esclarecer lo que ocurrió y demostrar la inocencia de su padre, de buscar una suerte de redención de sí misma en ese descubrimiento, el sentimiento de ambos de traición a los suyos, el hecho nada desdeñable de que fue Aarón quien encontró el cadáver…
En realidad los auténticos protagonistas de ‘Ave del paraíso’ son los dos jóvenes marcados por lo que hicieron sus padres y sin poder ser libres de verdad gracias a esa herencia. Esta es la principal cuestión del libro, como lo era también en la tragedia clásica en la que cada personaje no arrastraba sólo el peso de sus actos sino el de sus sangre. Y lo que sabe hacer Joyce Carol Oates en esta novela es narrar exactamente ese peso, lo insoportable que resulta para un pobre ser humano.