Enrique Sancho www.noticiasdot.com 14/05/2008
Jordania es un país seguro, tranquilo, hospitalario, de fascinante variedad y de hermosos contrastes. Es la tierra del Antiguo Testamento y del Bautismo de Jesús. El país de Petra, de Aqaba en el Mar Rojo, del desierto del Wadi Rum y del Mar Muerto. Antiguo y moderno, cuna de la civilización y símbolo de paz y tranquilidad.
Sin duda la joya de los grandes atractivos de Jordania es Petra que ha sido recientemente elegida como la segunda nueva Maravilla del Mundo, en una votación en la que han participado millones de personas de los cinco continentes y es cierto que sólo por conocer Petra y su mágico entorno vale la pena hacer el viaje a Jordania, pero el país ofrece mucho más en una abigarrada mezcla de culturas y paisajes.
Jordania es un país de cultura, belleza y sorprendentes contrastes. Es una tierra antigua, y un reino moderno, que ofrece al viajero perspicaz una fascinante diversidad y la tradicional hospitalidad de su pueblo. Pocas naciones pueden presumir de una afinidad tan próxima a las grandes épocas de la historia del mundo y también de su agradable clima durante todo el año. Aquí el verdadero destino de la humanidad se ha visto definido, una y otra vez, en el transcurso de los siglos, dando lugar a espectáculos inigualables de naturaleza y logros humanos.
ESCENA 1. Una capital llena de vida
El viaje suele empezar en Amman, la moderna capital de Jordania, conocida a lo largo de la historia como Rabbath Ammon y en los tiempos grecorromanos como Filadelfia. La ciudad es un activo centro comercial y administrativo con un gran número de hoteles, restaurantes, galerías de arte y museos. Amman está coronada por la Ciudadela, una colina con las ruinas del Templo de Hércules, el Palacio Omeya y una Iglesia bizantina. En este enclave, que posee más de 3.000 años de antigüedad, se encuentran numerosos restos arqueológicos romanos, otomanos y de otras culturas, que están siendo recuperados por especialistas. Una visita al lugar, sin duda, permitirá ver los diferentes restos de las antiguas civilizaciones que pasaron por aquí.
En el Palacio Omeya, arqueólogos españoles están recuperando los restos antiguos y poniendo en valor el interior en una restauración moderna y rigurosa, bajo los auspicios de la Agencia Española de Cooperación Internacional que lleva ya doce años trabajando en la zona.
También aquí arriba se encuentra el Museo Nacional de Arqueología, un recinto un poco destartalado que, sin embargo, alberga un precioso tesoro de todas las épocas, desde cráneos de Jericó de hace 6.000 años a obras de arte omeyas, incluyendo algunos de los manuscritos del Mar Muerto hallados en Qumrán. El orgullo del museo son tres estatuas de Ain Ghazal, de las más antiguas del mundo, datadas hace 6.500 años y con una sorprendente y moderna belleza.
Al pie de la Ciudadela se asienta el teatro romano con 6.000 plazas, muy bien conservado y donde se siguen celebrando obras de teatro y conciertos. Desde el propio teatro parten las calles principales que llevan al animado centro de la ciudad, a sus zocos y mercados, a las infinitas salas de té y a los restaurantes rápidos donde disfrutar de un hummus, un kanafa o un shwarma.
ESCENA 2. El esplendor intacto de Jerash
Sólo a media hora en coche al norte de Amman se halla la ciudad grecorromana de Jerash (Gerasa en los tiempos antiguos) que ha estado habitada ininterrumpidamente desde hace más de 6.500 años. El lugar está reconocido actualmente como una de las ciudades provinciales romanas mejor conservadas del mundo, con pavimentos y calles adornadas con cientos de columnas, templos elevados, espectaculares teatros, espaciosas plazas públicas, mercados, baños y manantiales.
La zona ha sido habitada desde el Neolítico y perteneció a la Decápolis, bajo el dominio del emperador Pompeyo, una liga comercial de diez ciudades a través de todo Oriente Próximo. Jerash alcanzó su esplendor a principios del siglo III, pero comenzó a decaer después de sufrir una serie de invasiones cristianas y musulmanas, seguidas de un terremoto en el año 747. Aunque las excavaciones empezaron en la década de 1920, se calcula que sólo un veinte por ciento de la ciudad ha sido descubierta. La entrada de Jerash fue antaño un Arco de Triunfo pero actualmente se accede por la Puerta Sur. Dentro de la muralla urbana se puede admirar el Templo de Zeus y el Foro, con forma oval. Detrás del templo está el Teatro del Sur, construido en el siglo I, que tuvo capacidad para unos cinco mil espectadores, y más al norte se levanta la calle de las columnas de 600 m de longitud. El edificio de mayores dimensiones es el templo de Artemisa, en el centro.
La compañía teatral “Jerash Heritage Company” lleva a cabo una reproducción diaria del proyecto RACE en el hipódromo de Jerash. Las siglas significan Roman Army and Chariot Experience y hacen referencia a la representación del ejército y las cuádrigas romanas que ocuparon la ciudad. El espectáculo tiene lugar dos veces al día y presenta a cuarenta y cinco legionarios vestidos completamente con una armadura e inmersos en una demostración del ejército romano, con sus técnicas e instrucciones militares, diez gladiadores que luchan “hasta la muerte” y varias cuádrigas romanas que compiten en una clásica carrera de siete vueltas por el antiguo hipódromo.
El Festival de Jerash, que se celebra todos los años en julio, transforma la antigua ciudad en uno de los acontecimientos culturales más emocionante y espectacular del mundo.
ESCENA 3. La privilegiada posición de Umm Qais
Además de Amman y Jerash, Gadara (ahora Umm Qais) y Pella (ahora Tabaqat Fahl) fueron en un principio, ciudades de la Decápolis y ambas son de un atractivo único y particular. Famosa por la historia bíblica de los cerdos gadarenos, Umm Qays está reconocida actualmente como un importante centro cultural. Se encuentra encaramada en la cima de una colina dominando una zona fronteriza formada por Israel, Jordania y Siria, frente a los altos del Golán y con vistas al Valle del Jordán y el lago Tiberiades. Desde la terraza del restaurante, situado en lo alto de la colina, se contempla una extraordinaria panorámica y durante el invierno, en días claros, se puede incluso ver la cumbre cubierta de nieve del monte Hermon.
Por este enclave pasaron Alejandro Magno, los seleúcidas, los romanos, el Imperio Bizantino y finalmente los árabes. Cada civilización dejó su huella cultural en esta tierra que hoy se puede contemplar en forma de restos arqueológicos, como el teatro de piedra basáltica negra, la basílica, el mausoleo subterráneo y los baños públicos que dan fe de la importancia que la ciudad tuvo en el pasado. Sus esbeltas columnas de basalto negro, que dominan todo el paso natural del valle del Jordán, son un auténtico sello de identidad.
Las ruinas no son tan impresionantes como las de Jerash, pero a cambio se puede disfrutar de ellas casi en soledad porque los turistas no son tan abundantes. También ofrecen el original contraste entre la ciudad romana en ruinas y una aldea de la época otomana relativamente intacta.
El encanto de Um Qais todavía permanece hoy en día. Una gran parte del Teatro Romano del oeste ha sobrevivido a los avatares de la historia. Sobre los corredores abovedados se apoyan las filas de asientos, construidos con piedra basáltica de gran dureza. Cerca de la orquesta se abre una fila de asientos escarbados finamente elaborados destinados a las autoridades, y en el centro, se elevaba una gran estatua de mármol sin cabeza que representaba a Tyché y que ahora se muestra en el museo local.
ESCENA 4. La ciudad de los mosaicos
El viaje hacia el sur de Amman a lo largo de la Carretera del Rey de 5.000 años de antigüedad, es uno de los más memorables periplos en Tierra Santa, que recorre un rosario de lugares antiguos. La primera ciudad que se encuentra en el camino es Madaba, mencionada en la Biblia, y conocida como “la ciudad de los mosaicos”. La principal atracción en la ciudad es un maravilloso mapa mosaico bizantino procedente del siglo VI que representa Jerusalén y Tierra Santa. Está formado por dos millones de piezas y muestra con pulcra minuciosidad el Nilo, el mar Muerto y Jerusalén, incluida la iglesia del Santo Sepulcro. Este mosaico se halla en la iglesia griega ortodoxa de San Jorge. La mayor parte de Madaba es en la actualidad un parque arqueológico cuidadosamente restaurado, que incluye las iglesias del siglo VII de la Virgen y la del profeta Elías, y el templo de Hipólito. Este último alberga un mosaico que refleja escenas de la tragedia de Fedra e Hipólito, también se encuentran cientos de otros mosaicos repartidos por las iglesias y casas de toda Madaba.
No muy lejos del museo se encuentra la innovadora Escuela de Mosaicos de Madaba que bajo los auspicios del Ministerio de Turismo forma técnicos en el arte de la reparación y restauración de mosaicos. Es el único proyecto de este tipo en Oriente Medio. El reconocimiento del valor que supone invertir en conservación y conocimientos históricos, ha atraído a Jordania a los mejores y más modernos estudiosos y artistas, desde arqueólogos hasta arquitectos, interesados en colaborar en la conservación e interpretación de sus valiosos mosaicos. Para conservar distintas piezas importantes recientemente descubiertas, se ha construido en Madaba, un amplio parque arqueológico y un complejo museístico para albergarlos.
El parque reúne los restos de diversas iglesias bizantinas, entre ellos, los fantásticos mosaicos de la Iglesia de la Virgen y el Vestíbulo de Hipólito. Algunos de los edificios adyacentes al complejo son la sede de una escuela para la restauración y conservación de los mosaicos antiguos.
ESCENA 5. El monte de Moisés
A diez minutos hacia el oeste desde Madaba se encuentra el lugar más venerado de Jordania, junto al río Jordán: el monte Nebo, el monumento a Moisés y donde presuntamente murió a la edad de 120 años y fue enterrado el profeta. Desde una plataforma situada delante de la iglesia se puede disfrutar de una espectacular vista sobre el valle del Jordán y el Mar Muerto. Esta es la misma que Dios mostró a Moisés, con el fondo de la Tierra Prometida, pero a la que jamás pudo llegar.
Poco más hay en esta cumbre. El museo contiene interesantes mosaicos y un mapa en tres dimensiones de la zona y en la basílica, con partes del siglo VI, hay un espectacular mosaico de 9 x 3 metros muy bien conservado que representa escenas de caza y pastoreo, así como una amplia variedad de animales africanos.
En el mirador hay un gran monumento moderno en bronce que representa el sufrimiento y muerte de Jesús en la cruz y la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Parece el lugar ideal para hacerse una foto, como en su visita hizo Juan Pablo II.
Otros lugares de interés en las proximidades son Machaerus (ahora Mukawir), la fortaleza de la cima de la montaña, donde Juan el Bautista fue encarcelado y decapitado; y Umm ar-Rasas, que aloja algunos de los más finos mosaicos de iglesias bizantinas en Oriente Medio y la torre bizantina de 15 metros de altura.
ESCENA 6. Mágico camino a Petra
Sin duda el punto central de una visita a Jordania es Petra. Pero como ocurre, por ejemplo, con las óperas, a veces la obertura impresiona más que la trama central. Así ocurre en cierto modo en Petra. Tras la entrada principal, y después de sortear o aceptar a los chavales que ofrecen hacer el recorrido en burro, caballo o calesa, el visitante llega al comienzo del impresionante “Siq”, que al principio parece un corto paso entre rocas y pronto se descubre como una inmensa grieta en la piedra de arenisca que se abre a lo largo de un kilómetro y medio entre profundos acantilados que en ocasiones ofrecen 200 metros de altura por sólo cuatro de ancho.
Este es el camino hacia el Tesoro, la senda permitida dentro del gran parque nacional que es Petra. La Policía del Desierto, con sus túnicas verde caqui, sus fajines, los cuchillos al cinto y los fusiles al hombro, se encargan de disuadir a los visitantes aventureros de acampar en las montañas, como hasta hace poco solían hacer. Lo que los turistas llaman Petra, es una fracción –la más espectacular– de un área de 264 kilómetros cuadrados, Parque Arqueológico Nacional desde 1993.
Desde su centro, Petra se ramifica, durante 853 kilómetros cuadrados, en un laberinto de wadis o cauces de ríos secos, y antiguas rutas de caravanas que llevaron incienso de Omán a Gaza y regresaron cargadas con brazaletes de oro de los talleres de Alepo, hacia los zocos de Yemen. Un entramado de siglos que empezó a forjarse cuando el pueblo nabateo llegó a Petra en el siglo IV a.C., y desalojó de estas tierras a sus antiguos pobladores, los edomitas.
Este pueblo de pastores nómadas supo comprender que el enclave era perfecto para controlar las rutas comerciales, recaudando aranceles por atravesar el territorio que hicieron suyo. Las quebradas, riscos y barrancos de Petra se convirtieron en su fortaleza de piedra. La bautizaron Requem, nombre semítico que alude a una tela de variados tonos, con que el que evocaron las coloridas vetas y jaspeados de las rocas de Petra, de las que se extraen polvos de arenisca de nueve tonalidades.
Pero mucho más que nueve tonos se descubren en el paseo hacia el corazón de la misteriosa ciudad. Da lo mismo la hora en que se haga porque con el sol alto o bajo, incluso a las luz de las velas y las estrellas, las luces y sombras crean un mundo fantástico y fantasmagórico que cambia radicalmente de aspecto con solo volver la vista atrás.
En este “Siq” no importa tanto descubrir el magistral canal que dirigía el curso del agua, o los resto de calzada de la época de los romanos o incluso algunas figuras en relieve que reflejan las múltiples caravanas de camellos que hasta aquí llegaban. Lo realmente impresionante es sentirse envuelto por la magnitud de las rocas, por los reflejos del sol, por la escasa vegetación que pugna por hacerse un hueco entre las piedras.
Todos saben que al final del camino está la joya que tantas veces han visto en fotos y películas, pero no hay que tener prisa por llegar. Incluso si al final del largo pasillo no hubiera nada, ya habría compensado el viaje.
ESCENA 7. La piedra majestuosa
Pero, claro, al final del camino está Petra y, como primera imagen de lo que luego espera, nada menos que la fachada impresionante de El Tesoro. Unos metros antes, las parejas se cogen de la mano emocionadas, los grupos guardan silencio, los pasos se aminoran hasta conseguir que, como un telón que estuviera descorriéndose, los dos abismos de piedra vayan aumentando el hueco y dejen paso al escenario.
Por mucho que se haya visto, que se haya imaginado, que se haya soñado, la primera visión de la fachada terrosa y rosada de El Tesoro con sus relieves carcomidos por el tiempo, la lluvia y el viento, sus columnas corintias, sus hornacinas que contienen esbozos de figuras, sus capiteles… todo ello ganado pacientemente a la piedra por manos nabateas deja un poso de asombro difícil de superar. Un buen conocedor de estas tierras, Lawrence de Arabia, lo expresó sabiamente: «Nunca sabrás qué es Petra realmente, a menos que la conozcas en persona».
Porque en Petra, en la inmensa ciudad que es Petra, con sus más de 500 tumbas que decoran las paredes rojizas del valle, lo que priman son las emociones más que el asombro arquitectónico o el misterio de su origen. Si esto es una ciudad ¿dónde están las viviendas? La luz escoge caprichosa su tonalidad, siempre en la gama de los rosas, decorada con vetas amarillas, blancas, verdes, naranjas y grises. Piedras que en pequeños pedazos venden los niños que persiguen al viajero, polvos de nueve colores naturales con los que habilidosas manos crean diminutos dibujos en el interior de botellas, un arte que comenzó Mohamed Abdullah Othman en la década de los 60 cuando tenía 10 años en el interior de una ampolla de penicilina y que hoy sigue su hermano Hussein y unos cientos de pacientes artistas más.
En el recorrido por la ciudad, que algunos hacen a caballo, en calesa, en burro o en camello, salen al paso la Tumba de la Seda que destaca precisamente por el color de su fachada, así como la Tumba Corintia se distingue por la bella combinación de sus elementos clásicos y nabateos. La de la Urna, que posteriormente fue transformada en una iglesia bizantina, contaba con una habitación inmensa en su interior, que quizás servía de triclinio para festejos funerarios.
Pero la mejor forma de recorrer Petra es caminando lentamente, con un buen repuesto de agua y un sombrero que proteja del implacable sol. Hay que reservar las fuerzas, porque en el tramo final espera la caminata de una hora hasta el colosal Monasterio –de formas parecidas al Tesoro, pero mucho mayor–, una tortuosa ruta excavada en la roca, con más de 800 peldaños. Desde allí se domina el magnífico paisaje de riscos y quebradas y se vislumbra el impresionante desierto rocoso que rodea a Petra.
Poco de lo que ahora contempla el viajero pudo disfrutar el primer occidental que penetró en Petra, el joven explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt, quien tardó tres años en labrarse la confianza de las tribus árabes que merodeaban por la zona, aprendió árabe, vestía como un beduino, se convirtió al Islam y adoptó el nombre Ibrahim Ibn Abd Allah… Todo para estar un único día en medio de este paraíso y poder reflejar escuetamente en su diario: «Si mis conjeturas son ciertas, este lugar es Petra». Era el 12 de agosto de 1812. Las prisas del suizo tenían que ver con la desconfianza de sus anfitriones, pero también con su acelere vital: todavía tenía que descubrir Abu Simbel y explorar la Meca. Hizo todo eso antes de morir con sólo 33 años.
ESCENA 8. Un desierto sin arena
Tras las emociones de distinto tipo que despiertan los restos de imponentes culturas, se hace necesario buscar el relajo de la naturaleza que aquí se presenta sobre todo en forma de desiertos. Cierto es que los desiertos de Jordania están salpicados de fincas agrícolas, fuertes, pabellones de caza, caravanserais y antiguos castillos, alguno tan impresionante y bien conservado como el de Qusayr’Amra declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, con muros y techos interiores cubiertos de pinturas al fresco y habitaciones que aún conservan sus suelos de mosaico colorista. Cierto también que cerca está la Reserva Natural de Dana, de 300 kilómetros cuadrados, que se extiende desde la cima del valle del Rift hasta las tierras bajas desérticas de Wadi Araba, que acoge especies como el orix árabe, el avestruz, la gacela, el onagro y el íbex nubian, y en la que se puede hacer escalada de cascadas y otras aventuras.
Pero sin duda su principal maravilla natural es el paisaje desértico más imponente del mundo, Wadi Rum. Este inagotable desierto es un paraíso para los amantes de la naturaleza. Aquí, los montañeros más atrevidos desafían sus montañas y los amantes de los paseos disfrutan de la paz y la tranquilidad de sus maravillosas vistas, las paredes de roca y los interminables espacios abiertos.
Las montañas de colores cambiantes con la luz del día emergen de forma vertical de la llanura arenosa. Lawrence de Arabia pasó buena parte de su tiempo aquí, y muchas de las escenas de la película de David Lean se filmaron en esta zona. Wadi Rum es un paisaje de extrañas formaciones rocosas ascendentes y descendentes, conocidas como jabals. No hay que perderse la experiencia de contemplar una puesta de sol mientras se disfruta un té recién preparado, alojarse en un campamento beduino, saborear un cordero cocinado en la arena y fumar una aromática pipa de agua bajo millones de estrellas.
ESCENA 9. Un mar de mil colores
Le llaman Rojo, pero bien podría haberse bautizado como verde, rosa, amarillo, azul, naranja… tantos colores como la naturaleza ha derramado en estas aguas en forma de corales, plantas y peces. La puerta de entrada jordana al Mar Rojo, que comparte con media docena de países, es Aqaba, la única ciudad portuaria de Jordania y seguramente la más animada y frecuentada por los amantes de los deportes. Sus aguas cristalinas, la abundante vida marina y el agradable clima, la convierten en un destino ideal para el snorkel, el buceo y los deportes acuáticos durante todo el año.
Hace diez años se creó el Parque Marino de Aqaba que alberga el 80% de las playas públicas jordanas y la mayor parte de los sitios para practicar submarinismo y bucear. En todo el parque está prohibida la pesca y se ha limitado el número de barcos. Se han construido embarcaderos para que los submarinistas y buceadores puedan lanzarse al agua desde allí en lugar de ir caminando sobre el coral desde la playa.
ESCENA 10. Donde todos los milagros son posibles
Se acerca el final del recorrido por estas tierras en las que la religión, la cultura, la naturaleza y los humanos parecen haber conseguido una simbiosis contagiosa. En el camino hacia el Mar Muerto se cruzan lugares donde debieron estar Sodoma y Gomorra, las aguas en las que Cristo fue bautizado, el castillo en el que Salomé se encaprichó de la cabeza de Juan el Bautista, la cueva en la que Lot se refugió tras ver convertida a su mujer en estatua de sal…
Cuando se atraviesan los lujosos hoteles y balnearios en la orilla del Mar Muerto, con las impresiones bíblicas en la cabeza, y se penetra en sus densas aguas uno podría creerse el mismísimo Jesús y estar caminando sobre las aguas. Caminar, caminar, no, pero flotar como si no existiese la gravedad, leer el periódico o tomar una copa sin hacer el menor esfuerzo por flotar es uno de los milagros que están al alcance de la mano. Como cambiar de color como Michael Jackson pero al revés, gracias a los barros terapéuticos. Experiencias de hoy que ya probaron en su día Herodes el Grande o Cleopatra, entre otros. Ricas en minerales vertidos desde los valles circundantes, las densas aguas del Mar Muerto tienen además cualidades curativas.
Sin embargo este prodigio natural corre el peligro de convertir su nombre en una realidad: un mar muerto con fecha fija, no más de cincuenta años. Cada año el punto más bajo de la tierra desciende un poco más, casi un 30% de su superficie original ha desaparecido debido sobre todo a que apenas recibe agua del estancado río Jordán, por la utilización de esa escasa agua para el riego o para fabricar potasa y por la elevada evaporación.
Para intentar invertir esta situación se ha proyectado la construcción del “canal de los dos mares” de 180 km. entre el Mar Rojo y el Mar Muerto. El objetivo es frenar la caída de agua, lograr recuperar los niveles históricos y, de paso, producir electricidad que alimente las plantas desalinizadoras que habría que construir en Jordania, Israel y los territorios palestinos. Así, cerca del 45% del agua trasvasada se convertiría en agua dulce. Sería el último milagro, éste de la mano de los hombres, en una tierra que parece propicia a ellos. Un milagro que requiere unos miles de millones de dólares, pero, sobre todo, la voluntad unida de pueblos vecinos empeñados en vivir en paz.
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