Introducción:

Si nos remontamos en el tiempo podremos observar como desde las épocas más antiguas, las distintas civilizaciones han realizado preguntas sobre el cosmos y han tratado de darles algún tipo de respuesta. No obstante, estas respuestas se encuadran en muchas ocasiones dentro de una cosmovisión mítica del mundo, que si bien resultaba tranquilizadora en el primer momento de su formulación, no podían seguir sustentándose tras un acercamiento lógico o medianamente empírico a las mismas.

Introducción:

Si nos remontamos en el tiempo podremos observar como desde las épocas más antiguas, las distintas civilizaciones han realizado preguntas sobre el cosmos y han tratado de darles algún tipo de respuesta. No obstante, estas respuestas se encuadran en muchas ocasiones dentro de una cosmovisión mítica del mundo, que si bien resultaba tranquilizadora en el primer momento de su formulación, no podían seguir sustentándose tras un acercamiento lógico o medianamente empírico a las mismas.

Será en la Antigua Grecia con el paso del mito al logos, cuando estas respuestas adquieran una lógica y una progresiva contrastación empírica de las mismas, sentando de esta manera las bases del nacimiento de la ciencia cosmológica.

Los precedentes:
Entre la explicación mítica del universo y la racional de los griegos, existió en algunas culturas orientales la aplicación práctica de algunos conocimientos astronómicos. No se trataba de crear mitos acerca de las estrellas ni de formular modelos matemáticos sobre las mismas, sino de aprovechar de una forma práctica estos saberes. Un ejemplo claro lo encontramos en la civilización egipcia quienes vieron en el cielo los parámetros idóneos para poder medir el tiempo y por ende entender y predecir fenómenos como las crecidas del Nilo o las estaciones, cuestiones vitales para su supervivencia. A ellos se debe la creación de un calendario con un año de 12 meses de 30 días más 5 días llamados epagómenos. La diferencia era de ¼ de día respecto al año solar. No utilizaban de este modo años bisiestos: 120 años después se adelantaba un mes, de tal forma que 1456 años después el año civil y el astronómico volvían a coincidir de nuevo.