El acueducto romano, a su paso por Manises. VICENTE G. OLAYA 13/02/2020 El País
La gran obra de ingeniería civil se extendía a lo largo de 98,6 kilómetros entre la serranía y la capital valenciana. Es la sexta infraestructura hidráulica más larga del mundo clásico
El historiador valenciano Pere Antoni Beuter fue el primero en preguntarse en 1538 a qué poblaciones abastecería el imponente acueducto de Peña Cortada que atravesaba las poblaciones valencianas de Chelva, Calles, Domeño y Tuéjar. Los expertos de la época, y de posteriores, discutieron, incluso, si en algún momento funcionó. Cinco siglos después, el arqueólogo y doctor en arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia Miquel R. Martí Maties, ha dado una respuesta en el VI Congreso Internacional de Ingeniería Romana, celebrado en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja): estos tramos formaban parte del mayor acueducto levantado en Hispania en época romana. Un total de 98,6 kilómetros que partían de un manantial de la serranía de Valencia, en Tuéjar, a 585 metros de altura, y que acababan en el actual centro de Valencia, a nivel del mar. Es decir, los azudes y acequias medievales de la huerta valenciana son solo una adaptación, por tramos, de la obra de ingeniería que diseñó Roma.
No obstante, esta infraestructura de abastecimiento del siglo I d. C. —que en principio tenía 93 kilómetros y que atravesaba terrenos poco estables— se desplomó por las filtraciones de agua, en lo que ahora es el actual término municipal de Chelva. Los ingenieros romanos decidieron entonces anular 6,4 kilómetros de su trazado y añadirle otros 12 por zonas geológicamente más estables de las montañas calizas, lo que le confirió una longitud final de 98,6 kilómetros. El derrumbe en Chelva dejó un recto acantilado con la abertura del canal del acueducto, lo que se conoce actualmente en la localidad como el Balcón del Diablo.
La monumental longitud del acueducto valenciano lo convierte en el sexto más largo del mundo romano, por delante del Aqua Marcia, en Italia (91 kilómetros), o el de Colonia (Alemania, de 95). Es, además, el primero de la península Ibérica y con 23 kilómetros más que el de Cádiz. Recorriendo su trayecto, los arqueólogos han hallado inscripciones romanas que “permiten leer”, explica Martí Maties, “los nombres de quienes bebían y vivían en las villas romanas conectadas con tuberías o canales cubiertos”.
Pero los desplomes no solo afectaron a Chelva, sino que sucedieron en otros lugares: “Esos tramos desplomados, borrados, hicieron pensar que nunca se acabó y llevaron a algunos a ofrecer alternativas novelescas del porqué no se finalizó”, añade el arqueólogo. “La maldición de los desplomes no acabó, ya que en Gestalgar —donde se encuentra el acueducto de Calicantos y que se creía inacabado—, los desprendimientos de fragmentos tanto pequeños como enormes de roca, que aún ahora suceden, debieron de traumatizar a los usuarios cuando estaba en pleno uso el acueducto”, señala Martí Maties.
Con la caída del Imperio ya resultaba imposible mantener la infraestructura dada su longitud y la inversión requerida. Así que lo amputaron. Se conformaron con el trayecto que se mantenía entre Vilamarxant y la capital valenciana. El agua ya no llegaría del manantial original de Tuéjar, sino directamente del Turia. “Esto suponía menos problemas técnicos y económicos y se aprovechaba la gradiente para el curso del agua por gravedad”, dice Martí Maties.
Ya en el siglo VI, Valencia se recuperó económica y socialmente de la crisis y surgió una nueva arquitectura monumental. Los bizantinos, que buscaban cereal para Constantinopla, reconstruyeron el acueducto valenciano con la colaboración de la élite de la ciudad hispanorromana. Unos kilómetros hacia el interior se construyó una ciudad hispanobizantina, llamada Valencia la Vella (Ribarroja del Turia) con murallas y torres, que será después conquistada por el rey visigodo Leovigildo. El acueducto desde Vilamarxant la abastecerá.
En época árabe, Valencia volvió a ser el centro. En el siglo IX, la acequia de Rovella, reciclando el canal romano, penetró directamente en la capital de manos de los musulmanes. “La diferencia entre la hidráulica romana (pensada para consumo humano especialmente) y la islámica es la que existe entre un buen cable oficial grueso de la luz y las tomas ilegales de pequeños cables en un barrio (azudes y acequias). Las acequias musulmanas, con el mismo canal o no, siguen el trayecto diseñado por Roma. Por tanto, los árabes no inventaron el regadío hispano del que ya hablaba el agrónomo gaditano romano Columela, ni las norias, que eran griegas. Roma fue la pionera como demuestra la existencia del acueducto, adaptado por los bizantinos y visigodos y después por árabes y cristianos", culmina Martí Maties.
FUENTE: EL PAÍS