AccinipoAlmudena Salcedo | Ronda www.diariosur.es 11/03/2006

Los romanos habitaron el entorno de Ronda hace miles de años, y de ellos quedan más de un centenar de villas o yacimientos arqueológicos.

La presencia romana en Ronda y sus alrededores es innegable. El teatro romano de Acinipo es una de las grandes joyas arqueológicas andaluzas, una huella difícil de borrar y, como él, más de un centenar de yacimientos arqueológicos o villas romanas atestiguan un pasado glorioso. Arunda -ahora Ronda- y Acinipo fueron dos grandes urbes romanas, ciudades marcadas por el orden y la planificación urbanística.

Pero el I Congreso de Historia de Ronda no inició ayer la jornada hablando de los poderosos romanos, sino de aquellos primeros asentamientos permanentes que dieron lugar a los primeros poblados. Corría entonces el I milenio antes de Cristo. El doctor de Historia Antigua por la Universidad de Almería, Manuel Carrilero Millán, se refirió a esta época de transición -donde las viviendas eran circulares y rectangulares de una sola estancia- y a la escultura del Gigante. Y es que esta estatua podría ser del siglo VI antes de Cristo, aunque al estar descontextualizada, los expertos no se atreven aún a fijar su origen.

Un pasado glorioso

Arunda y Acinipo vivieron sus años de esplendor durante la época romana. Ellas se convirtieron en grandes urbes mientras a su alrededor, en el ámbito rural, proliferaban las villas, como la de Cuevas del Becerro, explicó ayer el arqueólogo y director del museo de Ronda, Bartolomé Nieto, «una gran unidad de producción con horno de alfarería y una pequeña almazara». En estos años abundaban los minifundios, pequeñas propiedades rurales, aunque también existían grandes explotaciones con numerosos esclavos. Sin embargo, ya en el siglo III después de Cristo, fueron estos, los latifundios, los que tomaron el campo, concentrando la tierra en pocas manos.

Fue también entonces cuando las ciudades vivieron años de decadencia, el poder ya no era exclusivo de unos pocos, y la falta de privilegios en la urbe, la presión tributaria y la pérdida de autonomía de las ciudades, hizo que muchos nobles prefirieran montar su imperio en el campo. Así surgieron las grandes villas que parecen auténticos poblados que incluyen, incluso, cementerio.

Pero antes de la caída del imperio, Arunda y Acinipo brillaron como nunca. Las ciudades estaban planificadas al milímetro. Con forma octogonal, disponían de calles, murallas y puertas de acceso. Junto a estas estaban las necrópolis, y más allá se extendían las viviendas, que se situaban en torno a los focos de poder. El teatro de Acinipo, por ejemplo, es un símbolo de esta supremacía del senado y los magistrados locales, a pesar de constituir un edificio lúdico.

Las viviendas tenían dos habitaciones articuladas en torno a un pasillo, podían tener dos plantas y hasta lararios -pequeños templos o altares invocando a los dioses familiares- muy similares a algunos aparecidos en Pompeya. Esta es al menos la estructura de una casa excavada este año en Acinipo. Pero como en todo, las viviendas varían de una a otra. De hecho el lararium no era, ni mucho menos, algo habitual. También en el campo había de todo, y convivían las pequeñas casas con grandes cortijadas donde había una parte residencial, una fructuaria -donde se producían el vino y el aceite-, y una rústica donde se situaban los palomares, los gallineros y los establos.