Josep Maria Fonalleras 21/11/2018 www.elperiodico.com
Un poeta declaró que, si fuera por él, impondría el latín y el griego a todos los estudiantes universitarios. El verbo 'imponer' tiene mala prensa y por eso hubo algunos que clamaron al cielo, cuando era evidente que el poeta no tenía (ni tendrá nunca) poder para imponer nada. Es decir, su proclama tenía que leerse como un grito de alerta necesario y pertinente ante la progresiva falta de referentes clásicos, no solo entre los alumnos de disciplinas científicas, sino también entre los estudiantes de humanidades.
El problema es que, si tal cosa se planteara en los programas universitarios, quizá ya llegaríamos tarde. De hecho, ya llegamos tarde en todo el resto del sistema educativo, donde no solo no se percibe el griego y el latín como fundamentos, sino que ni siquiera figuran como paisajes decorativos del edificio.
Es un problema que no se plantea solo aquí, si es que aquí consideramos que esta cuestión es un problema. En Italia, por ejemplo, que sí lo consideran, se basan en argumentos tan serios como las reflexiones que hizo en su momento Antonio Gramsci: "El latín no se estudia para aprender latín, sino para que la juventud se acostumbre a estudiar". Puede haber sucedáneos que lo sustituyan, pero no hay pruebas que aseguren el éxito de la empresa. Griego y latín, como decía Gramsci, no tienen cualidades "taumatúrgicas intrínsecas", no convocan milagros 'per se'. Pero -"cadáveres que resucitan"- son imprescindibles.