M. S. Marqués | Oviedo www.lne.es 13/04/2010
Francisco Diego Santos ofrece en «El Conventus Asturum» una visión del noroeste hispano durante el Imperio romano y de su influencia en la sociedad altomedieval.
Conocida como la ciencia que estudia las inscripciones hechas sobre materiales duros, la epigrafía se ha constituido en compañera inseparable de los historiadores a la hora de desvelar los entresijos de la antigüedad. El estudio de epígrafes e inscripciones ha sido la herramienta utilizada por el profesor Francisco Diego Santos para sus múltiples estudios y publicaciones. Recientemente acaba de publicar en KRK «El conventus Asturum y anotaciones al noroeste hispano», un volumen que recoge artículos dispersos y otros inéditos, incluida su tesis doctoral.
En todos ellos, la epigrafía romana es el centro sobre el que pivotan las investigaciones, sin por ello dejar a un lado las fuentes literarias y arqueológicas, cuyas aportaciones han venido siendo de gran interés para el estudio de las culturas del pasado. La labor erudita de Diego Santos ha contribuido al conocimiento de la sociedad romana y su influencia en la posterior forma de vida de los astures, pero también al entendimiento de las costumbres indígenas y de sus relaciones con los conquistadores.
Sus aportaciones son cruciales para el esclarecimiento de la historiografía de la romanización en Asturias, pero van más allá, abarcando también los episodios de la Asturias altomedieval, en una labor que, según afirma el profesor Juan Ignacio Ruiz de la Peña, «ilumina las sombras que envuelven los siglos de la historia de Asturias» y profundiza en una época mal conocida por la escasez de testimonios, la que nos coloca en el umbral del Reino de Asturias.
«El conventus Asturum» se abre con un repaso por los pueblos establecidos en la región: astures, brácaros y galaicos, donde se pone de manifiesto que los primeros fueron con los cántabros el último reducto de Hispania sometido por Roma. Plinio dividía a los astures en trasmontanos, al norte de la cordillera, con monumentos indígenas de romanización tardía, y augustanos, al sur, con Asturica Augusta (Astorga) centro administrativo del convento Asturicense. Éste comprendía, según Plinio, veintidós pueblos con 240.000 hombres libres. Muchas de estas localidades citadas por los historiadores han tenido difícil localización, aunque es bien conocido que para los trasmontanos la principal ciudad era Lucus Asturum (Lugo de Llanera).
Las guerras contra Roma desarrolladas por Cántabros y Astures a partir del año 38 a C. dejaron en el territorio vestigios que permiten a los historiadores aproximarse a lo que debió ser aquella contienda. Se sabe de la presencia de Carisio en la zona, un personaje que gozaba de la antipatía de los Astures, que no soportaban su crueldad. El despliegue de sus tropas coronando la cordillera quedó de manifiesto con el hallazgo hace pocos años del campamento romano de La Carisa, en los montes de Lena. Éste, junto con los monumentos que conmemoran sus victorias en la costa noroeste dan idea de lo que debieron ser aquellos año de conquista. Además, Asturias conserva el monumento epigráfico de época romana más importante localizado en la zona. Está escrito en un enorme bloque de mármol, hoy custodiado en el Tabularium Artis Asturiensis, cuyo primer emplazamiento se cree que fue la campa del Cabo Torres (Gijón).
Gracias a las fuentes escritas, los historiadores acaban concluyendo que los pueblos guerreros del Norte se habían vuelto pacíficos en tiempo de Tiberio. El reparto geográfico así como la explotación del oro están bien documentadas en el libro, que recoge las alusiones de los autores clásicos al florecimiento de la minería astur.
También profundizó Diego Santos en la delimitación geográfica de los pueblos astures, una investigación que ha traído de cabeza a diferentes autores que no se ponen de acuerdo en sus límites por oriente y occidente. Algunos defienden que en la costa oriental el río Sella ejercía de frontera entre astures y cántabros, y por el límite occidental el territorio en juego se dibuja indistintamente entre los ríos Navia y Eo. Por el sur, la cordillera dividía en dos partes desiguales el terreno astur-leonés.
En el apartado dedicado a la población, el profesor deduce de las explotaciones mineras del Aramo y del estudio de los cráneos y otros restos arqueológicos que hubo mezcla de varias razas. También los materiales localizados en los castros asturianos ofrecen una visión de lo que fueron aquellas poblaciones y de las semejanzas con los pueblos limítrofes.
Uno de los capítulos del libro está dedicado a los nuevos hallazgos de la epigrafía romana en Asturias e incluye la descripción de una serie de lápidas y estelas. No menos interés despierta el apartado dedicado a los nombres personales de la epigrafía romana en la que llamó la atención la onomástica indígena de los personajes, los nombres extraños de las divinidades y las denominaciones de las gentilidades.