En el año 356 a.C., un pastor de Éfeso se introdujo en el templo más hermoso del mundo y decidió prenderle fuego con la idea de que su nombre fuera recordado para siempre
Ada Nuño www.elconfidencial.com 15/03/2023
La adicción al fuego está en la psique humana, algo de él nos atrae a todos aunque, en mayor medida, a aquellos que están dispuestos a ver arder Troya con tal de observar cómo las llamas consumen todo a su paso. Quizá es su poder destructor e hipnótico, pero desde que el primer hombre lo descubrió y cambió el destino de la humanidad para siempre, nos ha acompañado. Le tenemos respeto pero también nos fascina.
No solo a nosotros. Desde la biblioteca de Alejandría al Windsor, el fuego ha destruido portentos arquitectónicos en distintas épocas y generaciones. Según la leyenda, Nerón prendió fuego a Roma y también los nazis decidían incendiar los libros que consideraban peligrosos, una práctica natural a lo largo de la historia por otro lado, cuando el fanatismo entra en escena y se producen cambios religiosos o sociales.
Poco se sabe de la primera persona que decidió incendiar algo por el simple hecho de observarlo arder, aunque por lo menos se conoce su nombre y sus intenciones. Se llamaba Eróstrato y, según los registros que quedan sobre él, era un pastor de Éfeso. En el año 356 a.C, Éfeso (Turquía) contaba con una de las Siete Maravillas del mundo antiguo: el templo de Artemisa. Denominada Diana por los romanos, su construcción había comenzado con el reinado de Creso de Lidia y duró unos 120 años. Medía 155 metros de largo por 55 de ancho y contaba con un total de 127 columnas jónicas y un enorme patio donde se veneraba a la diosa.
Desde los jardines colgantes de Babilonia a las, aún en pie, pirámides de Egipto, parece que el templo de Artemisa era para muchos la más increíble de todas las Maravillas construidas. «He posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia y la estatua de Zeus de los alfeos, y los jardines colgantes, y el Coloso del Sol, y la enorme obra de las altas Pirámides, y la vasta tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, esos otros mármoles perdieron su brillo, y dije: aparte de desde el Olimpo, el Sol nunca pareció jamás tan grande» aseguró Antípatro de Sidón en Antología Griega (él fue el encargado de elaborar la famosa lista), sin embargo, tan solo bastó una noche para que desapareciese.
Según Plinio el Viejo, tardó muchísimo en construirse (fue diseñado por el arquitecto griego Quersifrón) y pronto se convirtió en atracción turística, visitado por mercaderes, reyes y viajeros, que pagaban tributo a Artemisa en forma de joyas y otros bienes. Según cuenta la leyenda, la misma noche en que ardió, nació Alejandro Magno. El motivo de Eróstrato era simple, aunque curioso: quería que se le recordase para siempre. Algunos creen que quizá lo hizo en venganza, pues se le había rechazado la entrada en la casta de sacerdotes emasculados que estaban a cargo del recinto.
Otros creen que, quizá, ni siquiera fue él quien lo incendió. Lo único claro es que admitió bajo tortura ordenada por Artajerjes que aquella noche se había metido en el templo y había prendido fuego al techo que estaba hecho en madera. Si bien Eróstrato deseaba que su nombre fuera recordado para siempre, el sacrilegio provocó lo contrario: fue ejecutado y condenado a la damnatio memoriae, es decir, se prohibió mencionar su nombre en cualquier circunstancia bajo pena de muerte.
Pero no se consiguió, las generaciones siguientes hablaron de él. El historiador griego Teopompo registró su nombre al mencionar del incendio y Valerio Máximo también habló de él: «Se descubrió que un hombre había planeado incendiar el templo de Diana en Éfeso, de tal modo que por la destrucción del más bello de los edificios su nombre sería conocido en el mundo entero». Después, desde Cervantes hasta Victor Hugo, pasando incluso por Sartre, todos sintieron una extraña fascinación por Eróstrato.
Pese a ello y como decíamos, siempre hubo dudas acerca de la presunta culpabilidad del pastor, quizá en parte porque la confesión fue sacada bajo tortura. Según Aristóteles el fuego fue provocado por un rayo, y algunos acusaron a los propios sacerdotes de causar el incendio, lo que no quita que gracias a Eróstrato tengamos una palabra en español que viene a indicar la manía de cometer actos delictivos para conseguir renombre. También en el ámbito psicológico hay un complejo que lleva su nombre y que viene a indicar el trastorno según el cual el individuo busca sobresalir, distinguirse, ser el centro de atención.
Eróstrato fue el primero pero no el último. Un 2 de julio de 1950, la ciudad de Kioto en Japón se despertó conmocionada con una extraña noticia: el Pabellón Dorado, un increíble templo cubierto de pan de oro, había ardido hasta los cimientos por culpa de un incendio provocado. El culpable, según pudo conocerse después, había sido un joven monje de 22 años que vivía en él: Hayashi Yoken, al que se detuvo poco después y que trató de suicidarse. Cuando se le preguntó por qué lo había hecho, confesó que el precioso templo despertaba su envidia por la cantidad de turistas que llegaban cada día para verlo.
La prensa japonesa alimentó esta idea de un ataque de celos causado por la belleza de un templo, que sirvió de inspiración para que Yukio Mishima escribiera tiempo después la que es considerada por muchos su obra maestra: ‘El Pabellón de Oro’. Para siempre queda la duda de si Eróstrato incendió el templo de Artemisa por envidia de su belleza o porque le parecía que ardiendo era, en realidad, sublime.
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