Vicente Adelantado Soriano www.reeditor.com 30/08/2015
La estima alimenta las artes y todos las practican apasionadamente por la gloria, mientras que se postergan siempre aquellas que no gozan de reconocimiento.
Cicerón, Tusculanas.
Por segundo año consecutivo, hace tres que comenzaron a realizarse, he tenido la suerte de participar en el Cvrsvs Aestivvs Latinitatis Vivae Matritensis, más conocido con las siglas de CAELVM. Son cursos de latín, impartidos en latín, para profesores de clásicas, y amantes de la lengua de Cicerón. Y resulta curioso que, pese a los planes de estudio, no de ahora sino de hace ya muchos años, al desprecio ya no por el latín sino por todo aquello que tenga alguna relación con las Humanitas, cada año hay más participantes en dicho curso. Y no deja de resultar curioso, me sigue llamando mucho la atención, que haya personas de distintos países, Holanda, Dinamarca, México, Italia, España, etc., y todos se entiendan hablando en latín, una lengua, además, que tiene una de las literaturas más amplias e importantes de este mundo. Despierta mi admiración.
Pero el curso no solamente queda reducido a las clases de latín, y de cómo impartir latín en las aulas, sino que también cuenta con talleres, y, cómo no, con diversas salidas. Este año hemos ido a Segóbriga, donde varios compañeros, de cursos superiores, explicaron lo más importante de la vieja ciudad romana en latín, por supuesto. No deja de ser interesante volver a oír el latín en una ciudad que tenía esa lengua como lengua materna, lengua cotidiana y de cultura, pues no hay que olvidar que Segóbriba cuenta con un teatro, creo que el más pequeño que he visto nunca, pero teatro al fin y al cabo. También cuenta con un anfiteatro de donde se sacaron muchas piedras para levantar el vecino monasterio de Uclés. La famosa reutilización de los materiales. También extra muros pudimos ver una estela funeraria dedicada a una muchacha muerta a los dieciséis años. Así como las termas, lo que queda de ellas, el acueducto, una fistula plumbea; y lo más importante para quien este suscribe, pasear, caminar por entre aquellas ruinas que tan bien nos hablan de nuestros antepasados y, por lo tanto, de nosotros mismos. Insisto en la importancia de que dicha visita tuviera el latín como lengua vehicular.
Paseando por entre las ruinas, lejos de mis compañeros, recordé la pregunta que, una y otra vez, algunos alumnos hacen en determinadas clases y frente a determinadas materias. “¿Y esto para qué sirve?” ¿Para qué sirve -me repitió algo así como un lejano eco- visitar Segóbriga? ¿Para qué sirve esforzarse por aprender una lengua que, muchos, muchísimos, se empeñan en que es una lengua muerta? No pude evitar, contemplando las ruinas, recordar la respuesta de un compañero a un alumno que le estaba perdonando la vida. “¿Para qué te sirve a ti -le preguntó al autosuficiente alumno- ver un partido de fútbol?” “¡Hombre -respondió el alumno como si estuviera hablando con un idiota- para distraerme”. “Pues yo -le replicó el profesor- me distraigo viendo ruinas, teatro, o estudiando latín. En esta vida según la inteligencia de cada uno, se divierte con unas cosas o con otras.” No hubo réplica. ¿Para qué le voy a explicar -me dijo a mí- que una lengua tiene importancia según la literatura que la sustenta? Y no te digo nada de la riquísima literatura que hay en latín.
Y no solamente literatura, sino también derecho, filosofía, arte, ciencia; todas las ramas del saber, en una palabra. Que cada uno decida por sí mismo si vale la pena conocerla o no, llegar a las fuentes originales o conformarse con interpretaciones más o menos afortunadas. Pero pocos placeres hay comparables a coger un texto de Plinio, Séneca o Cicerón, y ser capaz de entenderlo sin que nadie medie entre el autor y el lector.
El CAELVM no solamente se componía de clases y salidas. También hubo talleres, algo parecido a pequeñas clases magistrales. Fueron la delicia de quien esto suscribe. Un taller versó sobre Hieronymus, Ciceronianus sum, non christianus, es decir la Epístola a Eustochium donde se trata de salvar la civilización pagana ante el avance del cristianismo, como también hizo san Agustín en su conocida obra De civitate Dei. En el taller se leyó y comentó la epístola, que es, al mismo tiempo, una de las cosas más divertidas que se haya escrito nunca. Y donde aparece, no hay nuevo bajo el sol, la confusión entre el presente y el pasado, el sueño y la realidad. Fue una maravilla.
No menos importante fue el siguiente taller dedicado a Séneca, Vitae, non scholis discimus. Tengo que confesar que no soy licenciado en clásicas, sino en filología hispánica. Así que el texto de Séneca, la charla, y hasta donde entendí, inmediatamente, me llevó a mi propio terreno, a don Quijote de la Mancha. Hay en este magnífico libro un capítulo que siempre me llama la atención: es el capítulo dedicado al inútil saber. Creo recordar que camino de la Cueva de Montesinos, el sobrino del Caballero del Verde Gabán, si no recuerdo mal, hace gala de saber quién se rascó primero la cabeza, quién fue el primero en estornudar, y otras lindezas por el estilo. También Séneca ataca ese inútil saber, y lo hace a través de un silogismo: Ratón -mus en latín- es una sílaba, el ratón come queso; luego la sílaba come queso. Le parece mentira a Séneca que viejos de largas barbas, pálidos y enjutos, pierdan la vida con semejantes necedades. Hasta Sancho Panza se percata de las ñoñerías de estas personas. La filosofía no es eso, desde luego, nos recuerda Séneca. La filosofía es un continuo prepararse para la muerte, para saber que nada es nuestro, y que todo, hasta la vida, la tenemos que devolver. Me recordó a un eminente senequista, a don Francisco de Quevedo: última filosofía del saber: prepararse para lo que viniere. Es decir que nada pueda contra ti aquello contra lo que nada puedes tú. Y así serás feliz, y a nadie acusarás de tus propias faltas. Y todo esto, por si fuera poco, en la lengua que utilizó el mismo Séneca. Admirable.
Hubo una segunda salida. No podía ser de otra forma. Museo Arqueológico Nacional. Y allí vimos en vivo y en directo muchas cosas que, antes, eran palabras. Y ese ha sido el gran esfuerzo de muchos de los profesores que hemos tenido la suerte de tener en el CAELVM: no querían que tradujéramos; querían que pensáramos en imágenes. Y así, una clase genial, de las que me gustan a mí, el último día vimos un fragmento de la película de Joseph Mackiewicz, Julio César. Cada cierto tiempo el profesor detenía la película, y los alumnos teníamos que describir lo que allí sucedía. Asesinado César, nos puso el texto en latín, y conforme lo leíamos íbamos recordando las escenas vistas. Me pareció genial. Hay que reconocer, y agradecer, el enorme esfuerzo que supone preparar una clase así, pues no solamente se conformaba con que le dijéramos una palabra, sino que debíamos recordar, y memorizar, sinónimos. Y así hemos comprobado que el latín no solamente es una lengua viva sino también enormemente divertida. Amén de Séneca, Livio, César, etc.
No deja de ser curioso que, pese al sistema educativo, al desconocimiento y desprecio de una gran parte de la sociedad por las Humanidades, en los cursos de latín, última semana de agosto, cada vez haya más participantes. Sin esperar nada a cambio. Solamente ser buenos profesores, o buenos lectores de latín. Y eso me alegra sobremanera pues no hay cosa que me divierta más últimamente que llevarle la contraria a Cicerón, de quien ya no apellido amigo. Y si los demás, como dice él, practican las artes o las industrias por la gloria y el dinero o el reconocimiento, otro grupo de personas lo hacemos por el sencillo placer de saber y de hacer bien nuestro trabajo, que no es poco, aunque tengamos que soportar una y otra vez el “¿Y esto para qué sirve?”
Es muy de agradecer la asistencia de todos los profesores. Tengamos en cuenta que estamos hablando de un curso intensivo durante la última semana de agosto. Todos han tenido que renunciar a vacaciones, o a pasar unos días con su familia. No doy nombres porque no pedí permiso para nombrarlos, y no quiero que nadie se me ofenda. Vaya, desde luego, mi eterno agradecimiento a todos ellos, y mi gran reconocimiento a los chicos de CulturaClasica.com por la organización de tan magnífico curso. Una maravilla. Hemos estado en el cielo, desde luego. Ad multos annos.
FUENTE: www.reeditor.com/columna/15525/19/literatura/en/cielo