Óscar Martínez | Historia NG nº 103 www.nationalgeographic.com.es agosto 2012
Tras el colapso del mundo micénico y el paréntesis de la Edad Oscura, los griegos empezaron a vivir en ciudades, las llamadas poleis, cuyo origen muchas veces se atribuyó a un héroe mítico.
Cuenta un antiguo mito griego que cuando la princesa fenicia Europa fue raptada por Zeus, que había adoptado la forma de un toro, su padre Agénor, rey de Tiro, mandó partir a sus hijos con la orden de no regresar sin haber encontrado a su hermana. Cada uno marchó con rumbo a un rincón del mundo conocido. Cadmo, el tercero de los hijos de Agénor, acudió al oráculo de Delfos para indagar acerca del paradero de Europa, a lo que el oráculo contestó, con su proverbial ambigüedad, que apartara su pensamiento de ella; lo que Cadmo debía hacer era seguir a una vaca y fundar una ciudad en el lugar en que ésta cayera exhausta. Cadmo obedeció, y allí donde la res se tumbó, la sacrificó a los dioses y fundó Cadmea, es decir, Tebas.
La enigmática historia de la fundación de la principal ciudad de Beocia es una de las muchas que se contaban sobre los orígenes de las poleis griegas. Otras referían que Argos, por ejemplo, había sido fundada por Argo, hijo de Zeus; que Corinto había tenido como fundador a un héroe del mismo nombre, hijo del titán Helios, el Sol, o que Heracles (el Hércules latino), por su parte, había dado origen a Abdera o Tarento, entre otras urbes. En cuanto a Atenas, fue creada por un rey primitivo nacido del mismo suelo del Ática, aunque fue el héroe Teseo quien la modeló políticamente. Todos ellos eran mitos fabulosos repetidos por aedos o poetas a lo largo de generaciones antes de que fueran plasmados por escrito. Pero en ellos encontramos también los ecos glorificados de los hechos del pasado. Tal vez lo que la leyenda de Cadmo y otras encierran es un intento de explicar dónde se halla el origen de la manifestación más característica de la civilización griega: la polis, una «ciudad-estado» que se gobernaba con unas leyes y un sistema de valores propios.
Una edad de tinieblas
Si en Grecia se desarrollaron un gran número de ciudades independientes entre sí fue en parte a causa de las particularidades geográficas del país, con un relieve accidentado y fragmentado que dificultaba la comunicación entre las distintas regiones. Ello permitió que cada ciudad siguiera una evolución propia, en lo social y lo político, como demuestra el contraste entre la democrática Atenas y la aristocrática Esparta.
Para entender el origen de la polis hay que remontarse al período en que se desintegró la civilización micénica. El tránsito de la Edad del Bronce a la Edad del Hierro se produjo en el Mediterráneo oriental bajo el signo del fuego y la destrucción. En Grecia, las fortalezas de Micenas, Argos, Tirinto y el resto de ciudades que, según el mito, habían conquistado la legendaria Troya sucumbieron como aplastadas por la mano de un gigante: despedazadas y derruidas, aquellas murallas, que se decían construidas por los cíclopes, ya no parecían tan arrogantes. Tendrían que pasar cuatro siglos –lo que duró la llamada Edad Oscura de la antigua Grecia– para que se volvieran a levantar edificios monumentales.
El nombre de Edad Oscura que se aplica al período que va desde el siglo XI al siglo VIII a.C. se debe, justamente, a las escasas noticias que tenemos sobre él. Aun así, se dispone del testimonio de la Ilíada y la Odisea de Homero, compuestas a mediados del siglo VIII a.C. a partir de recuerdos sobre la época inmediatamente anterior. Homero explica que las comunidades griegas de esos siglos estaban gobernadas por reyes, denominados basileis. Éstos ya no eran los wanax, los reyes micénicos «de anchos dominios» (del que es claro ejemplo la figura de Agamenón, rey de Micenas y destructor de Troya), sino caudillos guerreros que estaban al frente de un genos, un clan integrado por él mismo, su esposa y sus hijos, además de sus esclavos y otros miembros de la familia más cercana. El basileus y sus hetairoi o «compañeros» estaban consagrados a proteger su hacienda y patrimonio aristocrático dentro de una comunidad social más amplia que era el «pueblo», el demos.
La arqueología ha demostrado que hacia el año 1000 a.C. la vida fue recobrando su pulso en el espacio helénico, en torno a comunidades en las que no faltó cierto atisbo de refinamiento y prosperidad. Así lo revela el descubrimiento en Lefkandi (en la isla de Eubea) de una construcción de unos cincuenta metros de longitud destinada a preservar los restos de algún miembro preeminente de la élite local, como sugieren los honores con los que fue enterrado junto a sus armas y otros objetos de prestigio, además de sus caballos. Lo mismo ocurre en la Ilíada de Homero, en la que el héroe Patroclo fue, efectivamente, incinerado junto a sus caballos después de que lo matara el troyano Héctor, que lo confundió con Aquiles. No se descarta, por tanto, que el edificio de Lefkandi se trate de un heroon, es decir, un santuario dedicado a los «héroes», y que el personaje que allí yacía recibiera a su muerte honores de héroe. Se trataría, sin duda, de un hombre de un rango especial dentro de su comunidad, que había adquirido su estatus gracias a la generosidad guerrera con que se empleaba en el combate. Probablemente se tratara del tipo de gobernante sobre el que el mismísimo Homero habría perfilado a los reyes o basileis de sus poemas.
El nacimiento de la ciudad
A lo largo de la Edad Oscura, la mayor parte de la población de Grecia vivía en pequeños poblados, formados por unas docenas de familias. Según el historiador Tucídides, ésa era «la vieja manera de vivir de la Hélade». A finales de ese período, coincidiendo con la transición a la Época Arcaica (siglos VIII-VI a.C.), el panorama había cambiado radicalmente y muchas de esas aldeas se habían fusionado para constituir núcleos urbanos de dimensiones importantes: las poleis.
Para explicar el nacimiento de las ciudades griegas en los siglos IX-VIII a.C. se ha apuntado la influencia decisiva de los fenicios, que vivían desde hacía tiempo en prósperas ciudades comerciales de las actuales costas de Siria, como Ugarit y Amrit, y de Líbano, como Tiro, Sidón o Biblos. No es casualidad que en el mito del origen de Tebas, Cadmo sea hijo del rey de Tiro y que sus hermanos, en la búsqueda de su hermana raptada por el toro, fundaran otras ciudades en Cilicia (Asia Menor) o en la isla de Tasos. Cabe notar que los fenicios transmitieron también a los griegos el alfabeto, al que, precisamente, denominaron «letras cadmeas».
Sin embargo, el origen de las poleis se explica mejor como un proceso interno de las comunidades griegas. Sus impulsores fueron las familias aristocráticas, organizadas en pequeños clanes o genos, así como en phylai o tribus, grupos más grandes cuyos miembros descendían de los fundadores legendarios de cada ciudad. Estos linajes, formados por el patriarca, su esposa e hijos, los esclavos y los jornaleros, habían basado su poder tradicionalmente en la ganadería. Homero explica, por ejemplo, que Ulises tenía 59 rebaños de vacas, ovejas, cabras y cerdos, cuidados por mercenarios y esclavos. Pero con el paso del tiempo, la agricultura se convirtió en la actividad dominante, al tiempo que la población crecía y se expandía la actividad comercial. En ese contexto, los terratenientes más ricos, actuando como jefes naturales de la comunidad, promovieron la concentración de la población en la polis. El proceso se denomina sinecismo, del griego synoikismos, «unón de oikos o haciendas», y consistía en que las aldeas se incorporaban a una ciudad mayor, a menudo portuaria. Este cambio de asentamiento vino acompañado por una transformación política profunda, impulsada también por la aristocracia terrateniente: el cargo de rey o basileus fue abolido y sus funciones se repartieron entre diferentes instituciones, de tipo judicial y administrativo. El antiguo consejo de «ancianos», en el que se reunían los jefes de los clanes aristocráticos, aumentó su poder, en perjuicio de la asamblea popular.
La mayoría de estas unificaciones se hicieron en un territorio pequeño, a partir de unos centenares de familias que estaban casi todas emparentadas entre sí. Por ejemplo, Sición, en el siglo VII a.C., tenía un territorio de apenas 220 kilómetros cuadrados. Otras, en cambio, dieron lugar a Estados de mayores dimensiones territoriales y demográficas. A veces, el proceso de unificación era voluntario y pacífico, aunque también hubo casos en los que se recurrió a la intimidación e incluso a la violencia.
Un ejemplo de sinecismo en un territorio amplio, pero realizado aparentemente de forma pacífica, es el que tuvo lugar en el Ática. Así al menos lo sugiere el relato mítico sobre la formación de la polis de Atenas por Teseo. El historiador Plutarco nos transmite la leyenda de cómo Teseo formó Atenas agrupando bajo un único liderazgo las distintas comunidades que existían en el Ática: «Tras la muerte de Egeo, Teseo concibió una empresa grande y admirable consistente en reunir en una sola ciudad a todos los habitantes del Ática, haciéndoles formar parte de una misma comunidad, en lugar de encontrarse esparcidos. Y dado que antes se hallaban en discordia y se hacían mutuamente la guerra, Teseo acudió a unos y a otros y los fue persuadiendo por aldeas y por familias […]. Disolviendo, pues, los diferentes Consejos y mandos, constituyó un Consejo y un mando común a todos, y a la ciudad la llamó Atenas». Teseo era considerado, pues, el fundador de las instituciones fundamentales de la capital del Ática, como la Bulé, el consejo aristocrático.
En otros casos, la unión de las aldeas de una comarca en una polis se realizó por la fuerza y fue causa de derramamiento de sangre. Así sucedió en Esparta, que absorbió contra su voluntad los territorios de Lacedemonia y Mesenia, lo que supuso el desplazamiento violento de la población, cuando no su aniquilación. En el propio mito de la fundación de Tebas por Cadmo podemos encontrar la expresión simbólica de la lucha que suponía la fundación de una ciudad: tras fundar Cadmea, como se ha referido al principio, Cadmo dio muerte al dragón que protegía una fuente cercana; a continuación, guiado por el consejo de la diosa Atenea, sembró los dientes del dragón y de ellos surgieron hombres armados que se enfrentaron entre sí hasta que sólo quedaron cinco. Precisamente la Tebas histórica es un excelente ejemplo de ciudad que no logró consumar la unión política de toda la región de Beocia bajo su dominio.
El hogar de una comunidad
En el siglo VIII a.C. la polis se había convertido en el marco de vida de la mayor parte de la población de Grecia. El poeta Homero, en el canto VI de la Odisea, ofrece, de labios de Nausícaa, la hija del rey de los feacios Alcínoo, la descripción de una ciudad desconocida en la que aparecen todos los elementos constitutivos de una polis griega, con la excepción de la khora, el territorio rural o zona no urbana que rodeaba las murallas de la polis. «Luego llegaremos a la polis. La rodea una elevada muralla y hay un hermoso puerto a cada lado de la población, y una estrecha bocana […]. Allí está también su ágora, en torno al bello templo de Poseidón, pavimentada con piedras bien hundidas en el suelo».
Este pasaje de la Odisea muestra que la polis contaba con una acrópolis o «ciudadela alta», a cuyos pies se extendía un área habitada. Al margen de la acrópolis, la ciudad debía contar en primer lugar con un circuito de murallas como el que los arqueólogos hallaron en Esmirna y que se remontaba a fechas tan tempranas como el siglo IX a.C. Las murallas llegaron a ser una de las características más distintivas del paisaje griego.
En segundo lugar, se distinguía el ágora, que era el punto neurálgico de la ciudad puesto que era allí donde se efectuaban todo tipo de transacciones y donde tenían lugar las reuniones de la asamblea. En un principio, el ágora se limitaba a un espacio abierto, y no fue hasta la época clásica cuando este espacio quedó perfectamente delimitado por edificios monumentales en los que se albergaban los órganos de poder. En tercer lugar, en las zonas abiertas al mar, el puerto debió constituir un elemento fundamental para la prosperidad de la polis en una época en que los griegos sembraron de colonias el Mediterráneo: Mileto o Corinto fueron poleis netamente portuarias que no sólo impulsaron el fenómeno colonizador, sino también ciudades que abanderaron el alba de Grecia en términos culturales y económicos.
Pero si hay un elemento que sirvió para articular la polis ése fue el templo, la primera construcción a gran escala después de siglos de oscuridad. La existencia de templos a partir del siglo VIII a.C. se considera la prueba de que la comunidad era capaz de asumir la empresa común de la construcción de un hogar para sus dioses y héroes. Ningún otro elemento era capaz de tejer la identidad de la polis de forma tan efectiva como lo hacían los templos. De acuerdo con algunas teorías, los santuarios construidos fuera de las ciudades no sólo servían para delimitar el territorio sobre el que la polis se extendía (tal era el caso del templo de Hera en Argos, que se encontraba situado a trece kilómetros al noreste de la ciudad), sino que las historias de dioses y héroes que evocaban las ceremonias religiosas que allí se celebraban contribuyeron a que los ciudadanos de una polis sintiesen que formaban parte de una misma unidad política y social.
* Óscar Martínez es escritor y doctor en Filología Clásica.
PARA SABER MÁS
La antigua Grecia. Por Sarah Pomeroy y otros. Crítica, Barcelona, 2011.
El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma. Por Robin Lane Fox, Barcelona Crítica, 2007.
El rey debe morir/el toro del mar. Por Mary Renault. Edhasa, Barcelona, 2007.
FUENTE: www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/7286/nacimiento_grecia.html