Viviana García | Londres | EFE 27/01/2009
Con más de siete millones de objetos procedentes de todos los continentes, el museo abrió sus puertas en 1759 con una colección del naturalista Sir Hans Sloane.
El Museo Británico cumple este mes 250 años desde que abrió por primera vez sus puertas al público para mostrar y contar, como ningún otro, la historia de la humanidad. Con más de siete millones de objetos procedentes de todos los continentes, el museo atrae hoy tanto interés como el día de su apertura, el 15 de enero de 1759, cuando una colección donada por el naturalista Sir Hans Sloane sirvió de base para su fundación.
Su establecimiento había sido aprobado por el rey Jorge II (1727-1760) en 1753, después de que Sloane donase su colección formada por unas 71.000 piezas, desde libros a manuscritos, plantas desecadas y antigüedades egipcias, griegas o romanas. Pasear por sus pasillos es como viajar en el tiempo por todos los rincones del planeta, pues el Museo Británico es hoy fiel a su premisa fundadora de «museo universal», en el que cada visitante puede sentirse «en casa» y también «ciudadano del mundo».
Es así como el director del museo, Neil MacGregor, ve la misión de esta emblemática galería británica, que alberga desde momias egipcias hasta los frisos del Partenón, tantas veces reclamados, aunque sin éxito, por Grecia. MacGregor quiere que el Museo Británico sea, de alguna manera, una «colección privada para cada ciudadano del mundo», según afirmó a la prensa con motivo del aniversario.
El director aspira a crear una red de comisarios internacionales, bien conocedores de los valiosos objetos que guarda el museo, para que ellos puedan montar sus propias exposiciones en sus países. Sería crear algo así como una «biblioteca», de la que se cederían en préstamo artefactos para ser mostrados en otros países, como ocurrió en Pekín en 2007 con «Gran Bretaña al encuentro del mundo», en la que el Museo del Palacio de la Ciudad Prohibida y el Británico ofrecieron piezas para esta misma exhibición.
Los comisarios chinos, según MacGregor, querían relatar la historia de cómo el Reino Unido llegó a ser una gran potencia, por lo que eligieron objetos del Museo Británico para llevarlos a Pekín. De prosperar esta idea, se podrá crear «una comunidad de comisarios en todo el mundo que conozca esta colección lo suficientemente bien» como para saber cuidarla, afirma.
La universalidad de un museo
Se tratará, según él, de una simple extensión de los principios sobre los que se fundó el museo, la universalidad. Otro de los proyectos del director es una exhibición sobre el emperador azteca Moctezuma el próximo otoño, así como una sobre dibujos renacentistas y otra sobre la vida después de la muerte en el antiguo Egipto.
Con motivo de los 250 años del Museo Británico, la prensa ha destacado el legado de Sloane, porque este naturalista e intelectual -que fue amigo de Newton, Händel y Voltaire- quiso que su colección ayudase a extender la idea de humanidad.
Sobre esta base, el museo fue adquiriendo con el tiempo más objetos de valor, especialmente a principios del siglo XIX, como la piedra de Rosetta, pieza clave para descifrar los jeroglíficos de los antiguos egipcios que fue descubierta por los franceses en el delta del Nilo pero confiscada por los británicos en 1801.
Cinco años después, el séptimo conde de Elgin, entonces embajador británico ante el Imperio Otomano, retiró una amplia colección de los frisos del Partenón, en la Acrópolis de Atenas, y las llevó al Reino Unido, donde el museo los adquirió en 1816. Los frisos han sido motivo de controversia por la negativa del museo a devolverlos a Grecia.
Quienes defienden a la galería afirman que ha conseguido proteger numerosos artefactos que podían haber desaparecido de haber permanecido en sus lugares de origen, pero los críticos consideran que los objetos deberían ser devueltos a sus países si en ellos hay suficiente conocimiento y experiencia para conservarlos.