Pedro Ángel Fernández Vega se adentra en los albores de la civilización romana, en el que mito y realidad se entrelazan. «Quería recuperar un bagaje legendario que ha sido relativamente relegado por la historiografía contemporánea», dice el autor, que repasará la historia de Roma en cuatro libros

Daniel Arjona www.elmundo.es 11/03/2025

Ocurrió en los tiempos de Tarquinio el Soberbio, el último y tiránico monarca de Roma que acabaría expulsado de la ciudad después de que la noble Lucrecia se clavara un puñal en el pecho tras ser violada y deshonrada por el vástago del soberano. Una anciana que decía ser la sibila de Cumas llegó a la ciudad con nueve libros oraculares para ofrecérselos al rey a cambio de una enorme suma de dinero. Él se negó y la mujer marchó. Tiempo después regresó, aseguró haber destruido tres de los nueve libros y ofreció los cuatro restantes por el mismo monto a Tarquinio, quien volvió a negarse, aunque ya bastante más inquieto. La sibila quemó otros tres y volvió una vez más a Roma con los restantes. El monarca consultó esta vez a los augures que lamentaron la irreparable pérdida de los otros volúmenes e imploraron la adquisición de los tres últimos, comprados finalmente por la misma cifra estrepitosa que la sibila había pedido al principio por los nueve. Confiados en el Capitolio, la reverencia de los romanos por aquellos libros creció hasta el punto de que sólo eran consultados en situaciones críticas: catástrofes, epidemias, riesgos inesperados, amenazas militares y prodigios inexplicables. Se convertirían en un poderoso instrumento religioso al servicio de la política durante los siglos que siguieron, aquellos que vieron a la ciudad del Tíber dominar todo el mundo conocido.

La historia de Roma ha fascinado a generaciones enteras, desde los primeros relatos legendarios hasta el esplendor de la República y el Imperio. En Historia de Roma. Orígenes (Arpa)Pedro Ángel Fernández Vega se adentra en los albores de la civilización romana, en ese período en el que mito y realidad se entrelazan. El libro plantea una relectura del relato tradicional de la fundación de Roma, de la monarquía y los primeros tiempos de la República, sin despojarlo de su carácter narrativo y su riqueza simbólica. Se trata del primer volumen de cuatro proyectados desde una perspectiva que combina el rigor histórico con una narrativa accesible para el gran público con el fin de abordar la evolución política, social y cultural de Roma, desde sus orígenes hasta su decadencia.

Fernández Vega, profesor de Patrimonio Histórico-Artístico y de Arte Antiguo y Clásico en la UNED, con una vasta trayectoria en la investigación y divulgación, se ha propuesto reconstruir el camino que llevó a Roma de una comunidad de pastores y guerreros a convertirse en un modelo político y social que influiría en Occidente durante siglos. Uno de sus objetivos es «recuperar un bagaje legendario que ha sido relativamente relegado por la historiografía contemporánea». Según el autor, los orígenes de Roma, sumidos en lo mítico, han sido en los últimos años desplazados por el positivismo arqueológico, que ha priorizado los datos contrastados sobre las tradiciones. Estos relatos, aunque no sean estrictamente históricos, forman parte de la esencia de la civilización romana y merecen ser rescatados y ponderados.

«Las mujeres no tenían voz en la política romana, pero sus cuerpos y su destino fueron utilizados para cimentar el poder»

«El positivismo arqueológico tiene sus limitaciones. Nos lleva a establecer inferencias generales a partir de datos muy localizados», explica Fernández Vega. «Desestimar todo lo que no está basado en la arqueología es perder de vista una tradición muy arraigada que otorga una cierta fundamentación a los orígenes de Roma». Los historiadores actuales suelen dudar de la existencia de los primeros reyes de Roma, como RómuloNuma Pompilio o Tulo Hostilio, debido a la falta de evidencia arqueológica concluyente. Sin embargo, el autor defiende que estos relatos, aunque míticos, tienen un valor intrínseco y reivindica las fuentes clásicas, como Tito LivioDionisio de Halicarnaso y Plutarco, que ofrecen una secuencia lógica de acontecimientos en el relato de los primeros reyes. «Merece la pena rescatar estas figuras, porque forman parte de la identidad romana».

El enfoque de esta nueva historia de la Roma Antigua persigue, desde una perspectiva renovada, un punto intermedio entre los trabajos académicos y las adaptaciones populares, de youtubers influencers, que a menudo caen en el presentismo o la falta de rigor.

La leyenda de los gemelos Rómulo y Remo, hijos de la vestal Rea Silvia violada por el dios Marte y amamantados por una loba, se inscribe en una tradición universal de fundadores heroicos con origen divino, narraciones construidas siglos después con un claro objetivo ideológico. El fratricidio de Rómulo sobre Remo, clave en la fundación de la ciudad, también es interpretado como una primera gran decisión política: Roma nace con un sacrificio humano. En el mito subyace la idea de que el poder se impone y que la discusión no tiene cabida cuando está en juego la supervivencia del proyecto político.

Esta perspectiva, según Fernández Vega, permite entender la importancia de la violencia fundacional en el pensamiento romano y cómo, a lo largo de su historia, se recurrió al conflicto como mecanismo para afianzar el control político. Rómulo se convirtió en un símbolo de liderazgo, que sería reutilizado por los emperadores como una referencia para legitimar su dominio.

EL ROL DE LAS MUJERES

Uno de los aspectos menos explorados en los relatos tradicionales de la fundación de Roma es el rol de las mujeres en la sociedad primitiva. Desde la figura de Rea Silvia, cuya violación e imposición de la castidad inicia la saga de Roma, hasta el rapto de las sabinas, cuando las mujeres son instrumentalizadas como un recurso para la expansión de la comunidad, el autor muestra cómo las estructuras condicionaban la vida femenina desde el nacimiento. «Las mujeres no tenían voz en la política romana, pero sus cuerpos y su destino fueron utilizados para cimentar el poder», explica Fernández Vega. «Las sabinas raptadas y forzadas, la violación de Lucrecia que desencadenó supuestamente el fin de la monarquía o la triste historia de la casta Virginia asediada hasta la muerte por el decenviro».

Sin embargo, también hay ejemplos de resistencia y negociación del poder por parte de las mujeres. El episodio de las sabinas, en el que intervienen para detener la guerra entre romanos y sabinos y forjar una paz duradera, o las mujeres que intercedieron por la retirada de tropas en el cerco a Roma dirigido por Coriolano, evidencian su capacidad para incidir en los procesos históricos. De igual forma, en los primeros siglos de la república, la lucha por la abolición de la esclavitud por deudas y las reformas legales que afectaban a las familias romanas no se pueden entender sin la participación indirecta de las mujeres.

«Además de la violencia fundacional, la lucha entre patricios y plebeyos marcó los primeros siglos de Roma»

El libro subraya que el estatus de las mujeres evolucionó con el tiempo, pero siempre dentro de los márgenes de una sociedad patriarcal. A medida que Roma crecía y se consolidaba como una potencia, los matrimonios estratégicos entre familias influyentes y el papel de las matronas en la preservación de la memoria familiar se convirtieron en factores clave del tejido social. «La mujer en la Roma antigua aparece siempre desde unos presupuestos que no podemos cambiar: la consorte o la mujer predestinada al matrimonio», recuerda el autor.

El libro se ocupa de esa zona de sombras que es la transición de la monarquía a la república y de la posible nostalgia que algunos romanos podrían haber sentido por el sistema monárquico. Según Fernández Vega, los reyes de Roma, aunque inestables y vulnerables, habrían ejercido un papel de mediación entre las clases sociales. Si bien la tradición romana celebra la expulsión de los monarcas, como un paso hacia la libertad, lo que realmente se instauró fue una oligarquía patricia que aseguró sus privilegios sobre el resto de la población. La lucha entre patricios y plebeyos marcó los primeros siglos de la república, y aunque los populares lograron avances como la publicación de las XII Tablas, las clases dominantes se las ingeniaron para mantener su poder. «El rey pudo haber ejercido un papel de arbitraje y de algún modo legitimar así la función de la monarquía». Sin embargo, con la instauración de la república, cualquier intento de liderazgo popular fue rechazado como un posible retorno a la tiranía.

El conflicto social fue un motor de cambio que derivó en figuras políticas emblemáticas como los tribunos de la plebe, pero también en revueltas y sediciones que amenazaron la estabilidad del sistema. En este sentido, el autor reivindica la importancia de las tensiones sociales en la configuración de la historia romana: «Roma no fue un bloque homogéneo, sino un campo de batalla político en el que las élites se adaptaban constantemente para no perder su posición». Fernández Vega explora la idea de una «lucha de clases» en la Roma antigua, aunque matiza que no se trata de una lucha entre esclavos y propietarios, como en el marxismo, sino entre patricios y plebeyos. «La igualdad se le fue arrancando a los patricios por los plebeyos contra su voluntad», explica el autor. Según el historiador, las fuentes clásicas, aunque proaristocráticas, no ocultan las prácticas represivas. «Tito Livio no le ahorra ningún tipo de excusa a las prácticas de la clase senatorial, que fue capaz de promover levas y declarar guerras para mantener el poder».

LA RELIGIÓN Y EL PODER POLÍTICO

La religión en la Roma antigua es aquí otro asunto central. Fernández Vega destaca que la religión estaba íntimamente ligada al poder político, y que los augurios y los dioses eran consultados antes de cualquier decisión importante. «Los romanos creían en sus dioses, pero también utilizaban la religión como un instrumento político«, explica.

«Los pontífices manejan a su libre albedrío desde el Senado mismo, todo ese ámbito que concierne a los vuelos de los pájaros, a los accidentes y a los fenómenos extraños que ocurren en el cielo, a las catástrofes que sobrevienen, en fin, todo este tipo de elementos están instrumentados políticamente de una manera absolutamente decidida. Nada se hace en Roma sin consultar previamente los augurios, ni siquiera la asunción de un poder que ha sido otorgado por el pueblo. Puede haber sido otorgado al pueblo por los comicios, pero deberá ser refrendado previamente por los dioses antes de asumir el imperium. Claramente estamos hablando de fusibles, de resortes que pueden ser utilizados al servicio del poder político de la manera más insospechada».

La influencia de la historia antigua de Roma en el imaginario político de la modernidad es enorme, pero «¿la república romana puede considerarse una democracia? Existe un profundo debate al respecto», responde el historiador. «De valorarla como un régimen profundamente aristocrático, que era lo que afirmaba la historiografía tradicional, pasó a describirse, siguiendo las tesis de Fergus Miller, como un régimen democrático al insistirse en la importancia que tenían los comicios por tribus, no los centuriados, que otorgaban un poder especial a las clases. Eso ahora ya está superado a partir de una nueva revisión que habla de una cultura política y de unas costumbres o de unas prácticas sólidamente instaladas y que se reproducen en el tiempo. El régimen republicano es un régimen de libertad, no de igualdad. No es una isonomía como la Atenas clásica. Por eso decía antes que de algún modo el origen del liberalismo está ahí también. La romana va a esbozar la república modélica para las que aparezcan en la Edad Moderna, como Estados Unidos».

EL DESPERTAR DEL POPULISMO

Finalmente, Fernández Vega explora el concepto de populismo en la Roma antigua, ese endemoniado concepto acerca de cuya definición no acabamos de ponernos de acuerdo aún hoy. Según el autor, el populismo en Roma surgió como una reacción a las desigualdades económicas y sociales, y a menudo fue contrarrestado por un populismo de signo opuesto. En el año 498 a.C., apenas iniciada la república romana, ya se observaban tensiones sociales y políticas que desembocaron en movimientos populistas. El nexum, un sistema de préstamos a usura, era una de las principales fuentes de conflicto. Si los deudores no podían pagar, no sólo perdían sus propiedades, sino también su libertad, lo que generó un rápido movimiento de protesta entre el pueblo, que exigía el reparto de tierras.

Para que surgiera un movimiento populista, era necesario un líder que encabezara la causa. En este caso, Espurio Casio se erigió como el defensor de las demandas populares, lo que fue percibido como una amenaza por la clase senatorial, que controlaba tanto el poder político como el económico. «El poder político estaba hermanado con el poder económico», asegura Fernández Vega, destacando que los senadores, además de su origen patricio, eran también los principales prestamistas.

«El régimen republicano es un régimen de libertad, no de igualdad y va a esbozar un modelo para los que aparezcan en la Edad Moderna, como EEUU»

La reacción de la clase senatorial no se hizo esperar. Frente al populismo que defendía el reparto de tierras para todos, incluidos los aliados latinos y étnicos, surgió un líder que propuso limitar el reparto sólo a los ciudadanos romanos. Este giro dio lugar a un populismo de signo opuesto, de carácter xenófobo, que buscaba contrarrestar las demandas iniciales, un fenómeno, que encuentra inquietantes paralelismos en la actualidad. En Roma, esta dinámica también llevó a la instauración de dictaduras, donde se suprimían libertades fundamentales.

Termina el historiador: «Roma fue cautiva primero de voluntades regias y más tarde de los intereses aristocráticos. Los ricos y, sobre todo, los más selectos socialmente, los patricios, acapararon el poder después de arrebatárselo al rey. La res publica se jactó de ser un régimen de libertad, pero se trató de una libertad encorsetada dentro de unos cauces estrechos, los de la defensa corporativa de unos privilegios detentados por la clase política. En ella, los patricios (los patres), miembros de los linajes de las antiguas familias, senadores de abolengo y tradición, aceptaron inicialmente la presencia de los conscripti, nuevos senadores con los que se completó la cámara, reclutados entre las clases más adineradas, la de los caballeros y la primera por nivel de fortuna. La amalgama de ambas resulta difícilmente escrutable hoy. En la magistratura más alta, la de los dos cónsules, se suceden año tras año, prácticamente en exclusiva, y luego sin concesiones, nombres de FabiosValeriosClaudiosGangliosServicios y muy pocos más, lo que habla de resortes de poder controlados y pilotados desde algunas grandes casas».

A mediados del siglo V a.C., cuando llega a su fin el periodo histórico del que se ocupa este primer volumen de la nueva historia de Roma de Pedro Ángel Fernández Vega, las vigas maestras de la república parecen sólidas. Pero nos esperan ochos siglos de convulsiones, sacudidas, guerras y cambios de régimen, del primer Rómulo fundador al último Rómulo, el emperador Rómulo Augusto, depuesto por los bárbaros en el 476 d.C.

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