Mónica Arrizabalaga | Madrid www.abc.es 15/06/2014
El culto a esta divinidad frigia a la que Roma envió a buscar ante el azote de Aníbal gozó de gran fuerza hasta el siglo IV.
Quien conozca bien a la diosa Cibeles pensará que no es fruto de la casualidad que la primera competición madrileña de observación de aves dentro de la MadBird Fair se celebre precisamente junto a su plaza. A través del canto de las aves las sibilas o sus sacerdotes, los «gallus», interpretaban las profecías de esta diosa tan famosa hoy como desconocida para la mayor parte de los madrileños.
Si a un madrileño se le aborda preguntándole «¿Sabe usted quién es la Cibeles?» responde algo similar a «¡Pues una fuente!», pero cuando se le interroga por si conoce algo sobre ella, aparte de alusiones al Real Madrid es probable que solo conteste: «¡Que es muy bonita, la más bonita del mundo!». Pilar González Serrano hizo la prueba hace más de 20 años, antes de publicar «La Cibeles, nuestra Señora de Madrid», Premio Antonio Maura a la Investigación Científica del Ayuntamiento de Madrid en 1987. Hoy está convencida de que pasaría lo mismo.
«Es muy triste. En México al menos han puesto una placa para que la gente se entere», señala la profesora de Arqueología de la Universidad Complutense ya jubilada aludiendo a la réplica que se hizo de la estatua en tiempos de Enrique Tierno Galván y que donada por la comunidad de residentes españoles en México como símbolo de hermanamiento entre ambos países.
Cibeles sedujo desde que era niña a González Serrano, hija de un técnico de Correos, y su curiosidad aumentó cuando se especializó en Historia de las Religiones. «¿Qué hace una diosa frigia en Madrid?», se planteó.
La «Magna mater»
Para remontarse a la génesis de Kybéle Frigia hay que desplazarse hasta la región del Pesinonte, en Anatolia (Asia Menor) mucho antes del nacimiento de Jesucristo. «Es el personaje más antiguo del mundo» porque «recibe adoración desde el Neolítico», asegura el periodista y escritor José de Cora, autor de la novela «La navaja inglesa» (Tropo editores) que acaba de ver la luz y que está ambientada en la llegada de la diosa a la capital de España.
«Es la diosa de la tierra, de la fertilidad, del renacer. Desde el Neolítico se le ha acumulado mucha historia. También se la conoce como Rea, Gaia… Todas las grandes madres del Mediterráneo relacionadas con la Tierra tienen su origen en Cibeles», explica Cora.
En su origen fue un meteorito, una piedra negra a la que se veneraba por su origen celeste y como madre de dioses, de hombres y señora de todo el reino animal y vegetal. Su culto se extendió por el Mediterráneo a través de la marinería frigia y en Grecia se la identificó por simbiosis con Rea, la madre de dioses como Zeus, Hades y Poseidón.
De su santuario frigio de Pesinunte (en la actual Turquía), la diosa fue trasladada al Metroon de Pérgamo, la ciudad donde nació el pergamino y donde la piedra negra fue venerada hasta la Segunda Guerra Púnica en el siglo III a.C. Roma atravesaba entonces una grave crisis, acechada por las tropas cartaginesas de Aníbal. La situación era tan desesperada que los romanos acudieron a los Libros Sibilinos y allí encontraron la solución a sus problemas: debían ir a buscar la «Piedra de Cybele». El 10 de abril del año 204 a.C. entraba en la capital del Imperio Romano la «Magna Mater» favoreciendo según la leyenda a la calumniada Claudia Quinta y lo cierto es que la suerte cambió para los romanos que levantaron en su honor un templo en el Palatino. En la época de Augusto, el culto a la «Magna Mater» gozó de gran prestigio y «hasta el siglo IV tuvo una gran fuerza», según relata Pilar González Serrano. Las fiestas de Cibeles se celebraban durante el equinoccio de primavera y en ellas se conmemoraba la resurrección de Atis, su paredro, y se bañaba la imagen de Cibeles en el río.
Hipómenes y Atalanta
Ya entonces se representaba a la diosa con la corona torreada que indica el dominio de Cibeles sobre la ciudad, en el carro tirado por dos leones que según la leyenda son Hipómenes y Atalanta.
Así la relata José de Cora: «Atalanta era muy atleta, no quería casarse y prometió hacerlo sólo si un galán le ganaba en carrera. Hipómenes se enamoró perdidamente de Atalanta y pidió ayuda a Afrodita, que le dio unas manzanas de oro. Atalanta se agachó a recogerlas y perdió la carrera, casándose con Hipómenes. Un día de caza en que comenzó a llover se refugiaron en un templo de Cibeles e hicieron allí el amor, enfureciendo a esta diosa que promueve el sexo pero no en un lugar sacro. Cibeles los convirtió en leones machos a los dos y los condenó a mirar cada uno hacia un lado para que no pudieran volver a verse jamás». Guido Reni representó esta leyenda en un lienzo que se exhibe en el Museo del Prado, que también plasmó con genialidad Ouka Lele en 1985 tras detener el tráfico en la plaza de Cibeles.
Pilar González Serrano no escatima en elogios cuando describe cada uno de los detalles de la fuente madrileña. «Quienes la hicieron sabían mucho de la diosa Cibeles», asegura.
Hermosilla y el Salón del Prado
Sus investigaciones le llevan a creer que José de Hermosilla fue el responsable de que hoy Cibeles se haya convertido en la «nous», el símbolo de Madrid. A este capitán de ingenieros español, «un hombre cultísimo, que había estado en Italia», el Conde de Aranda encargó en 1767 que hiciera realidad los deseos de Carlos III de repetir en Madrid el Foro Carolino de Nápoles.
El Salón del Prado fue concebido como un circo romano con tres fuentes: la de Apolo o de las Cuatro Estaciones en el centro, la de Cibeles en el semicírculo haciendo esquina con la calle Alcalá, y la de Nepturno en el otro extremo junto a la Carrera de San Jerónimo. Ese trazado, que evoca la Piazza Navona de Roma, es la que justifica en opinión de la arqueóloga madrileña la presencia en lugar de honor de la diosa Cibeles «porque en las espinas de los grandes circos romanos ocupaba un puesto de honor una efigie de la Magna Mater». Hermosilla trabajó durante siete años en el proyecto antes de fallecer al año de comenzar las obras. Sin embargo, a González Serrano le extraña que se hayan perdido buena parte de sus proyectos y planos originales cuando son perfectamente conocidos los de su sucesor Ventura Rodríguez.
A este arquitecto y fontanero mayor de la Villa, que sin embargo nunca viajó a Italia, se le habían encargado la realización de las fuentes y a él corresponden el detallado dibujo de la Cibeles que se conserva en el Museo Municipal de Madrid. En piedras de Montesclaros esculpieron Francisco Gutiérrez y Roberto de Michel, junto al adornista Miguel Ximénez, esta fuente en la que por primera vez la diosa permitió que sus leones fueran duchados.
La protección de Cibeles
José de Cora especula en «La navaja inglesa» con la idea de que fue el propio Carlos III quien concibió a Cibeles en Madrid. «En el siglo XVIII nada se hacía con motivos puramente estéticos. Creo que Carlos III buscaba para su reinado y para la ciudad de Madrid la protección de Cibeles», explica el escritor que urde su intriga en «La navaja inglesa» con los ingredientes del erótico y violento culto que rodeaba a la diosa. Los sacerdotes «gallus» y «archigallus» tenían que autocastrarse violentamente ante la diosa antes de dedicarse a su culto y quienes acudían a sus templos a purificarse o sanarse eran bañados en la sangre de un toro -o de un carnero, los menos pudientes-.
El hallazgo de una piscina en la que se realizarían estos sacrificios ha llevado a pensar que Santa Eulalia de Bóveda (Lugo) fue un templo dedicado a Cibeles en su origen. «Fue muy censurada por el cristianismo porque su culto tenía mucha fuerza y acabó por cristianizarse a la diosa», señala Cora antes de apuntar que «casi todas las representaciones más antiguas de Santa Eulalia eran en origen Cibeles». Cuenta la tradición que la santa que vivió entre los siglos III-IV era una joven que enseñó y aconsejó a los niños y a los más necesitados y al morir vieron salir de su boca una blanca paloma. Se la relaciona por ser la protectora de las aves y hasta por el nombre de Eulalia («la bien hablada»), que «haría referencia a una de las características de Cibeles de la que se decía que respondía bien en los oráculos», explica Cora.
En Santa Eulalia de Bóveda se pueden observar representaciones de pájaros y en la catedral de Barcelona, donde se encuentra la cripta de Santa Eulalia, aún viven aves en su claustro. Algunos investigadores de la diosa frigia se preguntan: «¿Serán descendientes de las del culto a Cibeles?».
El mascarón de Atis
El surtidor de la Fuente de la Cibeles representa a Atis, el joven dios de la vegetación, convirtiéndose en pino. Según una leyenda que relata Pilar González Serrano, era un joven de extraordinaria belleza a la que la diosa amaba y a quien hizo guardián de su templo obligándole a prometer que se mantendría siempre virgen. Éste, sin embargo, se enamoró de la ninfa Sagarítide con la que se unió en los cañaverales del río y Cibeles, enfurecida, cortó el árbol al que estaba ligada la vida de la ninfa y enloqueció a Atis que en su delirio se castró. Tras su mutilación, fue perdonado por la diosa y consagrado para siempre a su servicio.
Otra versión cuenta que se castró junto a un pino (por esa razón se le identificaba con él y se le fue consagrado) y murió bajo su copa. Cibeles enterró sus miembros viriles al pie del árbol y la tierra, al contacto con la sangre de Atis, se tapizó de violetas.
FUENTE: http://www.abc.es/madrid/20140615/abci-cibeles-diosa-famosa-como-201406130929.html