romaFerrán Monegal | www.elperiodico.com 18/12/2005

En cierta ocasión, en un Mil.lenium (El 33), le escuchamos decir al historiador Martí de Riquer sobre una película de romanos que acababa de ver en la tele: "Llegan y dicen Buenas tardes en lugar de Ave. O sea, vamos mal". Desde esta luminosa y sabia pincelada, cada vez que vemos en casa una teleproducción que pretende recrear el Imperio romano temblamos. Así pues, con gran temor, nos hemos enfrentado esta semana al gran estreno de Roma (Cuatro), ambiciosa superproducción sobre la destrucción de la república y el advenimiento de la omnímoda figura del emperador. Vistos los dos primeros capítulos, hay que reconocer que el tiemblo inicial se apaga. Es decir, aquí hay un trabajo estimable. La traición que toda traslación televisiva –o cinematográfica– supone para la historia clásica tiene aquí visos de pecado venial.

Advertimos una corrección, una fiabilidad, que podríamos sintetizar en cómo han tratado, por ejemplo, la escena de la rendición del líder de la Galia Cisalpina, peludo y arrodillado ante un Julio César implacable. Es tal y como lo perfila Suetonio en su monumental Vidas de los doce Césares cuando se detiene a considerar a los bárbaros guerreros de la Galia. La interpretación de los actores y actrices también es excelente. Fornican como conejos, es verdad, y la serie lo recrea con explícitas imágenes, pero tras el doméstico meneo de la carne se contrapone la gran pasión que movía a la élite romana, que no es el sexo, sino la ambición por el poder en estado puro y total. Aquel apunte de Cicerón, que aparece en la serie como miembro del Senado: César adoraba unos versos de Eurípides que dicen ‘si hay que violar el derecho, viólese para reinar; en los demás casos, rectitud’, es la gran síntesis que ésta serie consigue claramente plasmar: la lucha entre César y Pompeyo por la corona de emperador porque la de laurel no les basta. Resumiendo: una serie que conviene ver, y grabar.