José Carlos Díez | Santibáñez (Palencia) www.nortecastilla.es 24/07/2007
Llegaban a las tierras del norte palentino los cántabros, asentándose en Santibáñez de la Peña en el siglo IV a. de C, en un castro calificado por los arqueólogos como «una fortificación bastante imponente», en cuya construcción -calculan los expertos- que debieron participar varios miles de personas ya que su extensión supera las diez hectáreas de superficie.
José Carlos Díez | Santibáñez (Palencia) www.nortecastilla.es 24/07/2007
Llegaban a las tierras del norte palentino los cántabros, asentándose en Santibáñez de la Peña en el siglo IV a. de C, en un castro calificado por los arqueólogos como «una fortificación bastante imponente», en cuya construcción -calculan los expertos- que debieron participar varios miles de personas ya que su extensión supera las diez hectáreas de superficie.
Doscientos años más tarde, comenzaba el asedio romano sobre las fortificaciones cántabras. Entre los siglos III a I antes de Cristo, las batallas se sucedían entre ambos imperios y duras fueron las que se sucedieron en este castro.
Según explica Eduardo Peralta Labrador, doctor en Protohistoria y Arqueología del Instituto de Estudios Prerromanos y de la Antigüedad de Cantabria y director de las excavaciones del municipio norteño, se han recuperado en el lugar más de 600 puntas de flecha romanas, «la colección más importante del mundo romano, seguida por alguna colección de Siria, con un número de proyectiles mucho inferior», indicó ayer Peralta. Añadió que «estos descubrimientos nos han permitido documentar la tipología de los proyectiles usados en el Imperio Romano».
En estas excavaciones -explicó Peralta al masivo público asistente ayer a la recreación del asedio de la Loma-, se han podido encontrar restos humanos, de incendios e incluso las huellas de la destrucción que provocaron los romanos en la conquista del castro.
Asimismo, el arqueólogo se mostró muy receptivo al importante número de preguntas que le fueron planteadas, entre ellas acerca de la posibilidad de la existencia de una necrópolis. Peralta no dudó en contestar que estaban casi seguros de que esa fortificación debía disponer de un importante lugar para los enterramientos, «aunque todavía no hemos dado con ello y será difícil, por el gran número de prospecciones que se deberían hacer».
Finalizando la visita guiada, los asistentes pudieron contemplar los restos de la muralla, algo curioso ya que se trata de dos murallas superpuestas. Asimismo, se mostró el foso tallado en la piedra, uno de los trabajos más costosos, que Peralta calificó de «faraónico» por el gran volumen de piedras de los restos de la muralla superior que, tras el asedio romano cedió ante el foso que ha habido que extraer con sumo cuidado para no dañar ninguna de las múltiples piezas que han aparecido en el lugar, así como restos de animales o material militar.
Posteriormente, los arqueólogos que están llevando a cabo la investigación en el castro se prestaron amablemente a escenificar en el lugar cómo podría haber sido el asedio romano a los cántabros.
Con lanzamientos de piedras a mano o con onda, así como con lanzas, los improvisados cántabros intentaban evitar el avance de los figurados romanos, que se protegían de los golpes con sus escudos. Poco a poco, los romanos tomaban posiciones y, aunque en un primer lugar fueron vencidos, los cántabros no pudieron resistir el ataque.
Para finalizar la jornada, fueron expuestas en el polideportivo de la localidad las piezas rescatadas de las ruinas cántabras, entre ellas regatones, fígulas, puntas de flecha, cuchillos de mango de cuervo de ciervo, bocados de caballo, pendientes, agujas para el pelo, anillos, hoces o cuchillos.