Héctor G. Barnés www.elconfidencial.com 03/04/2014
“La lucha política abierta, el debate en público y el conflicto intelectual son la verdadera herencia de Atenas. Una herencia duradera, mucho más fecunda que la retórica banal omnipresente en la enseñanza escolar”. De esta manera, el veterano profesor de filología clásica de la Universidad de Bari Luciano Canfora explica a El Confidencial aquello que, a su juicio, debería recordarse de la Atenas clásica, principal protagonista de su último trabajo, El mundo de Atenas (Anagrama).
En él, el autor de La historia falsa (Capitán Swing) somete a escrutinio la actual capital del Ática para someter a prueba la idílica imagen que de ella se ha transmitido durante los últimos siglos, y revelar otra menos amable, donde la eliminación del enemigo político, la esclavitud o la concentración del poder eran mucho más habituales de los que sus defensores querrían creer. ¿De dónde surge tal mito? “Durante la Revolución Francesa, los políticos que se sentaban en la tribuna, los periodistas en la prensa y los profesores de los ‘colegios centrales’ volvían a menudo sobre las ‘repúblicas de la época grecorromana’ (Atenas, Esparta y Roma)”.
Su conocimiento sobre la Antigüedad clásica era “superficial”, en palabras de Canfora, que recuerda que durante el siglo XIX, “se admiraba a Atenas por su literatura y no por su política”, con contadas excepciones como George Grote –autor de la Historia de Atenas– y sus adláteres. “Por el contrario, los historiadores conservadores o simplemente de derechas no dudaron en documentar aquello que consideraban como los desastres de la democracia ‘a lo Atenas’”.
Sin embargo, Canfora considera que esta visión apenas ha inspirado a los políticos modernos. “Es el caso de Ségolène Royale cuando era candidata a la presidencia de la República”, explica el historiador. “Ella había imaginado el sorteo de los representantes del pueblo ‘a la manera de Atenas’, pero todo el mundo se mofó de dicha propuesta”.
La fiesta de la democracia
Si hay algo que resulta particularmente problemático con el mito de Atenas es que, unido indefectiblemente a él, se encuentra el de la democracia, la forma de gobierno existente en la mayor parte de países desarrollados actuales. ¿Sigue siendo útil este mito, a pesar de sus debilidades? Canfora propone revertir dicha pregunta, al señalar que “el descubrimiento de la verdadera naturaleza oligárquica de la ‘democracia’ ateniense es de una utilidad máxima para comprender mejor aquello que se oculta entre los bastidores de nuestros sistemas políticos”.
Esta oligarquía de la que habla Canfora contrasta con los alrededor de 115.000 esclavos que pudieron llegar a formar parte de la servidumbre ateniense, y que carecían por completo de derechos civiles y políticos. Esclavos tanto por nacimiento como por sentencia, el historiador recuerda que en el siglo XIX Alexis de Tocqueville escribió en La democracia en América que “Atenas, con su sufragio universal, no era más que una aristocracia amplia”. Algo refrendado por el marxista Vere Gordon Childe, autor de Qué sucedió en la historia, cuando en 1941 señaló que “el ‘pueblo’ ateniense no era otra cosa que una clase dominante bastante extensa y diversificada”.
Pensadores de escuelas e ideologías contrapuestas que, junto con el “elitista-radical” Max Weber, llegaron a una misma conclusión: el poder estaba en manos de los menos, que utilizaban a la mayoría en su provecho. A tal respecto, Canfora añade que “la esclavitud, al igual que la explotación de los aliados, se encontraba en la ‘base’ de la democracia ateniense, que derivó en su opuesto”.
Cómo se construye una falsa democracia
La maquinaria ideada por los gobernantes de Atenas entre la reforma de Clístenes en el 508 a.C. y la muerte de Sócrates en el 399 a.C., ha utilizado herramientas semejantes a las de las naciones modernas para construir su identidad y eliminar al disidente. En ese sentido, Canfora destaca que la derrota del Gran Rey Jerjes durante las Segundas Guerras Médicas “fue largamente explotada para legitimar el imperio, es decir, la dominación sobre los aliados”, que habían apoyado al persa durante la invasión de Atenas. “Los aliados fueron acusados de no reconocer su lealtad”.
Es en ese punto donde irrumpe Heródoto, uno de los más importantes historiadores de la Atenas clásica, a pesar de haber nacido en Halicarnaso (entonces bajo el poder del Gran Rey), señaló que “quien diga que los atenienses fueron los salvadores de Grecia no faltará a la verdad, pues la balanza se habría inclinado a cualquiera de los lados que ellos se hubieran vuelto. Habiendo decidido mantener libre a Grecia, ellos fueron quienes despertaron a todo el resto de Grecia que no favoreció a los persas y quienes, con ayuda de los dioses, rechazaron al Gran Rey”. En opinión de Canfora, “la legitimación más clara del ‘derecho del imperio’”. Una estrategia retórica que “se ha observado por parte de Estados Unidos o la URSS después de la Segunda Guerra Mundial”.
El historiador advierte que todo imperio repite estrategias semejantes, y que al igual que Atenas acababa con sus enemigos a través de la violencia física, el ostracismo, el exilio o el asesinato, este procedimiento ha sido imitado por Estados Unidos desde el siglo XIX. Ejemplo de ellos son las muertes de Lincoln, John Fitzgerald Kennedy o Martin Luther King, que tienen sus ecos en la eliminación de Efialtes, Hiparco, Androcles o Frínico. “La historia ‘retórico-oleográfica’ dice una cosa muy distinta”, advierte Canfora. “Lleva a cabo su trabajo, que es el de la falsificación”.
Una de las víctimas más célebres del sistema ateniense fue Sócrates, una eliminación “de naturaleza política bien conocida”, tal como puso de manifiesto su contemporáneo Polícrates en su panfleto Acusación contra Sócrates, en el que enumeraba, entre los debes del filósofo, haber educado como un “mal maestro” a Alcibíades y Critias, considerados como “dos enemigos de la democracia”. Por si fuera poco, Sócrates, como su discípulo Platón, “no escatimaron ninguna crítica ante los considerables inconvenientes de la democracia ateniense”, lo que condujo a su eliminación.
Esparta, los nazis y la democracia actual
Paralela a la idealización de Atenas se ha producido una caricaturización de Esparta como una sociedad militarizada, racista y violenta que, no obstante, no se corresponde por completo con la realidad. “Isócrates ya dijo que el verdadero sueño de la ‘igualdad’ se había producido en Esparta, aunque cambió de opinión varias veces a lo largo de su vida”, recuerda Canfora. “Lo que es remarcable es que Esparta era un modelo al menos para parte de la élite ateniense. Decían que se trataba de ‘la Constitución perfecta’, y a veces se vestían a la manera espartana”.
No obstante, la reivindicación tardía de la sociedad espartana, en cuanto estructura militarizada y “aparentemente racial”, por los jacobinos y, en el siglo XX, por ciertos dirigentes nazis, quizá hayan generado otro mito, en el sentido absolutamente opuesto del de Atenas, es decir, negativo y autoritario.
“Hace unos años, Gabriel García Márquez protestó contra el ‘fundamentalismo democrático’ de la prensa y otros centros del poder político-mediático en Occidente”, concluye Canfora, autor a la sazón de Exportar la libertad (Ariel), en el que denunciaba la intromisión de un país en territorio ajeno para extender su sistema político. “Tenía razón y la fórmula que ha adoptado como síntesis de la dictadura oculta que nos oprime me parece completamente eficaz”, explica el historiador, aludiendo a esa mentira inherente a un gran número de democracias.