Rosa M. Tristán | Alejandría (Egipto) www.elmundo.es 23/11/2008
Más de 50 personas trabajan en el equipo de Franck Goddio en Alejandría. Los buceadores pasan ocho horas sumergidos rescatando piezas de hace 2.500 años.
Desde la ventana del hotel se divisa, en medio de la bahía de Alejandría, el ‘Princess Duda’. No es muy grande, pero lo cierto es que desde ese barco el arqueólogo Franck Goddio ha sacado a la luz maravillosos tesoros del antiguo Egipto, desde colosales estatuas de seis toneladas de peso hasta diminutas joyas labradas en oro que, quizás, lució la misma Cleopatra.
Hoy veremos surgir de las oscuras aguas la cabeza de una gigantesca esfinge, que vuela con una grúa sobre nuestras cabezas cubierta de 2.000 años de depósitos marinos.
La mañana que visitamos a Goddio a bordo, los ‘buscatesoros’ están a punto de acabar la campaña de excavaciones en la bahía. Estamos en noviembre y el agua se siente demasiado fría para que los buceadores pasen horas y horas bajo la superficie.
A unos 200 metros se han enviado dos pequeñas embarcaciones, situadas justo encima del Timonio de Marco Antonio. Se trata del pequeño palacio de recreo que el emperador romano construyó para apartarse del barullo de la corte de la reina egipcia y que hace 13 siglos quedó sumergido, como el resto del Portus Magnus, por una serie de fenómenos naturales, agravados por la construcción en zonas arcillosas de templos muy pesados.
El ‘Princess Duda’, que utiliza el Instituto Europeo de Arqueología Submarina (IEASM), es todo un laboratorio flotante, un espacio que comparten casi 50 personas, entre buceadores, restauradores, expertos en diferentes áreas de la arqueología y tripulación. Pocas veces están todos a bordo.
De hecho, hoy la mitad del equipo ya se fue a sus hogares y el resto recoge los materiales. Jean-Claude Roubaud, el buzo jefe, se ha sumergido para localizar las últimas piezas, mientras Goddio nos da la bienvenida y nos muestra, entusiasmado, los tesoros rescatados en esta campaña de otoño.
Las últimas piezas del año
Ahí, en mitad de la cubierta, se pueden ver y tocar el tope superior de una pequeña capilla de granito rosa (naos) de hace más de 2.000 años con una inscripción que habrá que descifrar; la perfecta cabeza de una pequeña estatuilla de origen chipriotra del siglo VII a. de C., que encontraron en lo que fue la ciudad de Heraclión (en la cercana bahía de Abukir); o un amuleto de Osiris rescatado en lo que fue Canopo (también en Abukir), una ciudad en la que se hacían ritos iniciáticos a los que llegó a acudir el emperador Adriano.
Varios barreños contienen otras muchas pequeñas piezas y ánforas que están en proceso de desalinización con agua dulce, lo primero que hay que hacer para evitar que se quiebren cuando se secan al sol. Las pequeñas joyas de oro y las monedas necesitan otros procesos más complejos de restauración y se guardan en bolsas numeradas.
Desde la cubierta, no podemos ver qué ocurre en esas profundidades, pero se adivina. Unos buceadores podrían estar haciendo sondeos para localizar palacios y templos, recogiendo datos de ubicación de los grandes bloques de piedra para situarlos en el mapa que se está haciendo del Portus Magnus.
Otros quizás están levantando las cuadrículas submarinas en las que encontraron un pendiente o un fragmento de cerámica. Y el fotógrafo Christoph Gerik tratará de captar todas las imágenes, aunque a profundidades de entre 12 y cinco metros la visibilidad no siempre es buena. «Esta campaña tuvimos muchas algas, y junto con la polución y el plancton hacen difícil la tarea. A veces no se ve ni a medio metro. Otros días, como hoy, el agua está azul y es maravilloso», nos cuenta Christoph cuando emerge del mar.
Su jornada, como la del resto del equipo, comienza a las siete de la mañana. Antes de sumergirse, en una reunión con Goddio, se decide con el mapa informático que llevan 15 años elaborando qué zona se va a explorar. Y, al agua, hasta las 11.30, que es la hora del almuerzo.
También ese será el momento de intercambiar información sobre lo que se ha encontrado e introducir novedades en la base de datos. Si el hallazgo merece la pena, Patrice Sandrin bajará a dibujar la pieza antes de moverla de su sitio.
Apenas terminamos de comer y, sin mucho tiempo para la sobremesa, los buceadores vuelven al mar. No les ha dado tiempo a hacer la digestión, pero no parece importarles. No hay más que oír a Jean-Claude: «Cuanto estás ahí abajo y ves de repente una estatua es un sueño. Y siempre hay algo, aunque a veces no se ve a 20 centímetros. A veces las olas son fuertes y te alejan de los objetos, te empujan, te los quietan de las manos. Duelen los oídos y los músculos. Pero hay momentos preciosos, como cuando encontré la estela negra de Nectanebo, lisa, sin incrustaciones. Es todo un libro de jeroglífico abierto al pasado. Por momentos como ese estaría ahí abajo día y noche».
Goddio, a bordo, aprovecha la nueva salida del equipo para mostrarnos toda la documentación recabada en Abukir y Alejandría desde 1995. En su ordenador vemos cómo el agua inundó gran parte del Portus Magnus. «No es una recreación, son millones de datos recogidos uno a uno». Sabemos el punto exacto en el que apareció cada pieza», asegura.
Comienza a caer el sol cuando los buceadores vuelven a la superficie. Con la gran grúa (utilizan un barco con otra mayor para las grandes estatuas) vemos emerger una gran cabeza de piedra. Sólo se oyen las gaviotas, la grúa y el mar. El restaurador, Olivier Berger, que estaba limpiando sedimentos de un bloque de granito, deja también su tarea. Un nuevo tesoro vuelve a ver la luz del sol, que ya declina en el horizonte.
VIDEOS:
‘Tesoros sumergidos de Egipto’ en el Matadero de Madrid
Frank Goddio muestra los tesoros sumergidos de Egipto