Dramaturgos y directores intervienen radicalmente en los textos originales para acercarlos a los espectadores de hoy
Las galerías de piedra que dan acceso a las gradas del teatro romano de Mérida—técnicamente llamadas “vomitorios”— son como un túnel del tiempo. Una especie de grieta entre el presente y el pasado. Al atravesarlas al anochecer para asistir a una función, con el eco de los pasos retumbando de una a otra, uno tiene la sensación de estar dejando atrás la prosaica realidad para entrar en una dimensión épica. Ahí emerge el majestuoso escenario de columnas corintias por el que cada verano siguen desfilando los mismos personajes para los que fue construido hace más de 2.000 años: Fedra, Prometeo, Antígona, Medea… Una y otra vez reviven aquí sus tragedias, siempre iguales pero siempre distintas, travestidas con los ropajes de cada época. ¿Qué afán empuja al poeta a reescribir continuamente las mismas historias? ¿Y qué queda en realidad de las originales?